La vida está en otra parte
Arturo Márquez Murrieta
Marisa Paseiro
Cuando éramos niños en los años 70 andábamos de arriba para abajo en las calles de Xalapa. Con Poncho Félix Paseiro subíamos las empinadas calles del centro desde la zona del estadio y llegábamos a Xalapeños Ilustres donde él y muchos otros amigos vivían. Después de cruzar un típico zaguán de una de las grandes casas xalapeñas y de subir unas escaleras que parecían salidas de los cuadros de Escher, llegábamos a la casa de nuestros amigos Félix Paseiro donde nos recibía una señora con una voz y una sonrisa espectaculares, amigables, entrañables, inolvidables, que desde la primera vez que nos vio nos habló como si nos conociera de toda la vida, era Marisa Paseiro. A partir de esa primera vez que la conocí a mis diez años, a Marisa le hablé de tú y para mí siempre fue “Marisa”, independientemente que era la mamá de mis amigos.
El segundo gran recuerdo de esa casa del centro donde vivían los Félix Paseiro era el olor a guisos y comida suculenta. Desde una de esas infinitas terrazas de mosaicos coloridos llenos de dibujos simétricos, y desde donde se extendían pasillos, puertas y balcones con techos de tejas, salía y entraba Marisa (muchas veces acompañada también de Cristina su hermana) con su eterno delantal de matrona y cocinera dirigiendo un pequeño ejército de ayudantes de cocina. Por otra puerta salían las bandejas y charolas con comida tanto regional y local como española e internacional, aunque no sé porqué el platillo que más recuerdo volando desde esa misteriosa cocina eran esos típicos chiles xalapeños rellenos de pollo, rebosantes de cebollas y zanahorias en escabeche.
Marisa, al igual que todas las mamás de esa pandilla (que se volvía cada día más grande conforme pasábamos de la infancia a la adolescencia), soportó las travesuras, relajo y problemas en los que nos metíamos atravesando todos los tejados y azoteas del centro de Xalapa. Pero Marisa siempre nos recibía con una sonrisa pícara y creo que hasta cómplice. No recuerdo haberla visto enojada. Marisa sólo se reía y sonreía… y recordaba y decía que mis tíos Murrieta y Márquez todos “eran igualitos o peores”.
En las céntricas casas de los abuelos paternos y maternos de los Félix Paseiro - casa antiguas, grandes y laberínticas- jugábamos por todos los rincones escondidos, bodegas llenas de muebles viejos y máquinas empolvadas de todo tipo, inventando e imaginando historias salidas de nuestras subrepticias idas al cine Radio. Subíamos a la azotea de los abuelos Félix justo en la calle Enríquez -la calle más céntrica e importante de Xalapa- y desde ahí saltábamos a todas las azoteas de la cuadra, y nos escondíamos en las grandes letras del pasaje Tanos para desde ahí ver los desfiles de todo tipo en las fechas históricas o los del Carnaval que en ese tiempo todavía había en Xalapa, para luego bajar y perdernos entre la gente reventando en las cabezas de desconocidos huevos llenos de harina o de confeti.
También recuerdo a Marisa en algunos viajes a Puente Nacional o a Paso de Ovejas, en los que nos echábamos al río en llantas gigantes, o hacíamos fogatas nocturnas en la playa.
En ese tiempo, Marisa era para mí sólo “Marisa”, la mamá de mi gran amigo Pocho y la amiga de juventud de mis papás y tíos. Ya más tarde, quizá ya siendo universitarios, supe e hice conciencia que Marisa era realmente y muy probablemente la mejor cocinera de banquetes de Xalapa en ese entonces. Pero yo la seguí viendo igual y tratando igual: como una mamá más, como una señora que nos quería, nos entendía y nos soportaba.
Unos años después se fue a vivir a Las Animas y ahí, juntos con Mayi, Marisa chica, Mónica Morales Paseiro y mi hermana Alicia, nos juntábamos en su sala a cantar (mejor dicho, eran ellas las que cantaban) las canciones de Mocedades y de Juan Manuel Serrat ad nauseam y Marisa asomaba su cabeza desde la cocina para contarnos anécdotas o escuchaba nuestras conversaciones desde lejos, o discutía por algún detalle con Mayi, Mónica o Marisa. Otras veces jugábamos Chinazo o Gin-Rommy en su comedor hasta bien entrada la noche (escuchando a Camilo Sesto, a Serrat o los ínclitos Mocedades).
Ahora que a Fernando Félix y a mí nos une el amor y gusto por cocinar, hemos platicado esporádicamente sobre esa gran influencia de Marisa. En el caso de Fernando sin duda heredó su gran talento. También he platicado con chefs y grandes cocineras veracruzanas como Raquel Torres, los Bouchez, Memo Ochoa, etc., y Marisa no sólo era para todos y todas un hito obligado en nuestra tradición culinaria veracruzana, sino una señora querida, respetada y familiarmente entrañable.
Hoy le pregunté a Fernando que para él cuales habían sido los mejores platillos de su mamá y me contestó: “-Uff! muchos, no me viene uno en especial en este momento, era buena para todo ... Repostería , cocina española , mexicana , las pastas todo…Cocinaba con el corazón , todo le sabía a eso”… Pero insistí, dime tus favoritos: “-Paella, chiles en nogada, su robalo en salsa de perejil, las palomas al vino blanco, el mole, las empanadas, su pastel de chocolate, su robalo a la gallega o en Caldeirada, su tortilla, etc., todo… todo… todo…” Gracias, Gracias, Gracias querido Fernando.
Cuando yo era niño y adolescente siempre nos hablaban de los abuelos de mis amigos (es decir, los papás y suegros de Marisa), de lo importantes que habían sido en la historia de Xalapa. Pero la verdad es que yo no los conocí. En cambio, sí conocí a Marisa. Recuerdo su fortaleza durante el cáncer y muerte de Mayi. Pensé que eso la iba a tumbar, pero no, me sorprendió su resiliencia y su fortaleza moral y emocional. Marisa fue para mí como una tía o mamá más, por lo menos durante esos importantes años de infancia. Sobre todo, recuerdo su cariño incondicional hacia mí, mis hermanos y toda mi familia. La quise y, sobre todo, la admiré. Marisa fue una mujer fuerte, luchadora, incansable.
Xalapa ya no es la misma de hace 50 años, ni de hace 70 u 80 años. Pero al mismo tiempo Xalapa es lo que es por grandes xalapeños y xalapeñas que hicieron la vida cotidiana de muchas y muchos de nosotros más memorable y más querida, más vivible y más compasiva.
Lamento profundamente la partida de Marisa Paseiro, y mando un abrazo entrañable a Fernando, Marisa y Poncho, hermanos de la vida, hijos de la gran Marisa. |