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Temporales
Por: Efraín Quiñonez León
11 de noviembre de 2025
Tiro Libre
Pese a la gravedad de las consecuencias en vidas humanas y la infraestructura dañada, en Veracruz y el país ha dejado de ser noticia la tragedia de las inundaciones en la zona norte de la entidad, así como en los Estados de San Luis Potosí, Querétaro, Hidalgo y Puebla. Como se sabe, las entidades que más daños sufrieron fueron Puebla, Hidalgo y Veracruz. No obstante, el foco mediático vuelve a colocarse en el fenómeno de la violencia criminal en el Estado de Michoacán, producto de la extorsión que imponen las redes criminales en aquella entidad, como en otras partes de la república. Por el momento, únicamente apuntamos estos asuntos relevantes de la coyuntura que, junto con la agresión sufrida por la presidente, nos pintan un cuadro preocupante. Con todo, vale la pena reflexionar la experiencia que nos deja el severo impacto de un fenómeno no-natural que se presentó en los primeros días de octubre, bajo la interrogante por qué el castigo resulta tan catastrófico. En una entrega previa hemos apuntado algunos elementos y, sobre todo, una perspectiva que implica el reconocimiento de la concatenación de un conjunto de errores para intentarnos aproximar a un fenómeno complejo en sus orígenes y efectos.
Aunque la parte más crítica de las inundaciones sufridas se ha venido atendiendo tanto por parte de las autoridades, como a través de la solidaridad interna y externa, no obstante todavía continúa la ardua labor de reconstruir los daños ocasionados por las fuertes lluvias y eso tomará algún tiempo más para volver a las condiciones previas al siniestro.
Como se sabe, Veracruz fue uno de los estados más afectados y quien aportó poco menos de la mitad de las personas fallecidas. Se nos ha informado a través de los medios que, en total, perdieron la vida una cantidad cercana a 80 personas; de las cuales Veracruz aportó casi el 50% de las víctimas mortales.
Tanto el litoral del Golfo, el Caribe, como del Pacífico sur, son particularmente vulnerables a las condiciones meteorológicas, tal y como lo hemos experimentado en los últimos años, aunque también se han presentado este tipo de fenómenos en otros lugares del país. Un recuento asistemático nos puede proporcionar una idea no solamente de las cada vez más severas consecuencias que tienen estos fenómenos en México sino, también, cómo se ha abreviado el tiempo entre la presencia de un huracán y otro de consecuencias devastadoras. En los 80 del siglo pasado el huracán, Gilberto, afectó en forma dramática a entidades como Yucatán, Campeche, Tamaulipas y Nuevo León; en esa ocasión hubo poco más de 300 víctimas. En los 90 se presentaron tres huracanes que, en términos de víctimas, tuvieron un impacto considerable. El huracán Diana, afectó principalmente a los estados de Puebla, Veracruz e Hidalgo; pero fue el primero el que presentó la mayor cantidad de damnificados calculados en cerca de 75 mil personas. El huracán Ismael, impactó a Sinaloa y Sonora, siendo afectadas un total de 110 personas aproximadamente. En 1997, el huracán Paulina tuvo como resultado alrededor de 400 víctimas mortales.
En lo que va del presente siglo, se han presentado meteoros con un alta capacidad destructiva, destacándose los huracanes Stan y Wilma en 2005. En particular, el huracán Stan tuvo alrededor de 2,000 muertes sobre todo en los estados de Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Tabasco; mientras que Wilma fueron 63, afectando sobre todo a entidades como Quintana Roo y Yucatán. En 2013, se presentaron dos huracanes: Manuel e Ingrid. En el primero se contabilizaron 169 damnificados; mientras que en el segundo poco más de 30. El huracán Patricia se presentó en 2015, pero solamente se contabilizaron 8 víctimas. Los daños a la infraestructura, la pérdida de vidas humanas y las afectaciones a la viviendas y propiedades fueron cuantiosos en la zona costera de la entidad chiapaneca, en lo que se conoce como la región del Soconusco.
