El Joker: actuación y autenticidad
Por: Efraín Quiñonez León
21/10/24
Tiro Libre
Quizás porque desde que la conocí siempre me dejó caer frases contundentes y admonitorias, creo que eso es lo que nos permite disfrutar la compañía con las dosis que la vida diaria nos permite. No es que sea infalible en sus juicios, es que siempre trata de serlo, aunque está consciente que a pesar de todo no siempre eso se logra.
Emocionada en una ocasión me confío que mientras estaba en un curso había hecho de las suyas. Con la gracia y el aspecto bullanguero (no podía ser de otra manera, sus orígenes la delatan) que le producen haber hecho alguna fechoría cuasi infantil repartió proyectiles discursivos a sus interlocutores, pero al mismo tiempo recibió uno que otro cañonazo de similar manufactura. Así es esto, me dijo. Te dan y también repartes, insistió.
A pesar de su tono casi comprimido en conceptos y algo repelentes con el fin de marcar algunas distancias iniciales, debajo de semejante presentación pública esconde algo de sus afectos y gustos. Es verdad que todos hacemos más o menos algo parecido. Dicho de otra forma, no a cualquiera, ni en cualquier momento, procuramos esa apertura que solamente se logra con el tiempo y el conocimiento de las personas. Cuando el mundo está plagado de acechanzas y miedos, no nos abrimos a el en legítima defensa o bajo los efectos de la más elemental condición precautoria.
Ya te contaré más adelante, me dijo. Si es que acaso llego a tenerte la suficiente confianza, agregó con algo de ironía.
Con una admirable curiosidad reflejada en el brillo intenso de sus profundos ojos negros, el otro día me dijo:
¿Ya viste la del Joker?
Ajá, respondí.
Como mis capacidades histriónicas son punto menos que inverosímiles, es decir, evanescentes, por no decir que inexistentes, traté de representar el tenebroso y, al mismo tiempo, espectacular baile del Joker después de haber cometido el más atroz de los crímenes.
Con la delicadeza que le caracteriza, la Demoledora me dijo: bueno, no me refiero estrictamente a su capacidad actoral sino, principalmente, a la relevancia del tema tratado en el filme. Sin embargo, Joaquín Phoenix, muestra en esa película el gran actor que es, afirmó.
La verdad, no había tenido la oportunidad de verla completa, pero me ha parecido una película extraordinaria.
No puedo reproducir fielmente sus impresiones, pero no creo estar equivocado si digo que su entusiasmo no solamente era genuino sino que, principalmente, se detuvo en las escenas que más llamaron su atención e hizo comentarios puntuales que me revelaron la admiración que le produjo el personaje central de la trama. Contra una lectura superficial, me compartía sus consideraciones que derivaban casi en preocupación por el desenlace trágico de la historia. Con la euforia y la sensación que le causaba el filme mientras me describía fragmentos, me compartía sus conjeturas sobre el proceder de los personajes principales y se preguntaba ¿Qué tiene que ocurrir para semejante desenlace? Se colocaba o trataba de situarse en un punto intermedio en que no podíamos distinguir con claridad quien era la víctima y quien el victimario. Le preocupaba el desinterés o la indiferencia social. ¿Cuántos personajes así no habrán transitando por este mundo o andan aquí entre nosotros? No sería hasta lógico pensar que un asesino en cierto modo es un producto social y del estado de descomposición del mundo actual. Una infancia terriblemente precaria y plagada de abusos no es acaso la condición que nos conduce a ciertas patologías o conductas que nos lastiman.
Mi ansiedad se desbordaba por el efecto seductor de su exhaltación por el filme. Con torpeza llegué a interrumpir sus comentarios, pero su energía era de tal modo alucinante que lo abarcaba todo y casi de manera natural e imperceptible terminé por escuchar durante un largo rato sus juicios más sinceros.
Con frecuencia mostramos un rostro que sin sernos ajeno completamente, nos sirve como una suerte de tarjeta de presentación, de bienvenida o de su contrario; todo depende de lo que se muestra y de las reacciones instantáneas. Pero se trata de la primera impresión que pretendemos causar en el otro ya sea para provocar la conversación, la amistad o la empatía, o bien la indiferencia o una sana distancia; delimitar las fronteras entre lo propio y lo extraño, lo permitido de lo prohibido.
Fiel a su arrojo y a que traduce la palabra “actuar” como falta de autenticidad, la Demoledora me recrimina que piense que todos actuamos. Pero actuar, no al menos bajo los criterios que uso el término, significa algo igual o similar a mentir. Actuar, en todo caso, es acción y/o representar un papel. La condición más depurada de esto está en la sociedad misma y la cultura que todos portamos. A donde fueres haz lo que vieres, reza el viejo refrán popular. Es verdad que no siempre se cumple semejante proverbio, pero desde luego permite un primer acercamiento con el otro, una comunicación de nuestras semejanzas y diferencias.
En toda nuestra trayectoria de vida estamos prácticamente obligados a desempeñar determinados papeles o modos de comportamiento. Desde que nacemos, la sociedad y la cultura van moldeando nuestras maneras de ser y las formas en que se admite una conducta o se rechaza. De tal manera que “actuar como hijo” implica desempeñar ciertas condiciones que suponen obecer a los padres, aunque también se admiten los desafíos a la autoridad. Los padres, por su parte, están obligados a establecer las reglas so pena de no hacerlo crear auténticos engendros que carecen de autolimitación porque justamente quienes debían aplicar límites renunciaron a ello. Dentro de todo eso, por supuesto que existen matices.
Algunos antropólogos se han apoyado en el arte como alegoría para mostrar “patrones culturales”, formas de actuación o comportamiento, o maneras de proceder en la vida cotidiana de las personas. Es verdad que el arte puede ser un recurso útil para mostrar ideas o asertos en torno a nuestros procedimientos “actorales” en la vida pública y privada. En el cine o el teatro, por ejemplo, tanto el espectador como los propios actores saben perfectamente que se trata de una representación. Es decir, una manera de comunicar cierta situación de la vida real, pero no es la “realidad”. ¿Eso quiere decir que dicha representación sea un engaño o simplemente una mentira? En modo alguno. No se trata de absolutos. Precisamente la capacidad actoral estriba en “hacernos creer” que los personajes son “reales”. ¿Reales a qué? Así mismos, consistentes al papel que suelen desempeñar en la vida diaria. Por lo tanto, que un actor logre convencernos de la autenticidad del personaje es donde radica precisamente la capacidad actoral. Con otras palabras, el que un actor sea honesto y logre trasmitir de la manera más fiel el comportamiento de un personaje es el punto de quiebre entre una buena o una mala actuación.
Hoy que vivimos en una época en que lo visual acaba por dominarlo prácticamente todo, es muy común saltar al estrellato no precisamente por nuestras capacidades, muchísimo menos por las buenas prácticas que podemos enarbolar, sino por el simple hecho de coronar la vanidad que significa el ser vistos y tener la oportunidad de lucrar hasta con lo grotesco. Poco a poco la humanidad irá depurando los excesos que en la actualidad nos incomodan, nos divierten o incitan nuestra indiferencia. Mientras tanto la vida fluye por diferentes cauces. |