La vida está en otra parte
Arturo Márquez Murrieta
Relatos de vida y “Lengua Madre”
Desde hace varios años -incluso antes de la pandemia del 2020, pero agudizada por ésta- he agarrado el gusto por leer relatos cortos que tienen que ver con vidas cotidianas o, mejor dicho, con la introspección personal que se traduce en recuerdos o relatos literarios, pero que su origen es la memoria del pasado personal o familiar.
Así, disfruté muchísimo los relatos cortos de la española Almudena Grandes y de la mexicana Guadalupe Nettel. Ahora les quiero contar de dos descubrimientos que hice en la última semana. El primero es el de Lucía Berlin. Por pura casualidad llegó a mí “Una noche en el paraíso”, colección de relatos. Durante varias semanas lo tuvimos en el buró de la cama sin tocarlo. El día que me quedé sin algo que leer lo tomé para ojearlo y hojearlo, y ya no lo dejé. Se trata precisamente de textos cortos que no podría llamarlos cuentos porque son una especie de autobiografía, aunque en muchos casos se presentan como narraciones en tercera persona como si se tratara de sucesos de vida de alguien más. Poco a poco te das cuenta que Lucia Berlin habla de sus recuerdos, de su vida, de su familia, de las personas que la marcaron en su infancia, en su adolescencia, en su adultez. Pero lo hace con un lenguaje fluido, sencillo, íntimo, divertido y, sobre todo, entrañable.
Al igual que Almudena Grandes y Guadalupe Nettel, Lucia Berlin pasó en una semana a ser una de mis escritoras favoritas. La razón, me parece, es porque uno se identifica con lo que dicen porque, conforme las lees, vas preguntándote o reflexionando sobre tu propia vida. Cuando lees a estas extraordinarias narradoras, quieres poder tener la capacidad de expresar esas mismas emociones o sensaciones sobre tus propios recuerdos. Y eso es lo que hace la literatura finalmente, llega alguien que está diciendo lo que tú sientes o, mejor dicho, expresa sentimientos y emociones que no sabías que tienes ahí guardados y que otra persona te los saca con su escritura.
Cuando lees a estas autoras quisieras terminar e irte a escribir tus propias memorias o relatos. Ellas hacen nacer en uno al escritor que tenemos adentro. Ellas nos empujan a pensar nuestras propias vidas y memorias desde un lugar distinto, y a mí me hacen una persona diferente una vez que las acabo de leer, y no sólo eso, sino que me motivan a pensar mi propia historia, a ver el pasado con nuevos ojos, y a describir y posiblemente escribir esos recuerdos, quizá no con la maestría y belleza con la que lo hacen Nettel, Grandes o Berlin, pero por lo menos me dan un ejemplo de cómo podría quizá hacerlo.
El segundo descubrimiento de la semana, ahora en forma de dramaturgia, fue “Diidxa’ ni guxana laanu. Lengua Madre”. Se trata de una obra de Freddy Palomec. En la descripción de la obra usan conceptos que la verdad no sé qué dignifican como obra biopersonal, biodrama o autoficción, pero si esas categoría se refieren a una introspección personal y sobre la memoria y el relato personal, me parece que Palomec logra algo extraordinario desde la sencillez y de manera muy genuina, una narración entrañable y que toca los corazones de cualquier persona.
Fui al preestreno, invitado por Paty Ivison y sus compañeros y compañeras de ORTEUV (la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana), y, al igual que los libros de Almudena, de Guadalupe y de Lucia, salí de la sala con una ganas infinitas de pensar mi propia historia y recuerdos, de reinterpretar muchas cosas de mi propio pasado y mi memoria, y principalmente de poder tener esa voluntad y capacidad de describirlo y escribirlo. Hacia Freddy mi sentimiento fue de total gratitud. Gratitud por entregarnos algo tan personal e íntimo, algo tan familiar y privado.