Esto nos conduce a uno de los primeros errores que marca la fatalidad de los acontecimientos. En el mes de septiembre, a propósito de las celebraciones de los terremotos en la Ciudad de México, tanto el de 1985, como el de 2017; las autoridades en la materia de Protección Civil dieron a conocer un sistema de alerta temprana muy adecuado y a propósito de este tipo de fenómenos con el fin de alertar a la población. Parece haber funcionado en su momento, pues el mecanismo era un simulacro como se estuvo difundiendo con antelación, pero lo importante sería ver funcionar la herramienta cibernética en tiempo real. Es verdad que, en algunos casos, el sistema no funcionó adecuadamente, pero en otros -ignoro si en la mayoría- creo que podemos albergar la esperanza de que sí funcionaron las alarmas. La pregunta es ¿Por qué no funcionó en el caso de un desastre natural en tiempo real como el ocurrido entre el 9 y 10 de octubre? Sin embargo, más allá de la herramienta que, es verdad, puede resultar muy útil; lo cierto es que existen protocolos que debieron activarse y que quizás sí operaron, pero a la vista de los acontecimientos funcionaron inadecuadamente. Resulta una ironía macabra que se haya promovido el uso de esta herramienta de alerta apenas un mes antes, pero al momento en que debió funcionar para evitar la pérdida de vidas humanas no fue el caso.
Sin embargo, en mi colaboración anterior no se tocaron al menos dos elementos adicionales que son relevantes para comprender de manera más completa el fenómeno y sus impactos diferenciales en el territorio. La información oficial transmitida a través de los medios nos indica que los municipios afectados son alrededor de 40 en la zona norte de Veracruz. Los principalmente dañados fueron aquellos que se ubican sobre la planicie costera del Golfo, entre los municipios de Álamo, Poza Rica y Gutiérrez Zamora. Los más severamente dañados fueron los de Álamo y Poza Rica.
Ya apuntábamos anteriormente que existe un problema en el ordenamiento del territorio, de manera tal que se termina por aceptar e incluso por promover el aprovechamiento del suelo urbano en zonas no aptas para la edificación de viviendas. Además de esto, las propias infraestructuras en la ciudad que no siempre cuentan con sistema de drenaje adecuado y, con frecuencia, están azolvados porque es una costumbre muy mexicana arrojar la basura en las calles mientras se transita por ellas. Hasta ahora, el diseño de las vías de circulación no están hechas para absorber el exceso de agua y, en las lluvias torrenciales que hemos vivimos en los últimos años, el riesgo potencial de inundaciones es más que evidente en un escenario de este tipo.
Pero incluso, los problemas de las inundaciones recientemente padecidas es verdad que se agudizan no solamente por las prácticas sociales sino que, también, la permisividad, inacción y/o la abierta corrupción entre los distintos agentes intervinientes en el desarrollo urbano, los cuales forman un especial entramado de responsabilidad que magnifican la tragedia.
La manera en que nos relacionamos con la cubierta vegetal del planeta es otro de los elementos que nos hace vulnerables a los efectos que producen los fenómenos meteorológicos. En este contexto, existen dos variables que son altamente perjudiciales, pero que están íntimamente relacionadas: el modelo de agricultura moderno y el papel de los bosques. El monocultivo, en el primer caso, de bienes agrícolas para una población que se expande año con año y que demanda alimentos (vegetales o animales), resulta insostenible porque contamina al usar agroquímicos para mantener la productividad de la tierra y combatir plagas; al tiempo en que se extiende la frontera agrícola en contra de los bosques, provocando una pérdida de la diversidad biológica. En segundo lugar, los bosques no solamente son agentes biológicos que capturan carbono sino que, además, estimulan el ciclo del agua y constituyen el hogar de muchas especies tanto animales, como vegetales. Por lo tanto, su papel es crucial para la humanidad. Sin embargo, la deforestación crece tanto por el modelo de agricultura antes mencionado, como por los cada vez más frecuentes incendios, la tala inmoderada y la expansión física de las ciudades.
En nuestro país, la dinámica de la deforestación resulta alarmante, pero escasamente tiene buena prensa y el ciudadano común no solamente ignora el problema sino que, además, le resultan indiferentes; salvo aquellos que por alguna razón han tenido que organizarse para defender sus bosques y/o grupos solidarios informados. En México, fuentes oficiales calculan que anualmente se pierde un promedio superior a las 200 mil hectáreas de bosque. Las principales entidades afectadas por esto son Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Jalisco, Yucatán, Veracruz (por cierto, se reporta que es precisamente la zona norte la que más se ha visto afectada por la pérdida de bosques), Guerrero, Quintana Roo y San Luis Potosí.
Otra función importante de los bosques es que retienen la tierra, al cortar los árboles para usar la madera con diferentes fines se producen procesos de erosión. Por lo tanto, el suelo deja de tener las raíces que lo sujetan.
No es casual, entonces, que varios de estos estados sean los que más crudamente padecen el efecto de las inundaciones. |