El estilo Sheinbaum
Por: Efraín Quiñonez León
viernes 10 de enero de 2025
Tiro Libre
No es natural, pero podría catalogarse de normal que los hechos entre una y otra admi-nistración existan algunas contradicciones e incluso cambios relevantes con que inten-tan distinguirse. Para bien de la ciudadanía, lo ideal no implica solamente intentar dife-renciarse desde el primer momento por un asunto de mero protagonismo; muchos go-bernadores y alcaldes aplican la tesis de que “gobernar” es, fundamentalmente, una puesta en escena en el que ellos resultan los principales protagonistas. Claudia Shein-baum no parece alimentar, ni provenir de semejante estirpe.
Sin embargo, pedir que en tan sólo tres meses de gobierno defina un estilo propio en el modo de gobernar no solamente resulta un despropósito sino que, además, es un impo-sible para cualquiera en tan corto tiempo.
Con todo, esta administración federal comienza a diferenciarse de la anterior en varios aspectos que parecen no tener buena prensa, salvo los periodistas y medios que cubren las mañaneras del pueblo, aunque en ocasiones se presentan posturas críticas, pero lo que prodomina es la propaganda. En la era de la instantaneidad y la irrelevancia de opinar con mesura y/o sustento, cualquiera puede colocar en el espacio público una po-stura más cercana a la descalificación o al respaldo acrítico.
En primer lugar, el gobierno de Claudia Sheinbaum sigue una ruta distinta frente al grave problema de la inseguridad que padecemos en todo el país y aunque sus acciones han mostrado ciertos avances, los cambios significativos deberán profundizarse en los planos locales y, en este sentido, en términos operativos su estrategia depende del res-paldo y colaboración de los gobiernos subnacionales. Es ahí donde radican sus principa-les retos, pues ya se sabe que en esos espacios las autoridades han sido capturadas por redes criminales (no solamente las del narco) o colaboran con ellas. Los casos más dra-máticos se presentan en los estados del sureste del país (Chiapas, Tabasco, Guerrero; por mencionar algunos), Sinaloa, Guanajuato, Michoacán; entre otros.
Si bien la estrategia “enjambre” no solamente hace evidente lo que ya se supone, es de-cir, que en los espacios locales están los mayores retos porque ahí las organizaciones de-lictivas han logrado controlar a sus autoridades con dinero, amenazas y crímenes. El mismo método supone en reconocimiento de que la delincuencia organizada ha coloni-zado partes del territorio y el Estado tiene el imperativo de disputarle y recuperar di-chos espacios. Esto significa un gran reto e intervenir en esos lugares tardará algún tiempo su recuperación.
La actual ejecutiva federal carece del carisma y el liderazgo de su antecesor, pero no es todo para contar con un gobierno eficaz como podrían exigirlo los ciudadanos. Tampo-co evidencia tener una narrativa propia y a menudo termina reiterando las frases he-chas a modo por el expresidente. Se trata de una académica que decidió desde hace mu-cho hacer una carrera política y eso es la que la mantiene en el cargo actual, es decir, por sus capacidades como funcionaria y que se autoimpone la disciplina de alcanzar resul-tados. Es verdad que un buen académico no hace un buen gobernante y hay muchos ejemplos que lo confirman; pero sin duda cuentan con conocimientos y un capital cultu-ral que eventualmente puede contribuir a un buen desempeño en la función pública.
Sin embargo, el problema más delicado y en el que no se observa un desempeño -digamos- sobresaliente es en el frente externo. Al menos dos retos enfrenta la presidenta de la república. El principal es el arribo de, Donald Trump, a la Casa Blanca en un se-gundo periodo que amenaza con ser complicado y plagado de tensiones que en su pri-mer vez. A las amenazas de aplicar aranceles a los productos elaborados en México y la deportación masiva de compatriotas, se añade ahora el absurdo de pretender “cambiar el nombre al Golfo de México; Claudia Sheinbaum, se “engancha” respondiendo esta última tontería de Trump que ni siquiera merece ser tomada en cuenta.
Por otra parte, llama la atención que el gobierno actual adopte, en el mejor de los casos, una postura ambigua frente al régimen de, Nicolás Maduro, y en el peor, un respaldo que no merece quien ha dado muestras no solamente de pretender perpetuarse en el poder sino que, además, hacerlo mediante un operativo fraudulento usando todos los recursos del Estado venezolano. Mientras otros gobiernos latinoamericanos de izquier-da han rechazado y condicionado el apoyo al régimen de Maduro a la presentación de las actas, a través de las cuales puedan cotejarse los datos y validar el triunfo de quien haya ganado en las urnas, el presidente en funciones ha sido recalcitrante frente a seme-jantes demandas de transparentar los resultados y hoy mismo está resuelto a retener el poder, aunque esto signifique un descrédito y una afrenta a los principios democráticos más elementales, cuando no un abierto desafío a la legalidad.
Pero hay algo más que hace la diferencia entre la actual presidenta con todos los gober-nantes anteriores incluido, Andrés Manuel López Obrador. Es verdad que Morena y sus aliados están cambiando las reglas del juego con el fin de concentrar todavía más el po-der. Cuando se le pregunta a la presidenta cuáles serán las instrucciones que transmitirá en la próxima reunión que tendrá con autoridades locales, claramente afirma que no da-rá instrucciones sino que se trata de “convencerlos” de que la mejor fórmula es la coor-dinación y la colaboración entre los distintos niveles de gobierno, de tal modo que tal manera que los programas y presupuestos respondan a las necesidades de la gente.
¿Qué tipo de “convencimiento” será ese el que hace patente en su estilo? Solamente los involucrados lo saben, pero lo cierto es que ninguno de los expresidentes rechaza la va-nidad que transpira la investidura con todo el peso que tiene y que se materializa en una relación de subordinación. Sin embargo, resulta encomiable que la ejecutiva federal reconozca a los distintos niveles de gobierno en su dimensión legítima y representativa, de manera que exista no solamente el respeto que todos se merecen sino, principalmen-te, que cada uno de los niveles de gobierno siendo respaldado por ciudadanos que los eligieron en procesos electorales basados en reglas socialmente aceptadas, sean vistas como autoridades legítimamente en funciones.
Ojalá que así continúe porque el poder tiene una capacidad de seducción y de embrujo que cualquiera puede perder la razón; un gobernador de triste memoria y afectado por sus excesos hasta se jactó de estar en “la plenitud del pinche poder”, justamente para enviar el mensaje de que podía hacer lo que le viniera en gana por el cargo que ostenta-ba. El poder produce cambios en la personalidad y despropósitos inimaginables, el po-der absoluto es la antesala del temor. Esperemos que no sea el caso para un país que su-fre los embates por el encono, la violencia y la brutal vanidad de sus políticos. |