La vida está en otra parte
Arturo Márquez Murrieta
¿Qué te mueve?
Una de las lecciones de la temporada del Covid fue que precisamente nos cambió nuestros “tiempos”. El tiempo de repente tuvo otro ritmo, otros espacios, otras maneras, y también otras dimensiones. Una dimensión importante fue que nos encontramos con más tiempo para nosotros mismos, para estar en y con la familia, para ver y vivir nuestras amistades de nuevas formas, y para estar y convivir con la naturaleza bajo una nueva mirada. La otra dimensión del cambio del tiempo fue que las nuevas tecnologías irrumpieron descarada e invasivamente nuestras vidas de manera quizás irreversible y enajenante.
Una de las reflexiones principales que me deja la primera dimensión del nuevo tiempo que nos trajo el Covid (y aquí hablo en términos meramente personales), es la de mayor libertad. Ciertamente en un principio la pandemia me trajo desconcierto y enojo, pero luego todo ello cambió para hacer un análisis de mí mismo, de mis prioridades, del uso de mi tiempo. Mi conclusión es que ese nuevo tiempo se tradujo en oportunidad en términos de libertad. Este nuevo tiempo me hizo verme distinto, en el sentido de hacerme más consciente de mis prioridades, motivaciones, historia y hasta conciencia.
El problema es que la segunda dimensión de este cambio, la de estar permanentemente conectados al huracán de información que recibimos diariamente, a las redes sociales, y la ocupación frenética del tiempo en cientos de mensajes y “notificaciones”, paradójicamente no nos permite escuchar y estar atentos al nuevo tiempo de libertad y conciencia de uno mismo.
La gran mayoría hemos caído nuevamente en olvidarnos del tiempo que nos trajo el covid y nos hemos rendido al estado de ocupación permanente y enajenación informativa en el que nos encontramos como seres humanos. Nos hemos abandonado y rendido ante lo que en inglés se dice “busyness”, a estar ocupados con cientos y miles de “ídolos” que nos distraen y nos evitan disfrutar del tiempo, de la libertad, de nosotros mismos.
Nos sentimos abrumados por acumular: noticias, información, experiencias. Tanto que los seres humanos estamos en una nueva etapa de la evolución humana o por lo menos creando una nueva cultura en la que el objetivo es “vivir bien”,
acumular, estar activos y ocupados, consumir, tener, estar en el mundo, obtener bienes materiales y consumibles.
Paradójicamente queremos eliminar lo horroroso de la vida, queremos más tiempo y más momentos de tranquilidad, de restauración, pero nunca lo podemos lograr. Nuestra forma “insana” de estar ocupados y activos no nos lo permite.
Sin embargo, hay una forma sana de estar ocupado. Nuestros ídolos contemporáneos como las redes, los teléfonos inteligentes, las redes sociales, el dinero, el alcohol, las drogas, el sexo, se convierten en una especie de compulsión que finalmente se traduce en una “enfermedad del alma”. Estos ídolos son síntomas superficiales de un mayor y más profunda enfermedad.
Al contrario de esta dimensión de ocupar el tiempo en los ídolos modernos, hay otra forma sana de ocuparse. Se trata de la restauración de uno mismo. Esta dimensión debe ser aprendida a través de preguntarnos ¿qué nos guía? ¿qué nos orienta? ¿qué nos mueve? La respuesta a estas preguntas es muchas veces la opinión de los demás. Nos mueve la inseguridad, el miedo, el dolor y la pena, el deseo material y/o sexual. Si paramos lo sentimos y por eso nos ocupamos.
Si queremos regresar al tiempo que nos trajo accidentalmente el covid, al tiempo de libertad, de vida y de conocernos a nosotros mismos y los demás, deberíamos hacernos concientes de estos nuevos ídolos y, por lo menos momentáneamente, dejarlos, rechazarlos, alejarnos de ellos y volver a tener conversaciones con uno mismo, estar más concientes de nosotros, de los que nos rodean, observarnos o, mejor dicho, traer nuestro “observador” (distinción de la ontología del lenguaje) más veces y más tiempo, y tratar de vivir más despiertos y ocupados sanamente, es decir, aprendiendo de nosotros mismos y de los demás; conectarnos con nosotros mismos y con los demás y todo lo que nos rodea, la naturaleza por ejemplo.
