La cursi y temararia rusticidad sentimental
Por: Efraín Quiñonez León
jueves, 7 de diciembre de 2023
Para MERCP
Como la última carcajada de la cumbancha, el presidente López Obrador nos receta una trepidante y terrorífica realidad. Parecería insinuar que, si se trata de comprar drogas, vayan a los estableci-mientos certificados y seguros, no a los estanquillos en que bandas contrarias se disputan a depra-vados consumidores.
Una amiga me envía un mensaje escandalizada por los dichos presidenciales, pero no alcanzaba a comprender las dimensiones de su amargura y rabia, por la sencilla razón de que no estaba enterado de los lances retóricos del comandante supremo y el tema del narco que cobró la vida por enésima ocasión de un grupo de jóvenes cuyo pecado fue comprar drogas en el changarro equivocado. Ya entrados en gastos discursivos, el presidente que no posee pectorales como bodega se aventó la típica y brutal propaganda que ha caracterizado su sexenio. Para alejar a los jóvenes de las drogas se necesitan dos cosas básicas: mantenerlos entretenidos y mucho amor. Nadie podría estar en contra de semejante voluntad y aprecio por los jóvenes, pero la triste realidad vuelve a colocarnos en la disyuntiva de la contemplación romántica o de hacer algo más que delirar para que las cosas cambien a partir de la lotería de los afectos.
Escandalizada con razón, mi amiga me informa que es una gran irresponsabilidad hablar de esa manera sobre los jóvenes porque no solamente los degrada, sino que tiende a victimizarlos y a perjudicar (vamos a pensar que involuntariamente) moralmente a sus familias.
Hoy que leo la prensa se profundizan mis conocimientos sobre la materia y, en efecto, comprendo mejor la inquietud y preocupación de mi amiga. Un agudo y jocoso periodista nos relata que en la mañanera de ayer ni siquiera era tema el asunto de los jóvenes de Celaya pese a su gravedad. El presidente hablaba de cuestiones tan relevantes como el descarrillamiento de la candidatura de, Samuel García, por parte de los conservadores, la derecha retrógrada, y los tamalitos de chipilín; de modo que el asunto de los jóvenes no era parte de la agenda, hasta que el propio AMLO lo puso en la mesa de los debates. Literalmente se le cruzaron los cables. Sembrada la inquietud entre el controlado respetable no hubo más remedio que responsabilizar a los propios muchachos, al neo-liberalismo y la cantaleta de todos los días.
Más allá de los lamentabilísimos hechos y las inopinadas formas de abordarse, la retórica presi-dencial transita entre la franqueza más absoluta y el cinismo más descarado. Es verdad que el principal magistrado de la república, cree de manera terminante que quienes le escuchan tienen tan escaso capital cultural para comprenderle, por lo que hace un gran esfuerzo por hablar de manera algo sencilla. Pero resulta que esa manera de proceder para comunicar hechos relevantes puede conducirnos al error o a situaciones que, vistas con mayor serenidad, jamás suscribiríamos. Al invocar de manera alegórica la inclinación por las drogas de los jóvenes de Celaya, el hoy principal prócer de la patria está reconociendo implícitamente que las organizaciones criminales tienen pleno control (quizás en espacios acotados, pero finalmente dominados) de algunos territorios en el país; lugares en que el Estado ha capitulado o co-gobierna con actores relevantísimos de la economía ilegal. Con otras palabras, existen lugares de la república que son controlados por las redes criminales existentes en el país y que se disputan el mercado de las drogas; lo que para todo razonamiento práctico significa el control del territorio.
Frente al brutal reconocimiento de que esa es nuestra realidad, es decir, que el Estado no es capaz de controlar algunos segmentos del territorio y, por lo tanto, administra y comparte con redes cri-minales la gestión de la seguridad de la población, no parece existir otra salida que las buenas opciones que emergen de la sociedad para detener el Estado de indefensión o buscar entre los escombros humanos el cartel menos maligno.
Una máxima se impone ante todo esto. Si no tienes nada que decir o lo que se te ocurre puede ser algo impropio, es mejor la prudencia y el recato de guardarse comentarios no solamente inútiles sino que pueden resultar hasta insultantes. Pero los valores de la moderación forman parte de los pasivos que el discurso presidencial extraña. Y, ni modo, es lo que ahora tenemos, aunque el futuro puede ser prometedor. Entre lo avasallador del trópico húmedo se vislumbra un altiplano sereno y calculador. Ojalá así sea. |