Estamos acostumbrados a que una novela, un cuento, una obra teatral nos cuenten, nos platiquen, nos relaten historias, ficción, sueños, críticas o reflexiones históricas, parodias, comedia, dramas, etc., pero no estamos acostumbrados a que alguien, frente a nosotros se “desnude”, se descubra, se abra y quiebre en lo más íntimo de su ser.
Desde luego la obra abre muchas preguntas, reflexiones y denuncias sobre ciertas realidades de este México nuestro lleno de desigualdades, injusticias, discriminaciones, abismos sociales que no vemos o no queremos ver, incluyendo el proyecto de asimilación cultural perpetrada en contra de la población indígena que, desde la Colonia y hasta los gobiernos posrevolucionarios, que se implantó. Y desde luego parte de la riqueza de “Lengua Madre” es provocar esa reflexión. En México todas y todos discriminamos, todos y todas somos racistas, somos culpables de una historia patria y matria llena de prejuicios y de ignorancias, pero no de ignorancias de conocimientos, sino ignorancias del alma, de la compasión, del corazón que provocan el egoísmo, la falta de empatía, y la persecución de metas meramente materiales e individualistas.
Pero para mí la riqueza de la obra de Freddy Palomec no radica únicamente en esas denuncias válidas y legítimas, radica en que nos muestra un camino más compasivo, un camino de vernos a los ojos, de ver a nuestros seres queridos, de ver nuestra historia y nuestra familia con nuevos corazones y con miradas distintas desde el amor, la compasión y el reconocimiento social, familiar y hasta comunitario; desde la reivindicación del pasado, pero de un pasado personal, familiar, biográfico; desde la reinterpretación de nuestras herencias y la reivindicación de nuestros padres y madres, desde el perdón y, también, porqué no, desde una interpretación hasta lúdica y gozosa de nosotros mismos y de dónde venimos.
Ahí radica mi encanto con Lengua Madre. Se trata de una obra desde el corazón y el perdón. Freddy mira ahora a sus padres y a su madre con la mirada que sólo puede traer la auto auscultación, la auto reflexión y el auto análisis personal de uno mismo, de tu familia, de tu pasado (incluyendo tus propios errores). Me pregunto a quién perdona más Freddy con esta obra o a quién le pide más perdón: a sus padres o a él mismo. En tal caso esta obra para Freddy es una catarsis, es una expiación, es una metanoia. Y me imagino la liberación que puede sentir al sacar todo eso. Lo increíble y lo que agradezco desde el alma, es que lo haya hecho en frente de cincuenta o sesenta desconocidos, en frente de todos nosotros los espectadores. Mi respeto y admiración para Freddy Palomec por darnos esa confianza y regalarnos algo tan personal.
Lengua Madre me regresa a mi reflexión principal. Narrar la vida, narrar lo más íntimo de nosotros, de nuestras historias, de nuestros dolores, sufrimientos o alegrías no es fácil. Y no es nada fácil hacerlo con la maestría que lo hacen Almudena, Guadalupe, Lucía y Freddy.
Y finalizo precisamente con eso. Lengua Madre, además de todo lo que ya dije, está llena de momentos inesperados, acompañada por recursos no convencionales, es suigéneris por muchas cosas que suceden y por la forma de mostrarlos y dártelos a ver. Y, sobre todo, está llena de la presencia, lenguaje, alma y corazón de Freddy. Una alma buena, sincera, genuina, que, no sé si él lo puede ver, pero un alma como la de sus padres, como la de Antonia Guzmán Antonio y Eufemio Palomec Rosado.
Es cierto, todos los mexicanos y mexicanas tenemos una deuda grande, muy grande, con nuestras etnias y pueblos originarios, con sus lenguas y culturas. Y aquí lo persona -esta historia personal, autobiográfica y desgarradoramente íntima e individual- es donde pasa a ser una historia de todos y todas: una historia, una herida, una deuda social y colectiva.
No falten a ver Lengua Madre en su temporada inicial: 24 de marzo al 02 de abril de 2023. Jueves y viernes 20:00 h, sábado 19:00 h y domingos 18:00 h. Teatro La Caja UV (Calle de la Pérgola s/n, zona Universitaria), en Xalapa, Veracruz.
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