El plebeyo del volvo y la moral militante
Por: Efraín Quiñonez León
14/02/25
Tiro Libre
Nada hay más desconcertante que el exceso de pudor de la izquierda o de alguno de sus más preclaros representantes, cuando reciben sus emolumentos como pago a sus servicios en favor de la patria. Peor todavía, pretender ignorar la realidad inocultable de sus pasiones humanas, con la evidencia brutal de que cuentan con los recursos que materializan sus gustos por la moda o ciertos lujos, no hace más que poner de manifiesto una suerte de sarcasmo involuntario.
Con frecuencia, ciertos representantes o dirigentes de “izquierda” suelen expresar como un mérito aquello que los coloca como integrantes sobresalientes de la selecta “grey” de los moralmente intachables. Se muestran o pretenden exhibirse como una especie de legión de inquebrantables apóstoles de la humildad y el recato para sentirse moralmente superiores frente al resto de sus conciudadanos.
Es verdad que no tendrían por qué sentirse avergonzados por los placeres con que la vida los premia, fruto de sus denodados esfuerzos en bien de la nación y sus incansables luchas por el bien de los desposeídos, los maltratados y los humillados.
Lo que resulta perturbador e incomprensible es que pretendan hacer creer que el pudor y el recato es parte de su naturaleza, cuando las evidencias contradicen sus discursos. La falsa modestia es tan dañina como la más abyecta ostentosidad, con la que se trata de entronizar la “superioridad” que otorgan el dinero, los lujos y la posesión de bienes materiales como símbolo de éxito.
El alumno más avanzado en estridencias, tanto como en lances retóricos para lo cual no emplea ninguna economía, Alejandro Moreno, dirigente del alicaído partidazo de la revolución institucionalizada, con paso marcial se dirige al estrado para “dialogar” con su mentor y reclamarle de manera poco ortodoxa al genio de los desplantes. A gritos le espeta que no le quiera dar la palabra a su grupo político o sus restos, siendo que había sido un acuerdo y costumbre parlamentaria.
Por su parte, el presidente del senado conmina al increpante o colega de la desmesura a dirigir sus reclamos desde su curul para que le conceda la palabra.
Los gritos no cesan y los decibeles se incrementan, mientras la presidencia hace temblar al recinto con una frase lapidaria: “respeto a la presidencia!!!!!”, cuando quien porta semejante investidura es ampliamente conocido por la genial excentricidad de la estridencia para llamar la atención y tratar de imponerse; la tosca realidad coloca al respetable en la disyuntiva del llanto o la risa loca.
Alito insiste y con el dedo índice alcanza a rozar el atuendo presidencial por la parte superior de su brazo derecho y no se hace esperar el reclamo de Noroña por el “violentísimo acto” con que se agrede a la investidura.
Como auténticos gladiadores, dos colegas senadoras literalmente se trenzan en forcejeos dignos de un pasaje glamoroso de la lucha libre. Siempre he pensado que las mujeres pueden dignificar la política porque han sido siglos de vivir abyecciones de todo tipo, de modo que podríamos albergar no cometerán los despropósitos largamente padecidos. Resulta espeluznante ver que eso que llamamos realidad es más compleja que unos buenos deseos lunáticos. Y, sin embargo, hay que seguir pensando y actuando para que las condiciones y nuestros propios parlamentarios cambien en aras de un entedimiento racional y civilizado. No hay que espantarse de los exhabruptos, es menester combatirlos cuando esto se convierte en el único método de convencimiento.
Noroña, con su peculiar forma de proceder no hace sino mostrar de manera brutal el estilo bronco de un cierto tipo de izquierdismo o de militantes de la oposición “progre” que se regodea con su talente pendenciero. De hecho, la izquierda mexicana siempre se ha consumido entre su propio elitismo de clase que desprecia en la práctica lo popular, aunque en el discurso suelen sostener lo contrario.
El “candidato del pueblo” es captado un día cualquiera en una camioneta Volvo XC90 híbrida. De entrada, el senador exhibe una suerte de conciencia “ambientalista” ya que se trata de un vehículo que está diseñado para “ahorrar combustible fósil”. No obstante, se trata de una automóvil con valor de mercado superior al millón seiscientos mil pesos. Los argumentos del senador al respecto es que su transporte privado no es del gobierno sino producto de su trabajo y eso es respetable. Considera que hay una intencionalidad oculta en la prensa que lo exhibe porque “nada dijeron de sus guayaberas que son proporcionalmente más caras”. Pero hay dos problemas aquí. Aceptando que, en efecto, esto es producto de su trabajo, resulta que prácticamente toda la vida se ha desempeñado en cargos públicos. Más difícil de justificar es el hecho de que semejante carruaje contradice el discurso de la austeridad y ese es un rudo golpe a su pretendida condición pueblerina. Es verdad que fue señalado por la prensa y no siempre por las buenas razones, pero no se le puede criticar a los medios que exista interés periodístico en esto; de lo contrario se trata de castigar al mensajero y no al mensaje.
