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Martes 23 de diciembre de 2025
Las supersticiones, el fanatismo y el mundial

Actualizado: 2025-12-20

Las supersticiones, el fanatismo y el mundial


Por: Efraín Quiñonez León


sábado 20 de diciembre de 2025


Tiro Libre


El afamado futbolista mexicano, Javier Hernández, ha dado muestras inconmensurables de sus apetitos de éxito, como de sus costumbres tradicionales que no solamente nutren de misticismo su práctica deportiva sino que, también, prefigura nuestro deber ser que se alimenta de sus creencias religiosas y su moral cristiana. Antes de cada partido, se hincaba en el centro de la cancha e invocaba a los dioses y seguramente rezaba la versión remix del padre nuestro para ser bendecido por la gracia divina, de modo que tuviera un desempeño sobresaliente en la cancha que se tradujera en goles. Las invocaciones a la divinidad y una diversidad de artilugios para infundir la gallardía necesaria con el objeto de salir airoso de los retos que nos impone el juego, no están exentos de practicarse en nuestro muy patriótico medio deportivo. Siempre que de hazañas deportivas se trata, con frecuencia invocamos los buenos oficios de la virgencita de Guadalupe y albergamos que nuestro desempeño a nivel de cancha pueble de regocijo a nuestras queridas mamacitas.


Con los beneficios que ahora se nos ofrecen a través de las redes sociales, “el Chicharito” no tiene límites para exponernos a escala global sus convicciones morales y religiosas. Parte del principio de que su modelo de comportamiento sustentado en los códigos y protocolos de la religión que conducen sus estados de ánimo es el correcto. No pretende imponer sus convicciones evidentemente católicas, pero se toma todas las licencias del dogma hegemónico para divulgar la eficacia y lo irrebatible de sus valores morales. Con base en la indiscutible visión con que practica sus credos religiosos, sostiene el dogma que a “dios lo que es de dios” y a las mujeres el fogón, la escoba y la alcoba.


Deseoso de infundir ánimos a los aficionados, los conminaba a soñar que algún día seremos campeones del mundo y para coronar su enjundiosa apuesta acuñó una frase inolvidable para todo el público: “pensemos en cosas chingonas”. Como si fuese el grito de guerra para una tropa que avasallaba el desánimo, las arengas de don Javier más que estimular los deseos de conquista y de gloria, despertaba sobre todo simpatía y ternura frente a la irrealidad de sus afanosos deseos.


Con la fuerza de sus palabras y convicciones, no hay manera de poner en duda sus invocaciones, ya que su sinceridad es absoluta. Acostumbrados a las exageraciones podríamos poner en tela de juicio las creencias del Chicharito Hernández, mas es verdad que cometeríamos una injusticia. Don Javier puede ser criticado en su fe, pero jamás podríamos poner en duda lo genuino de sus creencias porque anhela, como todo mexicano aficionado al futbol, que algún día nuestros esfuerzos serán coronados con la copa del mundo.


La esperanza muere al último, dice el viejo refrán popular y el Chicharito es el más aventajado aprendiz de las sesiones de autoayuda en que se ha convertido el espectáculo futbolero. Transformado en una suerte de cónsul de los colores patrios exportó la práctica de arrodillarse previo a un encuentro futbolero y, con las manos abiertas para recibir la energía cósmica, emplaza a los dioses para alcanzar un desempeño óptimo en la cancha. A su paso por el Manchester United, sorprendió a todos con semejante comportamiento desafiando la formalidad muy inglesa. Algunos incautos llegaron a creer que sus goles con la nalga habían sido la señal inequívoca de la presencia de la santísima trinidad.


Pero el señor Hernández no escatima esfuerzo alguno por lanzar homilías cada vez que se le ocurren “cosas chingonas”, aunque algunos de sus consejos moralizantes, como su singular modelo de familia, son desafiados en un mundo en que las redes sociales y con la impunidad que sacraliza el anonimato, su retórica religiosa de manera involuntaria estimula una crítica que se ejerce sin piedad alguna. Y no es para menos el almacén de insultos y descalificaciones ganadas a pulso, motivados por su fe inquebrantable acerca del papel de la mujer, colocan al artillero contra las cuerdas. Con auténtica sinceridad instruye y trata de convencer sobre las bondades del papel histórico que, según su particular creencia, deben cumplir las mujeres. Su locuacidad no tiene límites y va por más. Atender la casa no tiene por qué ser visto como algo malo o denigrante, suele pontificar. Cuidar a los niños, ser buena madre y esposa, son credos irrenunciables de su singular prosapia que suele ser compartida todavía por una buena parte de nuestro querido pueblo bueno y zafio. Orgullosos hasta la ignominia de nuestro perfil radicalmente agropecuario, sacamos desde lo más hondo del pecho el orgullo nacional por la predilección en el desproporcionado y altisonante lenguaje, ecualizado con el exotismo del comportamiento que revela las particularidades con que nos mostramos al mundo. De esta forma, el verbo y el proceder nos configuran colocándonos en el concierto global como miembros distinguidos de una grey que goza con lo estrambótico de la fiesta, que de manera directa desafía al poder y las buenas costumbres. Un auténtico carnaval en el que disfrutamos el estar juntos, pero no revueltos. Las distinciones no se pierden, simplemente se relajan para dar paso a la comunión que permite la convivencia con nuestras diversidades.


