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Lunes 14 de octubre de 2024
Otis, oda negra para un pueblo bueno

Actualizado: 2023-11-03
 

Por: Efraín Quiñonez León

 

2 de noviembre de 2023

 

Entre la tragedia humanitaria que significa un fenómeno no natural como el huracán Otis; los procesos electorales en puerta que caminan por los senderos de la abierta ilegalidad o en los territorios grises en que no puede distinguirse lo que es propio o incorrecto dentro de la normatividad vigente, la vida transcurre en estos días mortuorios como si no pasara nada. Por supuesto que a cada parroquia le llega su propia festividad, pero los grandes temas parecen convocar relativamente a pocos. Convertido en botín político, el desastre exhibe nuestras miserias y algunas de ellas incluso podrían ser acaso entendibles frente a la magnitud de la devastación. Cuando la ruina se mide en términos de horas sin comer o la pernocta a cielo abierto, uno puede comprender que en la desesperación ocurra lo inaudito dentro del caos que toda catástrofe inaugura. Sin embargo, la que es difícil de admitir e incluso asimilar es la que resulta del pasmo y la torpeza inicial de la actual administración.

 

Difundir hasta la saciedad los posibles riesgos antes de la debacle hubiese sido calificado de exagerado, pero no impropio frente a las informaciones disponibles. Ignoro si esto hubiese salvado vidas porque el impacto fue brutal, no hay otra manera de calificar lo sucedido. Al menos las señales de alarma hubiesen estimulado la atención de la población y buscar los refugios más propicios para resistir la fuerza despiadada de la catástrofe.

 

Es verdad que no hay manera de prever un fenómeno como este, mucho menos proyectar su evolución súbita, pero la trivialización o la desatención para no ser calificados de alarmistas tomó al gobierno y a la población por sorpresa, colocando a todos en un escenario de extremada vulnerabilidad. Entre la sorpresa, la incapacidad de reacción inmediata y el despliegue de recursos para otros proyectos de gobierno lo que sobrevino de manera inercial fue la catástrofe, como ya nos ha sucedido en otros tiempos. En el tiempo corto era hasta lógico que el destino manifiesto sería el desastre.

 

Acapulco fue desahuciado hace muchos años asediada por agentes inmobiliarios sin escrúpulos, políticos de toda calaña y redes criminales que le disputan el territorio al Estado, someten a la población y actúan como agentes predatorios frente a los vacíos que el poder va dejado. Con nostalgia se invoca su pasado glorioso quizás para expiar algunas culpas o en el genuino reconocimiento de su importancia y belleza perdida. Acapulco es la actriz venida a menos y en el patetismo coronado por el paso de los años, la decrepitud de su rostro es lo que no queremos ver en los días finales de su existencia tal cual fuera.

 

El modelo de turismo que saltó a la fama por la presencia del jet set nacional e internacional ignoró siempre que el diseño de Acapulco fue construido sobre la base del más voraz de los capitales conocido: el inmobiliario. Si los centímetros del territorio se tasan en dólares, los desheredados sólo sirven como huesos y carne devorados por la industria de la construcción, la turística y del entretenimiento. Se pretende olvidar que contribuyen y edifican la ciudad de muchas formas; como mano de obra barata casi esclava o desarrollando la ola expansiva incorporando cada vez más territorio al entorno urbano en condiciones precarias y humillantes. La ciudad condensa no lo que hace mal este gobierno abocado a obras faraónicas cuyas apuestas resultan arriesgadas si no se cumplen las corazonadas que hoy las estimulan; es el sedimento de procesos de largo plazo donde distintos agentes contribuyen al actual estado de cosas.

 

Los gobiernos previos son tan responsables como el actual de lo que hoy vive Acapulco. Las administraciones anteriores cargan con parte de la culpa del desastre urbano porque no solamente lo permitieron, sino que incluso hasta lo promovieron para extraer rentabilidad política en la construcción de una ciudad sobre territorios poco propicios del desarrollo expansivo que ha tenido. Peor aún, la ciudad crece sobre la base de una violación sistemática de las normatividades vigentes y en contubernio con todos los niveles de gobierno se consolida un modelo de negocios depredador en relación al entorno e irresponsable frente a la población más vulnerable.

 

Otis, desde luego que es un fenómeno natural que ningún gobierno en el mundo puede evitar sus consecuencias más catastróficas. Otis revela el estado de putrefacción de las instituciones públicas en sus distintos niveles y de la propia sociedad que no puede sentirse víctima o inocente. De ese tamaño es el reto en el presente y sobre todo para las generaciones futuras que, en sentido estricto, son las menos responsables de sus devastadoras consecuencias. Y no pretendo invocar a la muerte frente a un futuro así de obscuro y adverso por las condiciones ambientales que nosotros mismos hemos producido y que, además, contribuimos a que la situación sea todavía más desafiante por la inacción, la indolencia o el oportunismo. Para los próximos días, esa metáfora temporal del riesgo que se avecina, habremos de sufrir a la bestia que nosotros mismos hemos creado frente a nuestro consumo voraz e insaciable.
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