El descanso sería en ese sentido trabajar sin compulsión, de una forma sana, y el no descanso sería trabajar y estar ocupados como una enfermedad y enajenadamente, sin estar concientes, dejando que nos muevan estos nuevos ídolos.
Al parecer el mundo nos impulsa a esa actividad frenética y compulsiva, esa necesidad de estar permanentemente conectados, informados, consumiendo chismes, imágenes, noticias, lo que nos aleja de mundos (momentos, tiempos, actividades, sociedades, familias, amigos) más compasivos, de mundos más gentiles, amables, humildes.
En ese sentido el mundo sería una guía no compasiva de la humanidad y la libertad. El elegir el nuevo tiempo en su dimensión de ser concientes, sería una guía para una libertad compasiva.
Para ello necesitamos preguntar, cuestionarnos, indagar ¿qué estamos haciendo con nuestro tiempo? Debemos alertar y agudizar nuestro observador, o aprender a usar nuestro observador, para indagarnos a nosotros mismos: ¿qué nos mueve? Se trata de un aprendizaje de cómo vivir que nos guíe y mueva.
Para responder a esa pregunta también podemos ver o proyectar esa mirada hacia el futuro. Tener una visión de futuro también significa recuperar la promesa que nos hemos hecho como proyecto de persona. Se trata de retomar o de rediseñar nuestro futuro. Se trata de optar nuevamente por la oportunidad para el cambio, para la metanoia, para la transformación.
Escribo todo esto porque, quizá como muchos de ustedes, me siento abrumado (por este mundo) y percibo la necesidad de que mi tiempo (de libertad) sea diferente. Hay dos caminos o vías, la de aprender a conectar con uno mismo, hacia adentro de uno mismo, a través del aprendizaje que nos lleve al uso o manejo del tiempo hacia uno mismo, hacia adentro de nosotros mismos. El otro camino o vía es hacia una dimensión espiritual, o buscando la espiritualidad (de la forma que sea) para ir hacia afuera, hacia algo más grande que nosotros mismos, hacia nuestro creador, hacia Dios (cualquier identidad o concepto o doctrina que uno profesare).
Para cualquiera de esas conexiones a un tiempo con nosotros mismos o con Dios, necesitamos la escucha, necesitamos escuchar.
Nos envuelve y consume nuestro tiempo el ruido del mundo, esos ídolos contemporáneos a los que idolatramos y deísamos.
Probablemente por eso mismo me gustan y disfruto espacios y momentos de escuchar a otras personas que logran conexión con ellos mismos o con Dios, como admiración por ocuparse en un tiempo distinto que pareciera no ser de este mundo. En ese gusto puedo quizás ubicar a las personas que hacen música, las que escriben, las que hacen artes, o bien a las personas que oran, meditan, que tratan de conectarse con lo espiritual o con Dios. Admiro y envidio a quienes pueden y logran hacer cualquiera de ellas, ya sea arte o espiritualidad. Muy posiblemente porque yo no hago ninguna.
Son personas que, desde mi punto de vista, tienen y viven en un tiempo diferente, sano, que crean un mundo y mundos diferentes o alternativos a los que nos sume el mundo y vida moderna.
En el fondo el problema es el uso del tiempo. ¿Cómo usamos nuestro tiempo? El mundo nos jala a gastar nuestro tiempo en cosas superfluas, vanas, superficiales. La alternativa es usar el tiempo en conocimiento y aprendizajes de nosotros, de los otros, de la naturaleza, de Dios.
El problema es que el mundo nos llena de cosas, nos impone cosas que no queremos o que nos quitan el tiempo, que no nos dejan nada.
El punto es cómo usamos el tiempo. Con base en lo que nos mueve, en nuestras motivaciones, en nuestro proyecto de futuro, en mayor conocimiento y solidaridad con nosotros mismos y/o con los demás. O bien lo usamos en aletargarnos, alienarnos, enajenarnos, alejarnos, drogarnos con todos los ídolos de nuestro tiempo y del mundo moderno. |