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Martes 11 de marzo de 2025
El restaurante

Actualizado: 2025-01-30

El restaurante


Por: Efraín Quiñonez León


30 de enero de 2025


 


Tiro Libre


Para el chaparrito Archundia


La Demoledora siempre me sorprende. De nuestros primeros encuentros tengo la imagen congelada de su gusto por la música y sobre todo por bailar. Se dice muy popularmente de quien lanza sus primeros pasos sin inhibición alguna trae la música por dentro, pero en su caso la expresividad de su cuerpo en movimiento traduce el fuego interno en la intensa llamarada de formas y siluetas que su humanidad va dibujando.


En su momento, no pensé que estuviese interesada en el tipo de musica que no tiene muchos seguidores como el jazz. No recuerdo exactamente cómo me enteré que se presentaría uno de los grupos locales que inició, según mi particular apreciación, como una suerte de banda de latín jazz. Al hacer la propuesta de ir al concierto no vaciló ni un segundo; la eficaz y contundente afirmativa me descolocó de mis presunciones y creo haber respondido de manera lacónica con un, ¡¡perfecto!! Me encargo de los boletos, agregué.


Pero justo el día que habríamos de ir a escuchar música me dijo: me siento un poco mal. ¿Lo cancelamos, entonces? Le pregunté. No, solamente necesito descansar un poco. Ok. Avísame cuando estés lista para pasar por ti, la cita es a las 8. La sorpresa es que terminamos bailando y fue como un acto cómplice, una suerte de eucaristía frente a los placeres que nos identifican o nos acercan.


La comida es otra de nuestras aficiones y me va dosificando sus conocimientos en el arte de los alimentos. Dice que soy un cotorro huasteco y no es tan cierto, pero es verdad que mientras estoy con personas que me ofrecen la oportunidad de una amena charla, pues no doy tregua ni cuartel y, de verdad, me dispongo completo al ejercicio de la palabra. En general, creo que mi expresión es exactamente la contraria y puedo hasta caer mal porque suelo ser serio e incluso un tanto hosco. Pero es solamente la apariencia, me imagino.


Creo que fue iniciativa suya ir a un restaurante de mariscos que, de entrada, no me detuve mucho en saber de qué lugar se trataba. Con el tiempo fui asociando ideas, escenarios y personajes que me permitieron conectar todo esto y confirmar que su invocación no era producto de la casualidad. Días antes había platicado con el chaparrito Archundia y me había informado que pronto estaría trabajando en una bodega de mariscos. Me lo imaginé cargando pesados bultos al hombro y me acordé de las lecciones de don Pantaleón para quien el trabajo hace cada vez más dignas a las personas. Tales enseñanzas morales me parecen no solamente adecuadas sino imprescindibles para la vida. ¿Quieres una oportunidad en este mundo? Tienes que ganártela y cuesta mucho, pero no es imposible. Siempre ha sido el catecismo que he infundido en él y en Popi. No siento que haya concluido mi labor, pero la dignidad con la que asumen los desafíos más ordinarios es no solamente es encomiable sino, además, resulta motivo de orgullo.


Después de inquirir sobre el lugar y cómo se llamaba (omito el nombre para no incurrir en una suerte de propaganda innecesaria o acaso ser requerido por derechos de autor no permitidos), me dio todas las coordenadas para llegar. Creo que es el lugar donde trabaja mi hijo, le informé. Un escueto, ah!!! recibí como respuesta.


Entre Archundia y Popi creo que existe una incorrecta visión de mi con relación a los restaurantes cuando se trata de hacer patente nuestros derechos como consumidores; en especial, a la atención que damos por sentada debe ser en los mejores términos porque por esa razón se paga un servicio. Es verdad que no hay clientes ya no digamos amables, sino que se conduzcan con la suficiente urbanidad para comunicarse adecuadamente frente a otro o simplemente con la humana cortesía que significa comportarse con propiedad ante las personas con las que tenemos algún tipo de contacto. Nuestra convivencia en lugares para comer es casi infinita porque disfrutamos mucho esos momentos; para mi al menos resultan entrañables y seguramente para ellos también. Casi todos los fines de semana trataba de salir a comer para cambiar de escenario y sobre todo convivir.


En sus propias palabras, Archundia me recrimina. Es que a veces te pasas, me dice. De bote pronto trato de hacer memoria y aunque los años nos cobran facturas sobre ese depósito de recuerdos, no detecto en ese barrido fast track en que me vea comprometido en algún despropósito con alguna persona. Trato de ser cuidadoso y no quiero decir con ello que algunas personas me resultan particularmente indigestas. Como personajes -digamos- abstractos, los políticos me parecen francamente abominables. Aunque existen honrosas excepciones, son pocos dignos de ese nombre. Los líderes sindicales, son seres de la vida real, pero a menudo son más susceptibles para el sarcasmo dada su propensión a la diatriba, el escándalo y la violencia. Pero ahora hay un muchacho muy escuchado por los jóvenes que me parece francamente de una procacidad reprochable en todos sus términos. La Demoledora me documenta y paso de la sorpresa al terror. Y hay este y esta otra, y la estocada de inmediato surtió el efecto de continuar las pesquisas por la vía familiar. Es decir, ipso facto pregunté a Popi y al chaparrito Archundia sus conocimientos musicales de semejantes especímenes. Por supuesto que están al tanto, pero me reconfortó que a la pregunta de si era algo que les gustaba recibí un contundente, NO.


