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Sábado 21 de diciembre de 2024
… porque amores que matan nunca mueren. J Sabina

Actualizado: 2024-02-12

… porque amores que matan nunca mueren. J Sabina


Por: Efraín Quiñonez León


12 de febrero de 2024


Tiro Libre


Para Alejandra, en la complicidad de sus lecturas


Esta vez usaremos como figura retórica a una de las musas que a menudo me socorren o vienen en mi auxilio cuando los avatares de la vida me ponen en ciertos predicamentos. En general, me complican más la existencia porque son un torrente de ideas e interrogantes; de modo que no me ofrecen la solución a mis perplejidades cotidianas, sino que me estimulan con opiniones o lecturas qué debo hacer para tratar de entenderme un poco más e intentar ponerme en los zapatos de los otros. Esta vez llamaremos, la sofisticada, a la representación no fantasiosa que estimula estas palabras.


Lo primero que conocí de ella fue a sus padres y ni siquiera sabía que existía. Su padre llegaba con frecuencia a la escuela donde estudiaba. Con sombrero y un par de cubetas repartía entre la comunidad académica el fruto de su trabajo. Con el tiempo supe que vendía quesos.


Su madre, que también veía con alguna frecuencia, una académica y escritora que armonizaba sus distintas actividades como docente, investigadora, funcionaria y madre. Siempre amable, nunca dejó de responder mis saludos cuando le decía: “maestra” y agregaba su nombre. Sin embargo, no recuerdo haber tenido ninguna charla tan intensa como cuando, poco tiempo antes de fallecer, me platicó algunas historias familiares.


A la sofisticada la conocí circunstancialmente en uno de esos tianguis alternativos locales, mientras ofrecía degustaciones de quesos de cabra a las personas que deambulábamos por ahí. No tengo la más remota idea cómo fue, pero de la nada empezamos a platicar y seguramente le informé sobre mi afición por el queso que, untado sobre pan tostado acompañado de mermelada, formaba parte de mi desayuno junto a la infaltable taza de café. Si es verdad que uno puede sentir el peso de los ojos (negros y brillantes, aunque melancólicos), creo que esta fue una de esas ocasiones en que nuestras miradas se cruzaron y el resto se fue dando a partir del placer por la palabra y la conversación amena. Hasta entonces no podía conectar sus antecedentes familiares conocidos, sin imaginarme que ella pertenecía a ese círculo.


Pasado algún tiempo un día me dijo: “no podré llevarte el queso porque me citaron a una reunión urgente, pero le pediré a mi papá que te lo entregue, lo encontrarás en tal parte, a tal hora”. Me parece muy bien, mencioné. Nunca me imaginé que me encontraría con el señor de sombrero esta vez no con cubetas, sino con una nevera. Usted debe ser el papá de la sofisticada, le dije. Así es, me respondió.


Con el tiempo, hemos cultivado una amistad por el placer de la conversación y el interés compartido por la literatura. Hace no mucho volvimos a comunicarnos como no lo hacíamos desde algún tiempo. No recuerdo con precisión, pero me parece que en tono de provocación le dije que los escritores son profesionales de la mentira. Había dado en el clavo y su reacción no tardó en llegar. Sin embargo, algo de elegancia se desplegó en su respuesta mientras negaba mi contundente y desproporcionada invocación a las falsedades de los escritores. Tú lo dijiste, me dice. Los mentirosos son los escritores, no las escritoras. Nosotras escribimos de manera diferentes, me informa. Escribir ficción no es lo mismo que mentir, remató. Y como en los juegos infantiles, no tuve más remedio que decirle que estaba muerto.


Pero volví a la carga, esta vez con humildad. Le dije que en realidad debía disculparme porque la palabra usada era muy fuerte y, en verdad, tenía razón. No necesariamente es que mientan, sino que nos crean fantasías que a menudo nos seducen, aunque en la vida real la mentira siempre está al acecho y todos podemos ser sometidos por ella ya sea por cortesía o por maldad. Es verdad, me dijo. Pero no olvides que la literatura no es eso.


La sofisticada siempre tiene algo que recomendar y cerró clavándome la última estocada con una sugerencia bibliográfica. Debes leer a bell hook, me comentó. Como una buena musa que conoce a su amanuense, sabía que no podía quedarme quieto con semejante intriga y enseguida me di a la tarea de identificar de quién se trata esa tal hook. Con la inteligencia artificial la capacidad para disponer de referencias y materiales de lectura es prácticamente infinita, de modo que inmediatamente pregunté al google quién era bell hook. En lo que nuestra charla fluía por los senderos insospechados de la vida cotidiana, los achaques y las expectativas de un domingo familiar, ya me había formado una idea inicial de la autora.


