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Jueves 31 de julio de 2025
Traumas colectivos

Actualizado: 2025-07-29

Traumas colectivos


Por Ruben Dario GV


Esta semana volvemos a encontrarnos en este espacio de reflexión compartida, donde exploramos el pulso de nuestra vida en común. Hoy, asumo la inquietud de mirar al interior de esa herida invisible que acrecienta la desconfianza y frena nuestro avance, el trauma colectivo. Y me pregunto ¿por qué, a pesar de los avances y las revoluciones culturales, seguimos atados a heridas que creíamos superadas? Si el trauma individual, con sus secuelas neurobiológicas (una amígdala hiperactiva que dispara miedo y desconfianza, y un hipocampo bloqueado que fragmenta la memoria) puede estancar nuestro crecimiento personal, ¿qué ocurre cuando ese mismo fenómeno se replica a escala colectiva?


En un grupo humano, la narrativa compartida construye una identidad, pero también puede enquistar memorias de dolor o de gloria, convirtiéndose en un bucle que renueva el resentimiento o la supremacía con cada nueva generación. Vamik Volkan lo denomina “trauma elegido”, esa reelaboración del pasado que une a los miembros de una comunidad bajo la consigna de haber sobrevivido a un agravio ancestral, aunque nunca lo hayan vivido directamente. Así, las polarizaciones políticas y culturales resurgen una y otra vez, como un eco que insiste en recordarnos lo que nunca quisimos olvidar.


No todo, sin embargo, está perdido. Nietzsche proponía las “síntesis creadoras”, convertir el dolor en combustible para la renovación. Y Hans-Georg Gadamer, en su hermenéutica filosófica, defendía la memoria activa y autocrítica, dialogar con nuestro pasado reconociendo triunfos y errores por igual, para extraer de él principios de justicia y resiliencia.


“Si las cicatrices del ayer inscriben su dolor en nosotros, no pueden redactar el capítulo donde escribimos nuestro presente”.


Romper el círculo vicioso exige cultivar una cultura de reparación emocional: espacios de diálogo donde, con rigor histórico y respeto, confrontemos nuestras narrativas identitarias. Escuchar al otro, cuestionar los mitos fundacionales y aceptar la complejidad de los hechos históricos (ni víctimas perpetuas ni verdugos absolutos) nos permitirá transformar los traumas en mapas que orienten nuestra convivencia.


Al fin y al cabo, somos más que el sonido de nuestros recuerdos. La historia, bien entendida, no nos encarcela, nos ofrece lecciones. Solo si aprendemos a extraer lo positivo de nuestro bagaje (la solidaridad que brotó tras tragedias, la dignidad que emergió de la adversidad) podremos construir una sociedad más consciente y compasiva. Revisemos nuestras cicatrices con mirada clara y audaz. Para dejar de ser prisioneros del ayer y hacer de la memoria, por fin, nuestra aliada más poderosa.


Nos leemos la próxima semana, si la reflexión sigue viva.

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