En una ocasión fuimos a comer, pero con franqueza no recuerdo el nombre del lugar. En todo caso, lo que más disfrutábamos es que nos ofrecían unos taquitos de arrachera bien ricos y con unas tortillitas de maíz recién salidas del comal. En realidad, se trataba de una mini máquina de hacer tortillas que nos garantizaba una disposición de ellas en cantidad y calidad adecuadas. Pero mi imaginación fue rudamente colocada en tensión por un mesero que simplemente ignoraba lo que le solicitaba. Por alguna razón que desconozco no le resulté nada simpático, de modo que sus gestos no solamente eran de fastidio sino, peor aún, se inquietaba mientras nos atendía. Me disponía a comer lo que había solicitado, pero al tocar el cesto de las tortillas me percaté que estaban frías. Le dije que hiciera el favor de calentarlas. No sé cuanto tiempo transcurrió y volvió con el cesto, pero oh, sorpresa!!! De nuevo las tortillas estaban frías. Y lo mismo se repitió en una tercera ocasión. En ese momento dije que quería hablar con el gerente porque no era correcto lo que estaba haciendo, mucho menos digno el servicio que nos estaba proporcionando. Después de hablar con el gerente, el cesto de tortilla volvió a nuestra mesa, esta vez con aquellas tal y cual las habíamos solicitado desde el principio.


Una ocasión más humillante la vivimos en un restaurante de mariscos en un lugar del sur del país. Antes de la pandemia, los servicios de salud de la universidad me pusieron a régimen y me pareció adecuado bajar unos kilos que, por voluntad propia, no había podido quitármelos de encima. No sigo una dieta estricta, pero procuro tomar alimentos sin excederme y hacer algo de ejercicio, la vida sedentaria que solemos llevar los académicos es la forma ideal para que afloren los padecimientos: diabetes, enfermedades del corazón, hipertensión y frecuentes dolores musculares; entre muchos otros padecimientos. No me fui difícil adaptarme porque, dos o tres años antes, ya había modificación mis porciones de alimentos. Por lo tanto, complementé esto con la dieta que se me proporcionó. A cierta edad, nuestro metabolismo cambia y ya no es posible comer sin medida; de modo que el imperativo es moderarse en la ingesta de alimentos. No es que no pueda uno comer lo que acostumbre, hay que modificar las porciones, sobre todo en los desayunos y las cenas.


Frente a estos cambios obligados, digamos, de manera rutinaria tomo dos o tres piezas de pan integral con semillas o de masa madre. Con frecuencia esas piezas de pan las embarro de aguacate y le incorporo queso; o bien, le unto queso crema de cabra y mermelada; todo ello acompañado un humeante y adictivo café. Por lo tanto, es una porción bastante magra frente a nuestros estilo muy mexicanos de vida de quedar saciados hasta la garganta. De modo que aproximadamente a las dos de la tarde tengo un apetito feroz.


Decía que aquella ocasión resultó no solamente incómoda para mi sino, también, para todos mis familiares. Como resultado de mi frugal ingesta diaria de alimentos, en algún momento del día mi capacidad de resistencia está prácticamente mermada, de manera tal que resulta extremadamente urgente ingerir algo de alimentos. Por ello es que, llegando al restaurante, pedí que me sirvieran algo rápido para saciar el hambre irresistible. La señorita que nos atendió nos dijo: sí, en un momento los atienden. Después de unos minutos se presentó un jóven. Le expliqué lo que me sucedía y me contestó de manera parca que ahí todo era rápido. Siendo así, repliqué, tráigame unas tostadas con camarones. Ah!! Eso sí se va a tardar, me dijo. Bueno, entonces, que pidan los demás mientras veo la carta con más detalle. Todos pidieron sus alimentos y hasta el final le dije lo que deseaba. Con franqueza, ya ni recuerdo qué fue lo que pedí. Llegaron los platillos para todos excepto uno, el mío. Monté en cólera y de manera correcta, pero enfática, le dije al muchacho que era un despropósito monumental la forma en que estaba procediendo. De manera alevosa me dijo: usted me pidió algo rápido, pero lo que solicitó se tarda, de manera que cancelé el pedido. Inmediatamente le dije que llamara al gerente para quejarme, pues me parecía un maltrato inaceptable. Y aunque el gerente se presentó, terminé comiendo de lo que mis familiares me invitaban.


Ibarguengoitia en Instrucciones para vivir en México, relata algo parecido mostrando no solamente un trato indigno para cualquier persona sino, además, con crudeza muestra el sarcasmo que a menudo trae como consecuencia una situación de esta naturaleza.


En ocasiones, aunque inaceptable, no solamente es obligado rumiar por el maltrato sino que, además, luchar en contra de la falsa identidad que se forja de la pequeña parte de nuestra manera de ser e intentar convencer a la gente que nos importa sobre nuestras genuinas intensiones de hacer las cosas con corrección y moderación, pero sin ruindades insoportables para nadie.

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