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Miércoles 12 de marzo de 2025
Hacer el super

Actualizado: 2025-02-21

Hacer el super


 


Por: Efraín Quiñonez León


21/02/25


 


Tiro Libre


Si de proveer o abastecerse de los artículos de primera necesidad se trata, los mexicanos no hemos dejado del todo de apelar a nuestras costumbres bien arraigadas. Entre el avance inexorable de las tiendas departamentales y la proliferación cada vez más amplia de los supermercados, tenemos siempre reservado algún momento para visitar las multitudes que se concentran en la vía pública; como en el caso de los mercados sobre ruedas, en las pequeñas tiendas de barrio o en los mercados, singulares centros de acopio para pequeñas, medianas y grandes ciudades.


Cada uno de estos lugares segmenta a los consumidores. Entre la clase media que a menudo visita las tiendas departamentales o los super´s que exigen la compra de una identificación, como si con ello se adquiriese la exclusividad de los productos que en esos lugares se venden. En teoría, no solamente se participa de una compra de bienes que no se pueden adquirir en otros lugares o centros de abasto, pero ni el público, ni los comerciantes se creen semejante relato de la publicidad y la propaganda. A decir verdad, esto no es necesariamente así, pues la tal peculiaridad o supuesta exclusividad se concreta en unos cuantos productos y el resto no puede ser contrarrestado frente a la irrupción China.


Pero cuando observamos el carácter masivamente tumultuario de los lugares disponibles dentro de los grandes almacenes y en las plazas comerciales donde se ofrecen alimentos de comida rápida, uno puede atravesar por inquietantes estado de ánimo y perturbadores momentos viendo el exceso. Es común ver a familias completas que literalmente llegan al super a desayunar o comer; mientras los niños son involuntariamente aleccionados mediante la didáctica de ingerir alimentos poco apropiados, augurando las indeseables consecuencias de la obesidad infantil. Los excesos del placer consumista se complementan a la perfección con la ingesta desmedida de alimentos, cuyo escaso valor nutrimental es el camino seguro y más corto al sobrepeso con todas las consecuencias que esto conlleva. 


Sin embargo, proceder a visitar algún supermercado con la Demoledora suele ser una experiencia que traspasa la maravilla de prolongar por otros medios la cercanía que hemos alcanzado, al delirio de la pasión por cubrir una necesidad mediante un producto o bien que en quizás no necesitamos. Para ella, no hay mejor terapia para el estrés que el desplazamiento por pasillos repletos de productos muchas veces innecesarios. La mejor prueba de su entusiasmo es verla cantar y hasta bailar mientras se abastece de frutas, verduras, lacteos; así como enseres de diverso tipo y manufactura. Cual si fuera una bailarina en el carnaval de Río de Janeiro se mueve cadenciosamente entre anaqueles y al compás de la música que la inspira va escogiendo los jamones, las verduras, las frutas y todo aquello que considera indispensable. En el delirio que le provoca verse reflejada como la encarnación exuberante de las bailarinas del Tropicana o del Sambódromo, transita las avenidas cual si fuera reina de la comparsa estrella, imponiendo a su séquito el compás y vaivén en sus desplazamientos por la moderna plaza de las mercaderías.


Entre sus lances dancísticos se vuelve hacia mi y en la forma pícara que la distingue me interroga: ¿No necesitas nada? Mira, la albahaca se ve muy fresca. Puedes llevar las tangerinas que tanto te gustan. Mis incesantes negaciones no la hacen achicarse frente al castigo y, cual si fuese representante de alguna marca de su preferencia, me documenta sobre los beneficios de algunos productos.


En una ocasión me dijo que tenía la encomienda de comprar trapos de cocina ¿Me acompañas? Me preguntó. Acepté de inmediato, no tanto porque tuviese alguna necesidad de adquirir algo, sino porque nos divertimos mientras recorremos una intrincada avenida repleta de objetos y personas. Estas son muy buenas porque son lavables, me dijo. Después de pagar recibí con generosidad una dotación completa de enseres para la salubridad que agradecía de inmediato. Toma, me dijo, para que no dejes de limpiar el mugrero que simpre dejas en la cocina. Tu siempre tan linda, repliqué.