La campana ha resultado una sorpresa reconfortante, pero los primeros repiques fueron un tanto desalentadores debido a las invocaciones feministas un tanto militantes. Por lo que, como se dice en lenguaje futbolístico, me fui con la finta, pero no desistí en mi empeño por conocerle. Por alguna razón, la sofisticada me conminó


a leerla y, siempre perspicaz, algo debe haber en ella y debo encontrar las razones que la hacen imprescindible. Continué las pesquisas hasta que encontré Todo sobre el amor y con las primeras frases su impacto fue brutal. Volví a la carga con la sofisticada y le dije: ¿por qué me haces esto? Desde luego te lo agradezco, pero no sé si pueda terminar de leer porque mis ojos se han convertido en un río incontenible. Sabía que te iba a gustar, me dijo.


La tal hook (el nombre tiene un significado que no revelaré, pero desde ahí comienza una historia fascinante) es una feminista negra en un país de blancos. Por lo tanto, nos habla desde la doble o triple exclusión. Y reparte pajuelazos a diestra y siniestra, pero es generosa porque se atreve a reconocer que todo lo que necesitamos es amor. Y nada más sugerente que eso en los días que corren.


Como buena escritora, hook comienza las primeras incursiones sobre el amor relatándonos situaciones de su vida personal. Desde la infancia, nos recuerda, experimentamos la fuerza incontenible del amor y al mismo tiempo las angustias de su pérdida. En su ausencia, sobrevienen nuestras autorecriminaciones por lo que hemos hecho mal e inmediatamente tratamos de remediarlo. Bueno, no todos, es verdad, pero asumir que hemos dejado de ser importantes para las personas que amamos es un duro golpe que a menudo cuesta mucho esfuerzo superar y con frecuencia necesitamos ayuda para salir del bache con los aprendizajes que nos permitan ser mejores personas.


¿Cuándo dejamos de sentir amor? Se pregunta bell, cuando dejamos de ser apreciados por lo que somos en las personas que nos importan. Pero esto puede ser catalogado como el drama de todos los días. Nos empeñamos en retener lo perdido, cuando de lo que se trata es de trascenderlo. No se puede volver sobre los pasos perdidos cuya huella nos ha dejado cicatrices. Es necesario vivir nuestro duelo y caminar de frente. “Podemos encontrar el amor que anhelamos, pero antes es preciso haber dejado de sufrir por el amor que perdimos hace tiempo, cuando éramos pequeños y no teníamos aún voz para expresar los deseos de nuestro corazón”.


Pero nuestra época va en sentido contrario. Lo que vemos a diario es exactamente la reversión de esta energía creadora, cuando por todas partes estamos expuestos a la muerte y la violencia. “Tengo la impresión de que nuestro país le está dando la espalda al amor, y eso me provoca un sufrimiento tan intenso como el que provocó la pérdida del amor en mi niñez. Al actuar de este modo nos arriesgamos a entrar en algo semejante a un desierto del espíritu, y puede que nunca encontremos el camino de vuelta. Escribo sobre el amor para llamar la atención sobre los riesgos de esta


actitud, pero también para reivindicar un retorno al amor. Una vez situado en el lugar que le corresponde, el amor nos devuelve la promesa de la vida eterna”.


Sobre la base del amor romántico se tejen historias que dibujan de manera clara la tradición sexista con la que aspiramos a esa fuerza de la voluntad. Ese tipo de amor tan común en estos días produce ganancias estratosféricas, pero su impacto más dañino es que reproduce los desequilibrios entre nosotros. Las mujeres viven el amor para satisfacer los deseos masculinos, mientras que los hombres lo damos por hecho, como algo que debe dársenos de manera natural, por nuestra propia condición. Por ello es que somos tan proclives a sublimarlo. La mayoría de las historias sobre el amor están hechas por hombres, nos dice hook. Las mujeres proveen amor, pero se encuentran insatisfechas. Los hombres fantaseamos sobre ello e igualmente nos encontramos insatisfechos. “Los hombres teorizan sobre el amor; en cambio, las mujeres tienden a conocerlo y ponerlo en práctica. La mayoría de los hombres sienten que reciben amor y, por lo tanto, saben lo que significa ser amado; las mujeres sentimos a menudo un gran anhelo, una profunda necesidad de amor, pero sin verla satisfecha”.


No obstante, hook nos invita a reconocer el amor no desde una manera fantástica o idealizada como a menudo se nos inculca. Pretende que sus incursiones alcancen a capturar el amor “tal cual lo vivimos”. Para empezar, no hay nada natural en nuestra experiencia acerca del amor. Por lo tanto, se trata de una predisposición que a través de la sociedad se nos provee, es decir, se nos infunde a practicar el amor con base en los parámetros que la sociedad pretende diferenciar lo que corresponde a cada uno de los sexos.


