La vida está en otra parte
Arturo Márquez Murrieta
Acoso
En la comunicación y convivencia social actual hemos ido aprendiendo poco a poco a utilizar un lenguaje no discriminatorio, más inclusivo, con perspectiva de género y respetuoso de las diferencias personales. Cada vez más se ve muy mal y se reprueba hacer referencias o comentarios a aspectos físicos o rasgos individuales de las personas con las que interactuamos directamente e, incluso, de las personas a las que nos estamos refiriendo que no tenemos en frente a nosotros.
Por otro lado, en las organizaciones privadas y públicas, se han venido promoviendo e implementando protocolos o códigos de ética que ya no sólo tienen que ver con la prevención de casos de corrupción y la promoción de honradez, sino que pretenden atender también las relaciones personales entre miembros de una organización o comunidad de trabajo a fin de evitar el acoso laboral y sexual, la discriminación, la violencia verbal, el mobbing, a partir de establecer parámetros éticos de lo que es aceptable y de lo que no lo es.
Sin embargo, en la vida cotidiana, en las calles, en las familias, en las oficinas, e incluso en las relaciones interpersonales más íntimas y de confianza, siguen sucediendo lenguaje discriminatorio, acosador, violento verbalmente, que hace referencia a una incapacidad de ver a las otras personas de manera distinta. Seguimos metiéndonos con el aspecto físico, las conductas, las preferencias, los modos de vivir de los otros y las otras.
En México actualmente se ha exacerbado la calificación, la diferencia, y en consecuencia la descalificación. Si no eres como yo y no piensas como yo, no te acepto. Este tipo de pensamiento deriva de una personalidad narcisista y ególatra, centrada en uno mismo y no en los demás. Refleja una incapacidad e incompetencia para ver el bien en los demás. Y somos muy incapaces e ineficientes para escuchar a otro u otra distinta a mí. Pero lo peor es cuando se pasa a la acción, cuando no sólo lo pensamos, sino que actuamos para descalificar o acosar.
El acoso es una fuente de enorme sufrimiento para las personas que lo padecen. Afecta su autoestima, su emocionalidad, al grado causar depresión y sentimientos devaluatorios y de baja autoestima. El acoso puede suceder en el seno de la familia, en el trabajo, en la escuela, en la universidad, o en una comunidad.
Debemos aprender a no decir absolutamente nada a la otra persona, salvo que nos pregunte o que sea un mensaje positivo o alentador. Y esto último también nos cuesta trabajo: somo muy inhábiles para emitir juicios positivos hacia los demás. Es increíble las oportunidades que perdemos para expresar declaraciones básicas como “gracias”, “te felicito”, “lo haz hecho muy bien”, “eres importante para mí”, “eres una persona buena, inteligente, capaz, admirable, etc.”.
Regreso aquí a la importancia de las conversaciones, de la emisión de juicios y declaraciones, así como de la responsabilidad en el manejo de las promesas, las ofertas y las peticiones. En eso se nos va la vida. La mayor parte de nuestro tiempo nos encontramos en conversaciones y en relaciones que se abren o se cierran con base en nuestras capacidades o incapacidades en el lenguaje.
El acoso cierra posibilidades, lastima, disminuye, cierra futuro, destruye. Es urgente e imprescindible que en todos los ámbitos de la vida, desde las escuelas, las instituciones públicas, las empresas, los gobiernos, las organizaciones sociales, etc., se faciliten e impartan talleres o cursos para mejorar nuestras habilidades conversacionales y, sobre todo, prevenir y erradicar el acoso, la discriminación, el abuso verbal, la descalificación, la señalización de enemigos a los otros y otras que no piensan como uno mismo, o que se visten y eligen diferente.
Una sociedad democrática no es sólo el voto libre, elegir a nuestros gobernantes, ni la existencia de pesos y contrapesos institucionales, es también una sociedad que pueda convivir en el respeto de las y los otros, en la aceptación de la diferencia, en la tolerancia y la escucha de otro y otra diferente.
Y se empieza por revisarse uno mismo, en el cambio personal sincero a partir de preguntarnos cada uno y una qué tanto lo hacemos en nuestras relaciones personales. Hay que cambiar de pensamiento y cambiar de acción. Revisar nuestro propio pensamiento y lenguaje hacia los demás. El camino de la concordia va de ver y considerar primero a los otros, a los demás, y luego a uno mismo. En la interacción con todas las personas con quienes nos encontramos y conversamos, primero escuchar y ver la necesidad e interés del otro u otra y luego el mío.
Para ello necesitamos todos y todas quitarnos esas máscaras, esas defensas, que provocan nuestros prejuicios, juicios, ideas que nos han inculcado la cultura y nuestra comunidad. El cambio personal y social empieza cuando nos revisamos a nosotros mismos. Y continua cuando escuchamos a la otra persona enfrente a nosotros. |