Un requiem por los derechos humanos
Por: Efraín Quiñonez León
13 de noviembre de 2024
La prensa nos despierta escandalizada por el nombramiento y/o ratificación en el cargo de presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a la señora, Rosario Piedra. No es para menos el desconcierto, pero como estamos acostumbrados a las noti-cias que alimentan la chismografía y urgidos de destacar en el mundo por las buenas, las malas o las peores, los mexicanos nos hemos acostumbrado a las noticias que nos ponen en el radar a escala internacional. Pero incluso en este tipo de predisposición muy nacio-nal de destacar, ya otros pueblos se aprestan a hacernos la competencia no desleal.
El noble pueblo norteamericano acaba de elegir a un supremacista, macho alfa-lomo pla-teado, como su presidente para los próximos cuatro años que nos presagian la tormenta perfecta. No le resto ningún mérito a Trump para imponerse; pero me llama poderosa-mente la atención el fracaso de quienes se “venden” como los salvadores de la patria y quienes, en verdad, enarbolan demandas justas de la ciudadanía norteamericana: contra el abuso policial, por el derecho a decidir, a favor del aborto y muchas demandas más. ¿Fracasaron? Algo percibe el electorado que hicieron mal, tomaron iniciativas en su con-tra o que en modo alguno respaldaron mientras los eligieron. La racionalidad del voto no puede explicarse solamente por una suerte de malestar anímico, sino porque algo hicie-ron o dejaron de hacer los demócratas y hoy pagan el precio de sus desatinos. Entonces, la pregunta aquí es la siguiente: ¿Cómo la ciudadanía norteamericana puede elegir como presidente a quien miente sistemáticamente, casi como política pública; quien fue capaz de orquestar la toma del Capitolio; quien no tiene pudor alguno por mostrar el desprecio hacia las mujeres, los negros y, sobre todo, los inmigrantes?
Pero volvamos a las preocupaciones de la prensa nacional.
Fruto de las presiones internacionales y los horrorosos casos de violación de los derechos humanos en el país, la CNDH fue creada durante el sexenio del expresidente, Carlos Sa-linas de Gortari. Después de creada a nivel federal, todas las entidades del país se ajusta-ron a semejante política originando a sus propias comisiones estatales. Pero el desempeño de la Comisión no ha sido necesariamente el mejor. Los primeros cuatro presidentes (Jorge Carpizo, Jorge Madrazo, José Luis Ramos -en realidad, solamente cubrió un inte-rinato- y Mireille Rocati) estuvieron únicamente de dos a tres años en el cargo, hasta que llegó, José Luis Soberanes, quien duró en el puesto alrededor de 10 años; desde luego, se cubrieron las formalidades del caso, de modo que se reeligió a través de arreglos o “ne-gociaciones” en el Senado de la república en sus sucesivas ratificaciones.
Más allá de las excentricidades del presidente Soberanes (se sabía de los “gastos excesivos” y sus gustos refinados, como lo desproporcionado de sus ingresos; entre otras imposturas denunciadas en la prensa), lo cierto es que el tema de los derechos humanos, finalmente, no fue particularmente su defensa lo que caracterizó el desempeño de semejante orga-nismo público. Si este argumento lo podemos sostener para la Comisión Nacional, mejor papel no podrían haber cumplido las representaciones estatales. En Veracruz, por ejem-plo, fueron deshonrosos los criterios, medidas y declaraciones hechas por el órgano esta-tal defensor de tales derechos en casos como el de la señora, Ernestina Ascencio, o el de la periodista, Regina Martínez. Antes, como ahora, las comisiones de protección de los derechos humanos responden a la lógica del poder político que los crea y nombra a sus principales integrantes. No hay nada nuevo bajo el sol.
Desde hace semanas se venía procesando la designación de la nueva presidencia de la Comisión Nacional en el Senado de la República, tal y como la reglamentación vigente lo estipula. Por lo tanto, no solamente se presentaron informes sino que, además, se im-plantó todo un proceso de auscultación que solamente en apariencia transitaba por los mejores caminos. Los senadores entrevistaron a más de 80 aspirantes y a través de distin-tos instrumentos de evaluación, extrajeron los mejores perfiles. De todos ellos, se formó una lista de 12 aspirantes que, por cierto, no incluía a la hoy ratificada presidenta. Reco-nocido incluso por el oficialismo, la señora Piedra no se caracterizaba por ser un perfil adecuado para continuar en semejante comisión porque su desempeño fue duramente criticado en el propio Senado de la República, por organismos de la sociedad civil que tienen como misión la protección de los derechos humanos; de modo tal que Piedra tenía un consenso, pero en contra. Sin embargo, como si fuera un juego de dónde quedó la bolita muy común en las ferias de pueblo, la señora Piedra apareció como integrante de la docena seleccionada de la cual se extraería la terna para, finalmente, seleccionar al “me-jor perfil”.
Se siguieron las auscultaciones, las entrevistas y las negociaciones, y los integrantes de Morena y aliados no alcanzaban un consenso. Más bien, llegaron a procesar la terna y en la cual no figuraba de nueva cuenta la señora Piedra; entre otras razones, no solamente porque existía oposición a su candidatura sino porque, también, otras eran las decisiones desde la presidencia de la república y, no menos importante, porque se trataba del perfil cuyos puntajes no le alcanzaban para estar en la terna. Después de todo este desaguisado, sobrevino la más cruda realidad de la política nacional. La aspirante peor evaluada no solamente fue incluida en la terna sino que, además, fue declarada de nuevo como presi-denta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos por los próximos 5 años.
En el proceso, algunos de los protagonistas de esta tierna historia nos regalan frases para la posteridad. El recién converso, Javier Corral, nos informa que la inclusión de, Rosario Piedra, fue con el fin de alcanzar un consenso. El lugarteniente de la finca de Palenque, según las crónicas consultadas, había procedido con el socorrido método de entregar a sus correligionarios senatoriales las boletas marcadas, con la fiereza de su romanticismo tropical nos regala una frase memorable: queridos senadores (tomo estos dos términos con libertad poética), “no es que desconfíe de ustedes, pero hay que juntar los votos”.
Un viejo sabio de la política siempre ha dicho que ella es optar entre inconvenientes. En la actual administración federal se ha procedido de esa forma, pero hasta ahora se empe-ñan en ponerle obstáculos y ha perdido algunas batallas, esta fue una de ellas. |