La democracia actual
Por Ruben Dario GV
La democracia, ese ideal político que ha guiado a las naciones modernas hacia el respeto por los derechos humanos y la participación ciudadana, enfrenta hoy desafíos que ponen en tela de juicio su solidez. En el caso de México, un país que ha transitado desde regímenes autoritarios hacia un sistema de elecciones libres y competitivas, los riesgos de confundir el liderazgo democrático con el populismo se han vuelto cada vez más latentes.
La democracia, como nos enseñaron pensadores como John Locke y Jean-Jacques Rousseau, se sustenta en la soberanía del pueblo y en el consentimiento de los gobernados. Locke hablaba de la protección de los derechos naturales: vida, libertad y propiedad, mientras Rousseau destacaba la voluntad general como fundamento de la autoridad política. Bajo estos principios, la democracia se convierte en el máximo reflejo de la libertad y la autonomía individuales, vehículo para alcanzar el bien común.
Sin embargo, el populismo ha irrumpido como una sombra que deforma estos principios. A primera vista, populismo y democracia pueden parecer similares: ambos apelan al "pueblo". No obstante, el populismo tiende a erosionar las instituciones democráticas al concentrar el poder en líderes carismáticos que prometen soluciones rápidas y directas, debilitando los contrapesos institucionales. Estudios de la Universidad de Harvard y el World Justice Project muestran que los gobiernos populistas suelen ser más propensos a restringir la independencia judicial y la libertad de prensa.
La diferencia entre un demócrata y un populista radica precisamente en el respeto a las instituciones y al Estado de derecho. Un demócrata construye consensos, fortalece las instituciones y garantiza los derechos individuales. Un populista, por el contrario, socava los contrapesos, polariza a la sociedad y utiliza la desinformación como herramienta de control. El populismo se alimenta de la división entre "el pueblo" y "la élite", presentando soluciones simplistas a problemas complejos, con consecuencias desastrosas para la cohesión social y la estabilidad política.
La historia reciente de México demuestra avances democráticos significativos: elecciones libres, alternancia en el poder y la creciente participación ciudadana. No obstante, la amenaza del populismo disfrazado de democracia exige una ciudadanía vigilante. El respeto a la separación de poderes, la libertad de prensa, la rendición de cuentas y el fortalecimiento de las instituciones deben ser pilares inquebrantables.
Hoy más que nunca, debemos recordar que la democracia no se limita a depositar un voto en las urnas. Implica participar activamente, cuestionar al poder, exigir transparencia y rechazar cualquier intento de concentración del poder que vulnere nuestras libertades. La democracia es un patrimonio colectivo que debemos proteger de los discursos que prometen soluciones fáciles a costa de nuestras instituciones.
La responsabilidad de preservar la democracia recae en cada ciudadano. Es deber de todos distinguir entre el liderazgo que busca el bien común y aquel que, bajo el disfraz de la voluntad popular, pretende socavar los cimientos democráticos. En tiempos donde la desinformación y la polarización amenazan con fragmentar nuestras sociedades, la participación crítica y consciente es nuestra mejor defensa.
México debe seguir apostando por la democracia, por un sistema donde la diversidad de ideas se respete, donde las instituciones sean sólidas y los derechos humanos inquebrantables. Solo así podremos evitar que la democracia se convierta en un mero espejismo, secuestrado por aquellos que invocan al pueblo para beneficio propio. |