En la feria de los excesos, Alito Moreno todavía es más desafiante. Como si faltasen esfuerzos adicionales para documentar sus despropósitos, el propio dirigente hace gala de su pasión por vehículos deportivos, se apropia inopinadamente de lugares de playa en su tierra natal y, campechanamente, sigue controlando los hilos de su partido o lo que aún queda de este.
Después de sus altercados en tribuna, una dosis de testosterona no se escatima para coronar la muy popular y fanfarrona conducta parlamentaria. Alito y Noroña llevan hasta el límite la diatriba camuflada por un debate inexistente o carente de todo juicio racional porque, sobre todo, de lo que se trata es de hacer evidente el derroche de su singular comportamiento machista. A los reclamos airados de Alito Moreno, el senador Noroña, casi con budista moderación señala: “los dos somos hombres”. Y le faltó agregar: y podemos llegar a los golpes; pa qué tanto discutir si podemos arreglar nuestras diferencias de manera más expedita. ¡¡¡ agárrennos, por favor !!! Este es el tipo de “diálogo” que pretenden implantar haciendo gala de su intransigencia y arbitrariedad como método para descalificar al otro. Noroña vive su propio infierno que tantas veces usó mientras se enorgullecía de sus exhabruptos, en la más pura estatura moral con que la izquierda (o una parte de ella) se siente tocada por la santísima Trinidad.
Como parte de nuestras desgracias nacionales debemos aceptar que no son ellos los únicos portadores de comportamientos inapropiados. Orgulloso de sus extravagancias, mientras es descubierto usando los servicios aéreos de una compañía de transportación en helicóptero, el senador Monreal confirma que, en efecto, usa a menudo ese tipo de vehículo y así lo veremos durante los próximos días, años o hasta la eternidad. Después de alguna reconvención presidencial, el senador recupera la cordura y asegura que volverá a la moderación franciscana. No deja de ser esto simplemente una anécdota pasajera y algo incómoda para un personaje curtido en las grandes ligas de la política, si no fuera porque existe una campaña al interior mismo de Morena en la que se disputan el poder que se traduce en cargos para sus allegados.
Un ex-alcalde del sur de Veracruz intenta con falsa gazmoñería trivializar la adquisición con dinero público de una camioneta Toyota FJ Land Cruiser y, como si se tratase de un vehículo utilitario, referirse a ella como su vocho. Es verdad que no es de las más caras (su costo está por debajo del medio millón de pesos), mucho menos en esta época en que los precios de estos autos se han disparado, pero la innecesaria invocación falsamente austera provoca el efecto contrario. Más aún, el alcalde culmina lo que los propios pobladores asumen como símbolo inequívoco de éxito: una vez conquistado el poder hay que evidenciarlo con ostentocidad.
Noroña sintetiza la esquizofrenia recurrente de la izquierda mexicana que, seducida por la acumulación de bienes materiales, muestra con patetismo el verdadero rostro de sus inclinaciones por el control de los recursos y un poder sin límites e inmune a las críticas. ¿Cómo se le puede inquirir a alguien que resulta la encarnación pura y dura del pueblo? El pueblo como talismán de lo sacro termina por transferirles esa sensación de santidad incontrastable. Los santos y sus revelaciones no se cuestionan, salvo que se asuma la condición de blasfemo.
Estas tensiones internas siempre han acompañado a las agrupaciones de izquierda y, con frecuencia, las han desgarrado internamente. Entre el elitismo clasemediero, la pequeña burguesía y el resto de los mortales que dicen representar existen siempre diatribas, tensiones y pasiones; ingredientes peligrosos para la autodestrucción. Donde hay una agrupación de izquierda existen cinco corrientes y todos son generales. En su fuero interno todos pretenden los privilegios del poder y luchan descarnadamente por ellos. ¿Cómo pretenden ser solidarios con el pueblo si resultan incapaces de ejercer tal virtud entre ellos mismos?
Ojalá los integrantes más prudentes de la izquierda hagan un acto de contrición para desembarazarse de semejantes invocaciones y prácticas de superioridad moral con que pretenden establecer distinciones insostenibles entre buenos y malos. Nada hay más contrario a la izquierda que un discurso maniqueo sustentando en la más temeraria sensación de pureza. Su inclinación hacia la moderación y la austeridad es encomiable sobre todo a raíz de los excesos cometidos por la vieja clase política, pero se convierte en diatriba cuando descalifican a quienes no piensan como ellos desde la impostura de un pudor inobjetable. |