El camino por recorrer
Juan Manuel V�zquez Barajas (Twitter: @juanmanuel_vb)
A pesar de la pandemia del COVID-19, las elecciones de Coahuila e Hidalgo se llevaron a cabo con relativa normalidad. Aunque, en el caso de M�xico, ello no significa que haya sido una jornada electoral perfecta. Estas elecciones solo ocurrieron en dos estados de la Rep�blica: en Coahuila, solamente el 39% de los ciudadanos acudieron a votar este a�o, una ca�da para un estado que en los �ltimos a�os hab�a visto una participaci�n por arriba del 60%. Mientras en Hidalgo la ca�da fue menos precipitosa, siendo que 49% de los hidalguenses votaron este a�o comparado con un 61% en 2018.
Acompa�ado de la baja participaci�n, en Hidalgo se suscitaron disturbios en cuatro municipios, donde personas inconformes con los resultados quemaron boletas y material electoral. Este tipo de hechos se presentan con cierta regularidad en nuestro pa�s, lo cual es un reflejo del camino por recorrer para que M�xico transite a ser una democracia s�lida y estable.
Ninguna democracia es perfecta. Pero una condici�n b�sica para que la democracia pueda funcionar, se necesita que la paz impere ante cualquier intento de violencia. Para ello, se necesita que todos los actores pol�ticos acepten las reglas del juego, conf�en en el �rbitro, y reconozcan la legitimidad de sus competidores. En otras palabras, lo que se necesita es confianza.
En el fondo, el hecho que en nuestro pa�s haya una profunda desconfianza nos indica que todav�a hay personas que optan por medios violentos para hacerse del poder. Esta violencia no empieza desde la quema de boletas, sino desde mucho antes.
La violencia pol�tica empieza con el uso de la palabra, cuando usamos el lenguaje para agredir a una persona, un colectivo, o inclusive a una instituci�n. Estas agresiones tienden a buscar justificarse con base en agravios: una voz no escuchada, una petici�n no atendida, una decisi�n cuestionada. Desde lo m�s mezquino hasta acusaciones de robo en una elecci�n, los mexicanos nos hemos acostumbrado a que este tipo de violencia sea parte de nuestra vida democr�tica cotidiana.
Esto tiene que dejar de ser as�. Tenemos que reconocer que no viviremos en una democracia real si no estamos dispuestos a verdaderamente respetar a quienes pueden ser nuestros contrincantes. No podemos construir un sistema de confianza si verdaderamente no hay apertura y transparencia en nuestras decisiones y los debates que las anteceden. No podemos vivir en paz si todo el tiempo estamos antagonizando a alguien m�s.
Un momento clave para la democracia contempor�nea fue el nacimiento de la Primera Rep�blica francesa. En su lema inscribieron las palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad. El orden de estas palabras importa. Sin libertad, no tenemos el poder de tomar nuestras propias decisiones; sin igualdad, no tenemos un campo parejo para negociar y trabajar con otros. Sin embargo, el tercero es quiz� el m�s interesante, ya que nos lleva un poco m�s all� de nosotros mismos. La fraternidad nos exige ver al otro como un hermano, una hermana, una persona igual a nosotros que merece el respeto que a nosotros nos gustar�a recibir.
La fraternidad implica empat�a, respeto, confianza.
Cuando confiamos en el otro y les damos respeto, actuamos de forma muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver. Para empezar, no acudimos a la violencia para resolver nuestros agravios. No buscamos destruir la imagen del otro o tachar su legitimidad frente a los ojos de la opini�n p�blica.
Cuando somos fraternos, hacemos un esfuerzo por ganar la confianza del otro para poder trabajar juntos. Cuando somos fraternos, mostramos respeto para lograr metas en com�n y sacar a nuestra comunidad adelante. Cuando somos fraternos, ponemos las diferencias a un lado para luchar por el bien com�n.
La tarea no es sencilla. Por mucho tiempo, ha habido personas y experiencias que han sido relegadas, estigmatizadas y marginadas. Sus agravios son un gran pendiente para nuestro sistema pol�tico y social, y son prueba de nuestra falta hist�rica de fraternidad.
Debemos superar nuestros propios prejuicios y llegar a la mesa con una mente abierta, una disposici�n de reconocer nuestros errores y carencias, y ver al otro a los ojos. Una vez que empecemos a hacer esto, veremos que el poder de las ideas se antepondr� a la violencia. Escucharemos menos denostaciones y veremos mayor colaboraci�n entre personas con ideolog�as diferentes. Sentiremos menos odio por los otros y gozaremos de una sociedad m�s pac�fica, m�s democr�tica.
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