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Miércoles 05 de febrero de 2025
El costo de una diplomacia rota

Actualizado: 2025-02-02

El costo de una diplomacia rota


Por Ruben Dario GV


El 1 de febrero de 2025, la Casa Blanca oficializó la imposición de un arancel del 25% a las importaciones provenientes de México. Con un discurso incendiario, el presidente Donald Trump justificó la medida bajo el argumento de que el gobierno mexicano mantiene vínculos con el narcotráfico y no ha cumplido con sus obligaciones para frenar la migración irregular. En un gesto políticamente calculado, Washington colocó a México en la misma categoría que China y Canadá, señalando que el comercio debe ser un arma de presión y no un puente de colaboración.


La respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum no se hizo esperar. Con un tono enérgico, calificó las acusaciones como "calumnias" y anunció la aplicación de "medidas arancelarias y no arancelarias" en represalia contra Estados Unidos. Pero más allá de la retórica nacionalista, cabe preguntarse: ¿cuál es el verdadero impacto de esta decisión? ¿Es esta una crisis económica o el síntoma de un problema más profundo en la relación bilateral?


Desde una perspectiva pragmática, los efectos de estos aranceles serán inmediatos y devastadores. Sectores como la industria automotriz, el acero, el aluminio y la agroindustria enfrentarán una grave contracción. Las exportaciones mexicanas, que dependen en gran medida del mercado estadounidense, podrían sufrir una desaceleración sin precedentes, mientras que la inversión extranjera se verá afectada por la incertidumbre. Como un reflejo casi natural, el peso se devaluará, aumentando la inflación y reduciendo el poder adquisitivo de los ciudadanos.


Sin embargo, el golpe no será solo para México. Estados Unidos también resentirá las consecuencias. La imposición de aranceles provocará un aumento en los precios de productos importados desde México, como frutas, verduras, carne, cerveza, autos y electrodomésticos. Esto golpeará directamente a los consumidores estadounidenses, particularmente en estados fronterizos como California, Texas, Florida y Arizona, que dependen en gran medida del comercio con México. En su afán proteccionista, la administración Trump está sacrificando la estabilidad económica de sus propios ciudadanos en aras de una narrativa electoralista, tal como lo ha venido haciendo el gobierno en nuestro país.


La acusación de que el gobierno mexicano mantiene vínculos con el narcotráfico no es nueva. Durante décadas, la sombra del crimen organizado ha sido utilizada como justificación para intervenciones diplomáticas, estrategias de seguridad y, ahora, decisiones comerciales. No se puede negar que la infiltración del narcotráfico en las instituciones gubernamentales ha debilitado el Estado y generado un clima de desconfianza. La violencia y la corrupción han erosionado la capacidad del gobierno para garantizar la seguridad nacional, y esto, a su vez, ha brindado argumentos a quienes buscan deslegitimar a México en la esfera internacional.


Pero si el problema es real, también lo es la hipocresía. Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo y el epicentro del blanqueo de capitales provenientes del narcotráfico. Sin la demanda estadounidense, la economía criminal no tendría los mismos incentivos para proliferar. Sin la corrupción en su sistema financiero, el dinero de los cárteles no encontraría refugio. Sin la venta indiscriminada de armas desde el norte, los grupos criminales no tendrían el poder de fuego que hoy poseen. Y, sin embargo, el señalamiento siempre es unilateral.


En este contexto, el gobierno mexicano enfrenta una encrucijada. Apelar a la unidad nacional es una respuesta natural, pero también una estrategia riesgosa. Durante años, la polarización ha sido el motor de la política mexicana: quienes no están con el gobierno son "traidores" y quienes lo critican son "adversarios". Ahora, en medio de una crisis internacional, los llamados a la cohesión pueden sonar huecos si provienen de quienes han sembrado la división.


El reto no es menor. Responder con una guerra arancelaria podría ser un acto de orgullo, pero también un suicidio económico. Competir con la mayor economía del mundo en una escalada comercial es una estrategia condenada al fracaso. La alternativa, sin embargo, requiere de una habilidad política que pocos gobiernos han demostrado en momentos de crisis: la diplomacia inteligente, la negociación pragmática y la autocrítica necesaria para reconocer las fallas internas.


Lo que está en juego no es solo el comercio bilateral, sino la forma en que México se proyecta ante el mundo. La imposición de aranceles no es un simple castigo económico, sino un mensaje político: la imagen de México está siendo moldeada por fuerzas externas, y su gobierno debe decidir cómo responder.


Si la estrategia es el victimismo, la narrativa de la Casa Blanca triunfará. Si la respuesta es la confrontación irracional, las consecuencias económicas serán devastadoras. Pero si el gobierno logra convertir esta crisis en una oportunidad para redefinir su relación con Estados Unidos, fortalecer sus instituciones y depurar su propio sistema, entonces esta turbulencia podría ser el catalizador de un cambio genuino.


Como siempre, los discursos grandilocuentes pueden encender los ánimos momentáneamente, pero solo las decisiones inteligentes trascienden en la historia. La pregunta es si el gobierno actual está dispuesto a actuar con la altura de miras que la situación exige o si, una vez más, el orgullo político se impondrá sobre la razón de Estado.

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