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Lunes 20 de mayo de 2024
¿Qué te mueve?

Actualizado: 2023-04-27

La vida está en otra parte


Arturo Márquez Murrieta


¿Qué te mueve?


Una de las lecciones de la temporada del Covid fue que precisamente nos cambió
nuestros “tiempos”. El tiempo de repente tuvo otro ritmo, otros espacios, otras
maneras, y también otras dimensiones. Una dimensión importante fue que nos
encontramos con más tiempo para nosotros mismos, para estar en y con la
familia, para ver y vivir nuestras amistades de nuevas formas, y para estar y
convivir con la naturaleza bajo una nueva mirada. La otra dimensión del cambio
del tiempo fue que las nuevas tecnologías irrumpieron descarada e invasivamente
nuestras vidas de manera quizás irreversible y enajenante.


Una de las reflexiones principales que me deja la primera dimensión del nuevo
tiempo que nos trajo el Covid (y aquí hablo en términos meramente personales),
es la de mayor libertad. Ciertamente en un principio la pandemia me trajo
desconcierto y enojo, pero luego todo ello cambió para hacer un análisis de mí
mismo, de mis prioridades, del uso de mi tiempo. Mi conclusión es que ese nuevo
tiempo se tradujo en oportunidad en términos de libertad. Este nuevo tiempo me
hizo verme distinto, en el sentido de hacerme más consciente de mis prioridades,
motivaciones, historia y hasta conciencia.


El problema es que la segunda dimensión de este cambio, la de estar
permanentemente conectados al huracán de información que recibimos
diariamente, a las redes sociales, y la ocupación frenética del tiempo en cientos de
mensajes y “notificaciones”, paradójicamente no nos permite escuchar y estar
atentos al nuevo tiempo de libertad y conciencia de uno mismo.


La gran mayoría hemos caído nuevamente en olvidarnos del tiempo que nos trajo
el covid y nos hemos rendido al estado de ocupación permanente y enajenación
informativa en el que nos encontramos como seres humanos. Nos hemos
abandonado y rendido ante lo que en inglés se dice “busyness”, a estar ocupados
con cientos y miles de “ídolos” que nos distraen y nos evitan disfrutar del tiempo,
de la libertad, de nosotros mismos.


Nos sentimos abrumados por acumular: noticias, información, experiencias. Tanto
que los seres humanos estamos en una nueva etapa de la evolución humana o
por lo menos creando una nueva cultura en la que el objetivo es “vivir bien”,


acumular, estar activos y ocupados, consumir, tener, estar en el mundo, obtener
bienes materiales y consumibles.


Paradójicamente queremos eliminar lo horroroso de la vida, queremos más tiempo
y más momentos de tranquilidad, de restauración, pero nunca lo podemos lograr.
Nuestra forma “insana” de estar ocupados y activos no nos lo permite.


Sin embargo, hay una forma sana de estar ocupado. Nuestros ídolos
contemporáneos como las redes, los teléfonos inteligentes, las redes sociales, el
dinero, el alcohol, las drogas, el sexo, se convierten en una especie de compulsión
que finalmente se traduce en una “enfermedad del alma”. Estos ídolos son
síntomas superficiales de un mayor y más profunda enfermedad.


Al contrario de esta dimensión de ocupar el tiempo en los ídolos modernos, hay
otra forma sana de ocuparse. Se trata de la restauración de uno mismo. Esta
dimensión debe ser aprendida a través de preguntarnos ¿qué nos guía? ¿qué nos
orienta? ¿qué nos mueve? La respuesta a estas preguntas es muchas veces la
opinión de los demás. Nos mueve la inseguridad, el miedo, el dolor y la pena, el
deseo material y/o sexual. Si paramos lo sentimos y por eso nos ocupamos.


Si queremos regresar al tiempo que nos trajo accidentalmente el covid, al tiempo
de libertad, de vida y de conocernos a nosotros mismos y los demás, deberíamos
hacernos concientes de estos nuevos ídolos y, por lo menos momentáneamente,
dejarlos, rechazarlos, alejarnos de ellos y volver a tener conversaciones con uno
mismo, estar más concientes de nosotros, de los que nos rodean, observarnos o,
mejor dicho, traer nuestro “observador” (distinción de la ontología del lenguaje)
más veces y más tiempo, y tratar de vivir más despiertos y ocupados sanamente,
es decir, aprendiendo de nosotros mismos y de los demás; conectarnos con
nosotros mismos y con los demás y todo lo que nos rodea, la naturaleza por
ejemplo.