Desde luego, estoy en deuda con ella por toda la información que me hace llegar acerca de los productos que considera buenos, útiles o apropiados para ciertas labores en casa. Tampoco, deja de informarme sobre los precios y la calidad de las mercancías. No obstante que esta vez me mantuve en la negativa, ya que no consideré necesario adquirir los trapos que me sugería; continúo documentándome acerca de algunas de las mercancías que más aprecia o que la sorprenden acaso por la utilidad que puedan llegar a tener o la estética que le atribuye a las formas del empaque.


De las frutas, la verduras, los jamones y los yogures, pasamos al área de lavandería. La Demoledora no tardó en darme indicaciones sobre qué tipo de jabón debo usar para la ropa y la negativa a usar algún tipo de suavizante de telas por el penetrante perfume u olores que despiden, pudiendo tener sabe dios que clase alquimia susceptible de provocarnos algún daño en nuestra frágil humanidad. El otro día me explicaba que tuvo necesidad de quitar la colcha de su cama porque no aguantaba el penetrante e irritante aroma. Ya ves, me dijo, como han proliferado distintos tipos de cánceres. No le falta razón y no tengo más remedio que aceptar su diagnóstico implacable.


Finalmente, tocó el turno a los productos de higiene donde adquiere un lugar central el papel de baño. Entre los desodorantes para contrarrestar los malos olores que migran de nuestro cuerpo, los líquidos para eliminar gérmenes que pueblan el recinto especialmente diseñando para evacuar nuestras muestras residuales, el higiénico se ha convertido en artículo de primerísima necesidad. Como todo lo que ha sido tocado por el capitalismo y los impactos de la mercadotécnica que estimula nuestras “necesidades” de distinción hasta en situaciones tan escatológicas; las marcas, texturas y magnitudes de todo tipo convierten un artículo de tan penoso destino en el símbolo por antonomasia de la asepsia personal. En su función, semejante invento no da lugar a tan diversas marcas, de modo que la competencia se desarrolla entre la calidad y la cantidad del producto ofrecido. Pero la información basada en la prueba empírica irrefutable supone un uso reconfortante o repulsivo. Con voz apenas audible, la Demoledora me confía su determinación con base en la experiencia de las amistades. Me da las señales del producto y de inmediato lo ubicamos. Y como si hubiésemos llegado a la tierra prometida exclamó: sí, ese es, para después de manera expedita tomar una buena dotación de semejante mercancía que convierte su textura en caricias para las partes íntimas.


Con su estricto apego a las normas (aunque en su fuero interno sabe que las debilidades incluso a ella la acechan siempre), la Demoledora cree estar hecha de una sola pieza y es lo que intenta proyectar en todos los planos de la vida. Es bueno estar cerca de ella porque no deja de ser admirable su apego inquebrantable, casi como disciplina militar, a las reglas que teóricamente nos permiten una vida en común. Por oposición, uno puede ser objeto de recriminaciones hasta involuntarias o sin que medie comunicación verbal alguna. Entonces, se convierte en una suerte de termómetro con que podemos medir nuestras desviaciones del carácter o ser rehén de nuestras pasiones muy humanas. En la vida silvestre con que se sostiene una lucha interna entre las fuerzas del bien y el mal como rasgos distintivos de nuestra personalidad, ocurre que podemos ser presa de uno u otro impulso siendo duramente castigado por un superyo inflexible, o bien recompensado por corresponder con acciones socialmente apropiadas. Pero las cosas de la vida ordinaria -todos lo sabemos- no son unicolor sino, más bien, tomamos decisiones en una rara mezcla entre el deber ser, nuestros anhelos y las compensaciones inmediatas que nos permiten estar de buen ánimo frente a lo adverso de nuestras tragedias cotidianas. Por esas razones, perder el tiempo en el super puede ser un breve o prolongado remanso para la evación o combatir el tedio; pero igualmente una batalla, a veces amigable, otras no tanto, en que afloran las diferencias por las marcas más apropiadas del jabón de baño o la pasta dental.

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