La trampa de la polarización
Por Ruben Dario GV
En una sociedad diversa como la mexicana, el debate y la pluralidad de ideas deberían ser signos de vitalidad democrática. Sin embargo, en los últimos años, hemos sido testigos de una creciente polarización que amenaza con fragmentar el tejido social y erosionar los principios que sostienen nuestra convivencia. Esta división no surge de la nada: se nutre de un discurso político que, lejos de buscar la unidad, alimenta el antagonismo entre ciudadanos, promoviendo un enfrentamiento que parece beneficiar más a quienes gobiernan que a quienes son gobernados.
Según el Índice de Paz México 2023, la polarización política se ha convertido en un fenómeno preocupante. Factores como la desigualdad económica, la corrupción y ciclos electorales cada vez más conflictivos han contribuido a profundizar las divisiones. A esto se suma un entorno mediático marcado por enfrentamientos constantes entre el gobierno y los medios de comunicación, amplificando la sensación de que existen dos países llamados México irreconciliables.
Uno de los elementos más alarmantes es la tendencia de los discursos oficiales a deslegitimar cualquier opinión que difiera de la postura gubernamental. Desde los canales oficiales, se difunden mensajes que etiquetan a quienes disienten como enemigos de la patria o como obstáculos al progreso del país. Este tipo de narrativa no solo divide, sino que también limita la posibilidad de un debate crítico y constructivo, esencial para cualquier democracia saludable.
La polarización tiene consecuencias graves. La desconfianza en las instituciones se intensifica, debilitando la capacidad del Estado para abordar problemas críticos como la violencia o la corrupción. Además, los ciudadanos se vuelven menos propensos a participar en procesos cívicos, como las elecciones o las denuncias de actividades ilícitas, por miedo a ser estigmatizados. Este ambiente de enfrentamiento también dificulta la construcción de consensos necesarios para enfrentar retos colectivos.
Sin embargo, en esta crisis también hay una oportunidad. La polarización podría convertirse en un catalizador para fortalecer la participación política y promover la diversidad ideológica, siempre y cuando se fomente el diálogo y se eviten los extremos. Para ello, es fundamental que el gobierno adopte un papel de mediador y no de instigador. Gobernar para todos significa escuchar todas las voces, incluso aquellas que disienten. Significa reconocer que la unidad no se construye a partir del silencio impuesto, sino del respeto mutuo y la deliberación abierta.
Los medios de comunicación también tienen una responsabilidad crucial. En lugar de amplificar las divisiones, deben trabajar para ofrecer información objetiva que permita a los ciudadanos formarse un criterio propio. Del mismo modo, la educación cívica debe fortalecerse para fomentar una ciudadanía más informada y participativa, capaz de distinguir entre un debate sano y un enfrentamiento destructivo.
La polarización no es un destino inevitable. Es el resultado de decisiones políticas y sociales que, en cualquier momento, pueden ser reorientadas hacia un camino de reconciliación. En un país tan rico en diversidad como México, es hora de reconocer que nuestras diferencias no son una debilidad, sino una fortaleza que debemos aprender a gestionar con inteligencia y empatía.
El desafío es enorme, empecemos por rechazar el discurso de odio y apostar por el diálogo. Construyamos un país donde las ideas diferentes no sean vistas como amenazas, sino como aportaciones valiosas para el bien común. Porque al final, la verdadera grandeza de una nación radica en su capacidad para mantenerse unida en la diversidad. |