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Martes 16 de septiembre de 2025
Comunicación libre

Actualizado: 2025-04-28

Comunicación libre


Por Ruben Dario GV


Esta semana, mientras múltiples acontecimientos sociales sacuden las conciencias colectivas, resulta pertinente detenerse en uno de los fundamentos invisibles que sustentan las dinámicas democráticas modernas: la comunicación libre. No como un simple fenómeno espontáneo, sino como una construcción histórica, filosófica y científica que sostiene la arquitectura social contemporánea.


La historia muestra que toda sociedad que ha aspirado a la democracia ha entendido la necesidad de permitir a sus miembros expresarse sin coacción. Desde los ágoras griegos hasta las plazas virtuales de internet, la palabra libre ha fungido como motor de la crítica, la innovación y la transformación. En su célebre "Contrato Social", Jean-Jacques Rousseau advirtió que la soberanía reside en la voluntad general, pero esta voluntad no puede existir sin un flujo abierto de ideas y deliberaciones. Así, la comunicación libre no es un accesorio de las sociedades democráticas, sino su condición de posibilidad.


No obstante, la libertad de comunicar no exime de responsabilidad. Como afirmaba John Stuart Mill, la libertad de uno termina donde comienza el daño al otro. La posibilidad de expresar ideas debe equilibrarse con el deber de respetar la dignidad ajena. En la era de internet, donde un mensaje puede alcanzar a millones en segundos, la difusión irresponsable de desinformación o de discursos de odio puede desencadenar daños de magnitudes insospechadas. Estudios recientes del MIT Media Lab evidencian que las noticias falsas viajan seis veces más rápido que las verdaderas en redes sociales, lo que ilustra la gravedad del fenómeno.


Por ello, la educación crítica se convierte en un imperativo. Enseñar a discernir, a contrastar fuentes y a argumentar con rigor científico no solo protege a los individuos, sino que preserva la salud de todo el cuerpo social. Comunicar no debe entenderse como un derecho absoluto desligado de toda consecuencia, sino como una práctica social que exige madurez y ética.


En este contexto, surge el debate sobre el papel del Estado. La tentación de los gobiernos de controlar la comunicación bajo el pretexto de preservar el orden social es un fenómeno documentado a lo largo de la historia, desde los regímenes totalitarios del siglo XX hasta las democracias contemporáneas que coquetean con legislaciones restrictivas. La censura, lejos de fortalecer a la sociedad, la priva de su capacidad de autodepuración y crítica. Platón advertía en La República que la degeneración de la palabra pública precede a la tiranía. No cabe duda de que un Estado que monopoliza la comunicación mina la transparencia y entorpece el avance de los pueblos.


La regulación, en su justa medida, tiene lugar legítimo: perseguir delitos como la apología del odio o el ciberacoso protege derechos fundamentales. Sin embargo, traspasar esa frontera hacia el control de contenidos legítimos transforma al vigilante en opresor. Así, la legislación debe ser instrumento de equilibrio, no de hegemonía.


El internet, pese a sus defectos y peligros, representa aún uno de los espacios más libres para la comunicación humana. Ha permitido que movimientos sociales, investigaciones científicas y denuncias ciudadanas florezcan donde antes solo


había silencio impuesto. Preservar este ámbito exige reconocer que la libertad de expresión y la responsabilidad individual son inseparables: una comunica, la otra da sentido y medida a esa comunicación.


La construcción de sociedades justas no será obra exclusiva del gobierno ni del mercado. Será resultado del ejercicio cotidiano de una ciudadanía crítica, consciente de que cada palabra dicha o escrita modela el tejido social. Tal vez, como sugería Kant, la Ilustración no sea más que la salida de la humanidad de su autoculpable minoría de edad: atreverse a saber, pero también atreverse a comunicar con verdad, respeto y responsabilidad. Porque la libertad de comunicarnos es uno de los pocos tesoros que, si no lo cuidamos con inteligencia y virtud, podría perderse sin que siquiera notáramos su ausencia.

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