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Martes 14 de octubre de 2025
Patria mía, tuyos son mis desvaríos

Actualizado: 2025-09-20

Patria mía, tuyos son mis desvaríos


Por: Efraín Quiñonez León


19/09/25


Tiro Libre


Es admirable que el ánimo patriotero no decaiga a pesar del inexorable paso del tiempo. Nuestros limitados conocimientos históricos, cortesía de una deteriorada institución de educación para las mayorías que ha dejado estimular los valores y símbolos de identidad nacional, no cancelan el apego muy patriótico por el humor involuntario y lo rocambolesco de nuestro singular proceder. Las narrativas sobre la historia de bronce con héroes vestidos con un ropaje casi santo, nos colocan entre los pueblos en que lo sacro es desafiado por la chavacanería y el relajo.


En las celebraciones del grito de independencia en estos aciagos días en que se derrumban mitos y cuentos elementales que ni el más ingenuo de los mortales podía llegar a creer, vuelven a distraer nuestra atención de lo importante los exabruptos resultado de nuestra ignorancia, descuidos u olvidos de nuestro pasado glorioso que, después de más de 200 años, no logran encender las fibras más íntimas de nuestro espíritu pueblerino. Pero eso no nos amilana para el desmadre, cualquier pretexto es bueno para convertir los rituales cívicos en una fiesta sin importar los contenidos que le dieron forma.


Pasamos de la historia de héroes y villanos, a la posmoderna representación de imágenes inconexas y modelos de heroicidad sexualizada que potencia nuestras miserias cotidianas no reconocidas. Los historiadores de escuela, terriblemente normativos, bailan en parejas con una simetría y al compás de su monótono desplazamiento, e inculcan el saber enciclopédico de lugares, fechas y personajes, para alimentar el cuento que se pega como un muégano a la idea de estar juntos, mas no revueltos.


Hoy, los historiadores tratan de diferenciarse de las entelequias (des)formativas, se afanan en buscar la gloria y amasar las fortunas del emeritazgo que los distinga como una sub-clase social superior a las de sus antecesores. Tienen el mérito de haberse hecho cada vez más universales difundiendo por los confines del mundo el catálogo turístico de nuestras leyendas bizarras, las que nos brindan identidad como pueblo; aunque muchos en su fuero interno desean ser admitidos en la corte de reyes o, cuando menos, de virreyes para alimentar la vanidad de sus deseos de distinción que se traduce en éxito, dejándolos desnudos en su insaciable sed de reconocimiento convirtiendo el mérito en un performance.


Los interpretes de nuestro pasado, más allá de la hoguera por ellos mismos creada para defenestrarse, no logran competir con la vitalidad instructiva de la muy moderna cultura visual que nos domina. No sabemos si dar crédito o no sobre lo que nuestros ojos ven a diario, pero nos regocija el hecho de que estimula el buen humor aunque ello esté plagado de vulgaridades o el recurso fácil por lo insulso, el improperio o la ridiculez que deviene en humillación.


En un pueblo lejano hubo un gobernante que era identificado con algo de sorna como el “charrito”, no tanto por su porte de, Jorge Negrete, sino por el pronunciado arqueo de sus piernas. Siempre había sido uno de sus anhelos llegar al cargo más preciado que todo mexicano con fervor patriótico aspira: convertirse en alcalde, como el primer peldaño para coronar los sueños de grandeza.


Su mujer que, en esta ocasión, vamos a reconocer con el nombre de Hilaria, especialmente conocida por su brutal sinceridad y la rusticidad de su lenguaje, que resultaba admirable porque sin pudor alguno podía expresar gráficamente las incomodidades que le provocaban las imposturas de su marido; actitud que resulta muy propia de las mujeres del sur profundo de este atribulado país, suficientemente recias y ostensiblemente autoritarias que cualquier tirano resulta de talla corta.


Como en todos los lugares de México, los presidentes municipales resultan un torrente de ingenio y en no pocas ocasiones se convierten en protagonistas centrales de un humor que no estimulan por voluntad sino por sus torpezas, sobre todo cuando los rituales cívicos y las ceremonias ponen a prueba no solamente sus destrezas verbales sino, principalmente, sus conocimientos básicos.


Uno de esos eventos donde los alcaldes y el respetable suelen lucirse ocurre cuando se celebran los pasajes épicos del pueblo y se rinde homenaje a los padres de la patria que dan origen a los relatos sin economía de alabanzas. El charrito se preparaba para ofrecer el famoso grito de independencia con la soltura de quien en cada lance retórico desafía al ridículo. En esa época empezaban a usarse nuevos aparatos de comunicación y, en este caso, los micrófonos de solapa se habían convertido en la sensación de los presidentes municipales de la región.


