El ciclo inevitable de la democracia
Por Ruben Dario GV
Tal como hemos abordado en entregas anteriores de esta columna, proseguiremos con el análisis de la democracia, en la que enarbolamos la bandera de libertad y progreso en las sociedades modernas, y como se ha establecido, parece estar atravesando un periodo de turbulencia en el que la confianza de la ciudadanía se debilita y, paradójicamente, nos lleva a elegir opciones que ponen en riesgo su propia esencia. En México, y en muchas otras naciones, observamos cómo la voluntad popular ha otorgado el poder a un solo grupo, generando dudas sobre el rumbo que tomará nuestra estructura política. Nos enfrentamos a la preocupante realidad de que, desde la misma democracia, podría estarse allanando el camino hacia una autocracia.
Este fenómeno no es exclusivo de nuestra época. La historia nos enseña que la democracia es cíclica; tiene momentos de auge y otros de crisis. La Grecia clásica, cuna de la democracia, fue testigo de cómo el deseo de orden y estabilidad llevó al surgimiento de líderes autocráticos que prometieron soluciones rápidas a problemas complejos. De manera similar, en la actualidad, el desencanto con las instituciones y la percepción de una corrupción rampante han generado un clima propicio para que la sociedad busque soluciones fáciles en el autoritarismo.
Uno de los principales retos de la democracia en México es la baja participación ciudadana, resultado de la pérdida de confianza en los políticos y en las instituciones. A esto se suma la persistente corrupción que erosiona la credibilidad del sistema, dejando un sentimiento de impotencia y apatía entre los ciudadanos. La justicia social y la inclusión de grupos vulnerables también son asignaturas pendientes que, si no se atienden, solo profundizarán la desafección hacia el sistema democrático.
No obstante, a pesar de sus imperfecciones, la democracia sigue siendo el modelo de gobierno más favorable para la vida en sociedad. Garantiza la participación ciudadana en la toma de decisiones, protege los derechos humanos y promueve la transparencia y la rendición de cuentas. Es un sistema que, aunque lento y muchas veces frustrante, permite el desarrollo económico y social a largo plazo.
Es crucial entender que respetar lo que elige la mayoría es la base de la democracia, aunque ello no implique que la mayoría siempre tenga razón. La voluntad popular refleja el estado de nuestra sociedad, con sus virtudes y sus defectos. Si el pueblo decide concentrar el poder en un solo grupo, es reflejo de su necesidad de cambio, de su anhelo por soluciones inmediatas y de su frustración con las promesas incumplidas del pasado.
Ante este panorama, la solución no es abandonar la democracia, sino fortalecerla. La educación cívica se erige como la herramienta más poderosa para empoderar a la ciudadanía, fomentando una participación informada y consciente. Necesitamos ciudadanos que cuestionen, que exijan transparencia y que no se conformen con discursos vacíos.
La democracia, como cualquier organismo vivo, evoluciona y se transforma. En momentos de crisis, es responsabilidad de todos defenderla, mejorarla y adaptarla a las necesidades de una sociedad en constante cambio. Porque, a pesar de sus fallas, sigue siendo el camino más viable para la justicia, la paz y el progreso. |