El Chicharito Hernández añade a la silvestre embestida en que, por tradición y judeocristiana costumbre, ubica por lo menos a la mitad de la población, un episodio más a sus atormentados días en que la adversidad lo acompaña.


Estábamos en la frontera del último mes del año cuando tuvo lugar el encuentro entre dos equipos de larga tradición en el futbol mexicano. Por un lado, la escuadra más representativa de nuestro orgulloso nacionalismo, las chivas rayadas del Guadalajara; mientras que, por el otro, un equipo que vive de glorias pasadas y sus directivos envueltos en escándalos judiciales: la máquina cementera del Cruz Azul. Ambos clubes tienen trayectorias que muestran el imperativo empresarial que hoy domina ese juego, pero por el momento dejaremos de lado esa conversación que bien merece todo un tratado porque refleja de manera brutal el carácter arrogante y bullanguero de un sector del empresariado nacional.


El partido se encuentra empatado, casi a punto de finalizar, el triunfador pasaría a la siguiente ronda para disputar la gran final con el otro finalista. Alguien comete una falta dentro del área y el arbitro decreta la pena máxima. Hay una suerte de desconcierto o al menos eso parece apreciarse detrás de cámaras, pues no se observa algún jugador del Guadalajara con la determinación de cobrar la falta; hasta que el número 14 toma el balón en sus manos y lo deposita en el manchón desde donde se ejecutan los penales; da dos pasos hacia su costado izquierdo para perfilarse y disparar con su pierna derecha. Luego, se encarrera como el Coyote de las caricaturas, toma velocidad y proporciona un golpe seco y fuerte en la parte más baja de la pelota; el resto es historia. Dicen algunos aficionados con mala leche que todavía están los restos de las palomas que tuvieron la desgracia de cruzarse en la trayectoria del balón.


Ciertos personajes creen que las estadísticas no mienten y es verdad; los que en todo caso pueden mentir son los interpretes de las cifras. Sin embargo, los datos revelan que la efectividad del Chicharito en el cobro de los penales era del 50%, es decir, la probabilidad de que fallara era alta. En la mayoría de los equipos en que militó se equivocó al ejecutarlos en frecuentes ocasiones.


El Vasco, Javier Aguirre, es un técnico capaz y muy profesional, fue contratado de nuevo para dirigir los destinos de nuestra selección en el inminente torneo mundialista de junio del próximo año. Mucho me temo que fue “fichado” más como un talismán envuelto en la mercadotécnica indispensable para obtener dividendos que por sus capacidades como técnico. Ponderadamente creyentes como solemos ser los mexicanos, siempre dejamos que sea la suerte la que pavimente nuestro camino hacia la gloria y no solamente el esfuerzo.


Instalados en la fantasía con que alimentamos nuestros sueños de grandeza, siempre hemos depositado una gran carga hacia los jugadores del seleccionado nacional porque les atribuimos cierta condición heroica, cuando realmente son simples muchachos que solamente quieren subir en la escala social a través de sus buenas o escasas habilidades en el juego. Otros, como el Chicharito, por ejemplo, se asumen portadores de las “cosas chingonas” que traducen el éxito como el resultado de tan sólo patear la pelota será lo que nos coloque en el primer mundo.


En una reunión en la que se encontraba un experto y apasionado del futbol, me atreví a decir que esperaba que los errores del Chicharito no fuesen premonitorios de nuestro desenlace en las próxima copa mundial. Menos mal que el veterano artillero de la selección nacional no fue convocado por el Vasco, pues en un grupo cuyas emociones están a flor de piel, la pifia podía tener como consecuencia lógica un golpe anímico indeseable. Además, hay que reconocer que la suerte nos acompaña porque, faltando todavía algo más de seis meses para el mundial, existe el tiempo suficiente para cauterizar las heridas y aplicar las terapias necesarias para restablecer el espíritu ganador, cual si fuésemos devotos creyentes de los dictados anímicos de, Miguel Angel Cornejo.


Sin embargo, mi interlocutor objetó mi falta de espíritu de cuerpo y, por sobre todas las cosas, mi torpe y desproporcionado mal augurio, cuando nuestras esperanzas se condensan en el desempeño de 22 valientes piernas en la cancha de juego.


Con extremada cautela consulto a mi asesor en temas deportivos y con la frialdad con que a menudo pronostica la tormenta que se avecina, me asegura que con esta selección no podemos albergar más que el fracaso. Aunque mi intención no era convocar una anticipada frustración, los argumentos de mi consejero fueron tan contundentes que vale la pena moderar los ánimos. Por lo tanto, hay que asumir que esta vez tampoco seremos campeones, ni superaremos la barrera autoimpuesta del quinto partido; pero al menos tendremos la oportunidad de distraernos y divertirnos. No estaría por demás disfrutar de uno que otro buen partido de futbol. Ya veremos.

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