Todo parecía estar en el mejor momento. Los escribanos del alcalde, todos con estudios superiores, se habían ocupado de ofrecer un discurso a la altura de las circunstancias, pero jamás contaron con la impronta y veleidosa conducta del presidente. Llegado el momento culminante hizo a un lado el escrito de sus avezados asesores, carraspeó un poco para probar el micro y espetó con seguridad diplomática las siguientes frases:


- Mexicanos, vivan los heroes que nos dieron patria.


- Viva don Miguel


- Viva don Hidalgo


- y viva don Costilla


El primer cuarto de semejante racimo de arengas tan peculiares fue acompañado de una enjundiosa muestra de júbilo por el pueblo convocado, pero los ímpetus decayeron conforme avanzaban las fragmentarias invocaciones de uno solo de los personajes de la trama más patriótica de nuestra historia.


Del entusiasmo se pasó a la incredulidad y la sorna, pero con simpática modestia para no lastimar los egos presidenciales, aunque su supina ignorancia había quedado evidenciada. No había nada más que agregar a sus dislates, pero lo peor aún estaba por llegar mediante la sorprendente y, fuera de todo protocolo, intervención de la primera dama que recibe con los brazos abiertos y con el micrófono aun funcionando, consolando al intranquilo alcalde con una frase de aristocrática y elegante manufactura:


- La cagaste, Anselmo.


Magnificadas sus tiernas palabras por los altavoces dispuestos entre la concurrencia, cual si fuera un espectáculo de carpa y el desparpajo de los involuntarios actores, el respetable no dejaba de retorcerse en hilarante escena compartida.


Se añade a este inicuo anecdotario historias presentes y antiguas de nuestro pasado pintoresco. Un gobernador que diagnostica nuestro ayuno de líderes, carece de pudor para crear los nombres de los todavía no nacientes dirigentes, como cuando en una de sus proclamas invoca a Leovando Vicario y el respetable lo ovaciona, no sabemos si por desconocimiento o condescendencia para no hacer evidente el yerro.


En la proverbial competencia de los excesos, pueblo y gobierno del municipio de Reforma, Chiapas, bailan al compás de un par de desnudistas que, cual niños héroes, contonean sus cuerpos envueltos en el lábaro patrio. Ataviada con un sobrero que lo distinguen los colores de la bandera y la frase ya clásica para la época: viva México; la bailarina luce como una exótica guerrera propia de los zacapoaxtlas de utilería, salpimentando el ambiente que no parece desagradar al nutrido respetable. Los actos reprobatorios emergen después de la apoteosis celebratoria, cuando la resaca moral cunde las redes como si fuese una pesadilla que a todos atormentara al reconocer los excesos. Estuvo mal, pero cómo nos divertimos, pareciera ser la máxima que brota de la gazmoñería pasado el ciclo de euforia. Pero la feria de personajes no da tregua al respetable porque para los gustos binarios no se reparó en esfuerzo alguno y por el entarimado se mueve un bailarín, cual si fuera un gladiador de lucha libre en el cuadrilátero, mientras nos sorprende en una representación del Santo, ídolo muy popular entre la tropa.


Por su parte, el alcalde de Escárcega, en el Estado de Campeche, coloca su inopinada marca en el muro de lo insólito invocando a una de las pocas heroínas reconocidas, sin por ello perder el distintivo machista que demuestra su “pertenencia” vergonzante. El munícipe, por partida doble, entierra el reconocimiento al colocar la indigesta mezcla cuando invoca a María Josefa Crescencia Ortiz Téllez-Girón, mejor conocida como doña Josefa Ortiz de Domínguez; confundiendo el nombre por el de, Josefa Ortiz de Pinedo. No obstante el despropósito, no sabemos si el pueblo resultó condescendiente con su edil o corear su arenga es producto del fiel analfabetismo con el que consagra la comunión que los convierte en únicos. Y los memes sin misericordia saturan las redes sociales.


Cuando el espacio público suele estar ocupado por las muy diversas muestras de nuestros excesos y exquisiteces muy nacionales, convocar a la moderación parece no solamente un despropósito, sino que puede ser calificada de colosal afrenta comparada con la inercia avasallante de nuestros impulsos. Vaciado de contenidos, el desfile de imágenes se vuelve sobre nosotros mismos y con tierna nostalgia contemplamos aquello que ha dejado de sernos familiar, salvo por el puro hecho de echar desmadre. Qué viva México!!!!

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