Somos incapaces de reconocer el amor porque no se nos han brindado las herramientas necesarias para comprenderlo y apreciarlo una vez que está delante de nuestras narices. Al contrario de esto, nuestra cultura vive el amor como tragedia, como Romeos y Julietas que aceptan su autoinmolación; el sacrificio como la prueba irrefutable de su presencia. Nada más alejado del estado de gracia que implicaría asumir el amor desde otra condición, aquella según la cual se procura “cuidado, afecto, reconocimiento, respeto, compromiso y confianza, amén de una comunicación clara y sincera. Si de niños hemos aprendido una definición errónea del amor, en la vida adulta nos resultará más difícil amar”.


Para nuestra desgracia no son estos sentimientos los que más abundan en el mercado de los afectos. Nada más contrario a aquella idea del amor que nuestra muy común propensión a la violencia doméstica. “Si por amor entendemos el deseo de fomentar nuestro propio crecimiento espiritual y el de nuestra pareja, queda claro que si


ofendemos y maltratamos, no podemos pretender amarla: el amor y el maltrato no pueden coexistir. El abuso y el abandono son, por definición, lo contrario a la atención y el cuidado”. De ahí que el entorno familiar sea esencial para comprender los grandes desafíos del amor, pero también el entorno mediante el cual podemos elevar las anclas para liberarnos de las ataduras que nos están dañando cada vez más y probar nuestras formas de relacionarnos y experimentar con nuestros sentimientos. Literalmente reeducarnos.


Estamos inmersos en una sociedad y familia que a menudo maltrata sus miembros. Y ese es uno de los grandes obstáculos para el amor porque sin duda nos marcará para toda la vida. Pero hay que tener cuidado con la idea muy común de que quien ha sido violentado en su infancia tenderá a ser un adulto agresivo. Pensar de esa manera es tanto como aceptar que ya no hay remedio y lo único que nos queda es materializar nuestra vocación suicida. Afortunadamente esto no es así porque somos producto de una inconmensurable red de mediaciones que van dejando sus rastros en nuestras maneras de actuar y pensar.


Para finalizar, algo sobre la mentira para cerrar el círculo. Hemos sido socializados desde nuestra tierna infancia para mentir y aceptar que ella puede dar lugar a relaciones armoniosas. Con otras palabras, la sinceridad no es un valor que apreciemos con frecuencia más que discursivamente porque puede producir dolor o incomodidad. Todos mentimos con diferente propósito, aquí no hay divergencia que valga. La tolerancia a la mentira es una condición social que aparentemente nos coloca en un estado de plenitud debido a que no nos atrevemos a dañar con la verdad al otro. Mujeres y hombres estamos sometidos al yugo de las mentiras piadosas que, a pensar de que nos causan displacer, nos ofrecen momentáneamente la seguridad de los caminos recorridos. “El niño herido que se esconde en muchos hombres es un joven que la primera vez que dijo sus verdades fue silenciado por el sadismo paternal, por un mundo patriarcal que no quería oírle expresar sus verdaderos sentimientos. La niña herida que se esconde en muchas mujeres es una niña que desde muy pequeña aprendió que tenía que convertirse en algo diferente de lo que era, que para atraer y complacer a los demás tendría que negar sus verdaderos sentimientos. Al seguir castigándonos por nuestra sinceridad, solo estamos reforzando la idea de que las mentiras son la mejor opción. Para amar debemos escuchar de buena gana la verdad del otro y, más aún, afirmar el valor de esa sinceridad. Las mentiras pueden ser a veces beneficiosas, pero no nos ayudan a conocer el amor”.


Coda:


Acostumbrados a las mentiras nos cuesta trabajo escuchar los gritos desesperados de quienes ponen el corazón no solamente por lo que sienten sino, también, por lo que piensan con sinceridad. No es común que una feminista trate de hacer un esfuerzo por comprender las mentalidades y, en particular, la racionalidad masculina. Frente a la manera muy ordinaria de calificar el comportamiento masculino, hook nos advierte sobre la paradoja que significa vencer los propios demonios internos inculcados desde la infancia para procurar ser proveedor y macho alfa-lomo-plateado, cuando cada vez más se exige que “el nuevo hombre” debe de ser no-violento, sensible, solidario, capaz de expresar sus emociones sin que estos signifique debilidad alguna. En este sentido, hook no es anti-hombre, comprende tan bien los desafíos de ser mujer, como los de ser hombre en la sociedad contemporánea y ese es un grandísimo aporte para reconocer y superar las grandes construcciones simbólicas de las diferencias que pesan sobremanera en cada uno de nosotros. “… Queríamos que los hombres fueran capaces de expresarse con sinceridad. Sin embargo, cuando empezaron a expresar sus pensamientos y sentimientos, algunas mujeres se dieron cuenta que no podían asumirlo. Anhelaban las viejas mentiras… A veces a las mujeres nos cuesta escuchar lo que los hombres tienen que decir. Ocurre especialmente cuando lo que dicen no concuerda con las fantasías que tenemos sobre ellos, su forma de ser y cómo nos gustaría que fueran”.


Hay mucho más que decir, pero por lo pronto considero que ha sido suficiente. Feliz día del amor y la amistad.

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