El descanso sería en ese sentido trabajar sin compulsión, de una forma sana, y el
no descanso sería trabajar y estar ocupados como una enfermedad y
enajenadamente, sin estar concientes, dejando que nos muevan estos nuevos
ídolos.


Al parecer el mundo nos impulsa a esa actividad frenética y compulsiva, esa
necesidad de estar permanentemente conectados, informados, consumiendo
chismes, imágenes, noticias, lo que nos aleja de mundos (momentos, tiempos,
actividades, sociedades, familias, amigos) más compasivos, de mundos más
gentiles, amables, humildes.


En ese sentido el mundo sería una guía no compasiva de la humanidad y la
libertad. El elegir el nuevo tiempo en su dimensión de ser concientes, sería una
guía para una libertad compasiva.


Para ello necesitamos preguntar, cuestionarnos, indagar ¿qué estamos haciendo
con nuestro tiempo? Debemos alertar y agudizar nuestro observador, o aprender a
usar nuestro observador, para indagarnos a nosotros mismos: ¿qué nos mueve?
Se trata de un aprendizaje de cómo vivir que nos guíe y mueva.


Para responder a esa pregunta también podemos ver o proyectar esa mirada
hacia el futuro. Tener una visión de futuro también significa recuperar la promesa
que nos hemos hecho como proyecto de persona. Se trata de retomar o de
rediseñar nuestro futuro. Se trata de optar nuevamente por la oportunidad para el
cambio, para la metanoia, para la transformación.


Escribo todo esto porque, quizá como muchos de ustedes, me siento abrumado
(por este mundo) y percibo la necesidad de que mi tiempo (de libertad) sea
diferente. Hay dos caminos o vías, la de aprender a conectar con uno mismo,
hacia adentro de uno mismo, a través del aprendizaje que nos lleve al uso o
manejo del tiempo hacia uno mismo, hacia adentro de nosotros mismos. El otro
camino o vía es hacia una dimensión espiritual, o buscando la espiritualidad (de la
forma que sea) para ir hacia afuera, hacia algo más grande que nosotros mismos,
hacia nuestro creador, hacia Dios (cualquier identidad o concepto o doctrina que
uno profesare).


Para cualquiera de esas conexiones a un tiempo con nosotros mismos o con Dios,
necesitamos la escucha, necesitamos escuchar.


Nos envuelve y consume nuestro tiempo el ruido del mundo, esos ídolos
contemporáneos a los que idolatramos y deísamos.


Probablemente por eso mismo me gustan y disfruto espacios y momentos de
escuchar a otras personas que logran conexión con ellos mismos o con Dios,
como admiración por ocuparse en un tiempo distinto que pareciera no ser de este
mundo. En ese gusto puedo quizás ubicar a las personas que hacen música, las
que escriben, las que hacen artes, o bien a las personas que oran, meditan, que
tratan de conectarse con lo espiritual o con Dios. Admiro y envidio a quienes
pueden y logran hacer cualquiera de ellas, ya sea arte o espiritualidad. Muy
posiblemente porque yo no hago ninguna.


Son personas que, desde mi punto de vista, tienen y viven en un tiempo diferente,
sano, que crean un mundo y mundos diferentes o alternativos a los que nos sume
el mundo y vida moderna.


En el fondo el problema es el uso del tiempo. ¿Cómo usamos nuestro tiempo? El
mundo nos jala a gastar nuestro tiempo en cosas superfluas, vanas, superficiales.
La alternativa es usar el tiempo en conocimiento y aprendizajes de nosotros, de
los otros, de la naturaleza, de Dios.


El problema es que el mundo nos llena de cosas, nos impone cosas que no
queremos o que nos quitan el tiempo, que no nos dejan nada.


El punto es cómo usamos el tiempo. Con base en lo que nos mueve, en nuestras
motivaciones, en nuestro proyecto de futuro, en mayor conocimiento y solidaridad
con nosotros mismos y/o con los demás. O bien lo usamos en aletargarnos,
alienarnos, enajenarnos, alejarnos, drogarnos con todos los ídolos de nuestro
tiempo y del mundo moderno.

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