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Sábado 05 de julio de 2025
Del yugo de la memoria al impulso del presente

Actualizado: 2025-04-21

Del yugo de la memoria al impulso del presente


 


Por Ruben Dario GV


 


Hace unos años, un viejo amigo me confesó entre susurros que vivía “atrapado en los recuerdos”. Aquella frase resonó en mis pensamientos de manera inquietante: ¿cuántos de nosotros cargamos con la historia como un lastre en lugar de usarla como trampolín? Es por eso que hoy, reflexiono sobre la manera en que la memoria colectiva puede empujarnos hacia adelante o encadenarnos al pasado.


 


La historia de nuestras comunidades no es un capítulo cerrado al que podamos darles la espalda, es el tejido mismo que conforma nuestro presente. Sin embargo, cuando convertimos el pasado en un yugo inamovible, dejamos de caminar hacia adelante; nos estancamos en la nostalgia de agravios y en la indulgencia de culpas ajenas. Una postura verdaderamente madura frente a la historia implica, por el contrario, aceptar el peso de nuestras páginas antiguas —con sus glorias y sus pecados— y convertirlo en el combustible que impulse un mañana distinto.


 


¿Por qué es imprescindible superar el pasado? Primero, porque aferrarnos a la ira colectiva nos priva de la lucidez necesaria para discernir entre quienes buscan justicia y quienes, aprovechando el resentimiento, manipulan voluntades. Mientras las llamas de la indignación arden sin control, la razón retrocede y los discursos polarizantes florecen. La víctima de ayer necesita al verdugo de hoy para sostener su identidad de agraviado, y así se cierra un círculo vicioso en el que nadie gana, salvo quienes capitalizan el enojo.


 


Segundo, porque la memoria colectiva no es un museo de horrores, sino una brújula de aprendizajes. Como enseñó Yuval Noah Harari, la grandeza de las sociedades no proviene de obsesionarse con sus fallos, sino de reinterpretar pragmáticamente sus trayectorias para construir nuevos paradigmas. Del mismo modo que Thomas Kuhn describió el cambio científico como el relevo de marcos rígidos por ideas más flexibles, también nuestra evolución social demanda abandonar estructuras mentales estancadas. Así, las lecciones del ayer no deben convertirse en rejas de la amargura, sino en peldaños hacia una convivencia más equitativa.


 


Tercero, porque asumir la responsabilidad del presente es el arma más poderosa contra la resignación. Cuando culpamos exclusivamente al pasado, nos lavamos las manos de la toma de decisiones actuales: “lo malo de hoy es culpa de ayer”, decimos, y dejamos de preguntarnos qué podemos hacer ahora. Pero si interiorizamos que cada acción (desde el voto hasta la simple conversación) moldea el rumbo de la sociedad, recuperamos el poder de transformarla. La historia, entonces, se convierte en un taller: en él, desarmamos errores pretéritos, aprendemos de sus engranajes rotos y reacondicionamos la maquinaria colectiva para que funcione con eficiencia moral.


 


Claro está, reconocer las cicatrices del pasado no equivale a negar su dolor ni a trivializar las injusticias. Más bien, exige una honestidad intelectual capaz de sostener el contraste entre el recuerdo y la esperanza. En palabras de Hannah Arendt, no basta con condenar el mal; hace falta impugnar la banalidad del resentimiento que lo perpetúa. Solo así se puede tejer una comunidad en la que la corrección de viejos agravios se convierta en un acto de fortaleza, no en un espectáculo de angustia que alimenta rencores.


 


Finalmente, superar el ayer no es un gesto de olvido, sino de liberación. Es una invitación a asumir que nuestra identidad social se construye cada día, a través de decisiones colectivas conscientes. Es la convicción de que, lejos de encerrar al pasado en un cajón de reproches, podemos rescatar sus enseñanzas para edificar un futuro más justo. Así, dejamos de ser reos de la memoria y nos transformamos en artesanos del porvenir.


 


En este presente en el que el ruido de la queja amenaza con sepultar la voz de la razón, hagamos una tregua, abracemos nuestra historia con toda su complejidad, aceptemos el desafío de aprender de nuestros errores y actuemos con la energía de quien sabe que las grandes transformaciones comienzan en el aquí y el ahora. Solo quien suelta el lastre del resentimiento puede avanzar con la confianza de quien sabe que las páginas aún por escribir dependen, en última instancia, de la voluntad colectiva de quienes comparten la misma historia.

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