Comparativismo Exculpatorio
Por Ruben Dario GV
Nos encontramos en una nueva semana y analizando lo que compartiría con ustedes, me di cuenta que en el escenario de la conversación pública (y también en la intimidad de la charla privada) se ha normalizado una frase que, con inquietante naturalidad, sirve de salvoconducto moral “Sí, lo hice… pero otros lo hicieron peor”. Es la coartada perfecta de quien reconoce su falta, pero se niega a asumirla del todo. A este hábito mental, tan común como peligroso, bien podríamos llamarlo con aire académico Comparativismo Exculpatorio.
El mecanismo es sencillo y eficaz, se admite el hecho reprochable, pero se lo coloca en una balanza adulterada, donde la culpa se mide en función de la de los demás. La mentira propia parece diminuta frente a la mentira ajena, la falta ética se disuelve en un océano de faltas colectivas, y la conciencia queda aliviada con un bálsamo instantáneo que impide el ejercicio más incómodo, mirarse al espejo sin filtros.
El verdadero problema es que este recurso ha dejado de ser un refugio privado de las conciencias temerosas y se ha convertido en estrategia discursiva en la arena pública. Políticos, empresarios, figuras mediáticas… todos manejan con soltura el arte de desplazar la atención de su responsabilidad hacia un “otro” que, convenientemente, siempre resulta más culpable. Y el público, con frecuencia, concede el argumento, es más sencillo indignarse con el “peor” que exigir cuentas al que tenemos enfrente.
El Comparativismo Exculpatorio es, en el fondo, una trampa cognitiva. Nos permite conservar intacta una autoimagen pulcra, sin modificar conducta alguna. Es el sesgo del “mal menor” convertido en estrategia de supervivencia moral. Sin embargo, esa lógica termina erosionando la ética colectiva, si cada uno justifica sus actos comparándose con alguien peor, la vara moral se desplaza lentamente hacia abajo, hasta que lo intolerable se vuelve cotidiano.
“Quien busca absolverse comparándose con el error ajeno no se redime, se hermana con la falta, se iguala al culpable y, en ocasiones, se hunde aún más bajo que aquel a quien señala”.
Aceptar la culpa sin muletas comparativas es un acto de madurez que escasea. Implica comprender que la responsabilidad no depende de los deslices de otros, sino de la coherencia con nuestros propios principios. Mientras sigamos perfeccionando el arte de medir culpas ajenas para aligerar las propias, no estaremos construyendo una sociedad más justa, sino una comunidad hábil en justificar sus miserias.
Nos leemos la próxima semana, si la reflexión sigue viva. |