Superioridad
Por Ruben Dario GV
Iniciamos una nueva semana, y mientras intento mantener a flote mi propia existencia, me permito, como siempre, observar con detenimiento los comportamientos sociales que nos configuran. Reflexiono sobre los círculos que habitamos, amigos, trabajo, familia... pero también esos otros círculos a los que no elegimos pertenecer, sino que nos son impuestos por una categoría silenciosa, el "estatus". En esta clasificación no importan nuestras convicciones ni nuestros sueños, sino aquello que poseemos, aquello que podemos mostrar, aquello que, en apariencia, nos vuelve superiores.
Pero no pretendo plantear una crítica simplista al sistema ni abogar por la homogeneidad material. Sería ingenuo pensar que todos necesitamos lo mismo o que el tener es, por sí solo, un pecado. No. Lo que propongo es una reflexión profunda sobre cómo la acumulación se ha vuelto un fin en sí misma, y no un medio para la satisfacción o la felicidad. En el mundo posmoderno, tener ya no se relaciona con el bienestar, sino con el prestigio simbólico, una forma silenciosa de jerarquizar a los individuos.
La teoría sociológica de Pierre Bourdieu, nos da a entender que poseer ciertos bienes no es una simple cuestión de gusto, sino un ejercicio de poder. Los objetos se convierten en códigos sociales que nos incluyen o nos excluyen. Viajes exóticos, arte contemporáneo, membresías selectas... son señales que delimitan la frontera de la llamada "socialité", esa élite donde el valor de la persona se mide en base a su capacidad de consumo. En este entorno, quien no tiene acceso a estos códigos es relegado al margen de la conversación social, convertido en un "no sujeto".
Y mientras se glorifica al que más tiene, se invisibiliza al que no alcanza. El tener se convierte, entonces, en un criterio de existencia. El reloj más caro, el coche de lujo, la moda impuesta no solo otorgan una identidad, sino que marcan una supuesta validez social. Pero ¿qué sucede con las necesidades reales? Maslow nos hablaba de una pirámide que empieza por lo fisiológico y culmina en la autorrealización. Sin embargo, vivimos en una era donde se busca escalar directamente hacia la cumbre, olvidando los peldaños del afecto, la seguridad y la pertenencia.
El resultado de esto es un individuo desarraigado, perseguido por el espejismo de la superioridad. Un ser que confunde la felicidad con el brillo momentáneo de la novedad y olvida el poder del vínculo humano. Aristóteles nos enseñó que la verdadera felicidad, la eudaimonía, nace de la virtud y del ejercicio racional, no de lo efímero. Nietzsche, a su vez, nos advierte que la voluntad de poder puede degradarse si se reduce a la mera adquisición, cuando el deseo de poseer devora al espíritu creativo, también devora la libertad de los otros.
Sí, tener no es malo. El problema surge cuando el tener se convierte en el único camino reconocido hacia la validación. Cuando la presión social por aparentar éxito supera el anhelo de encontrar un sentido propio. Porque no todos necesitamos lo mismo para sentirnos plenos, y porque el valor de un ser humano no se mide en objetos acumulados, sino en la capacidad de aportar algo verdadero a la vida en común.
"No es condenable tener mucho, si el camino que te llevó a ello fue el esfuerzo, la herencia o incluso la casualidad del destino. Tampoco es motivo de desdén no tener lo que otros ostentan. El sentido de vivir en sociedad no debería cimentarse en lo que acumulamos, sino en lo que somos capaces de ofrecer para hacer más habitable esta existencia común. Que no nos defina lo que poseemos, sino lo que deja nuestra humanidad en la sociedad, aunque éste a veces se niegue a escucharlo."
Recuperar el sentido de la comunidad implica cuestionar el susurro constante de una cultura que nos dicta "compra más, valdrás más". Significa invertir en lo esencial, en la empatía, en la colaboración, en la creatividad que nace de lo colectivo. No reneguemos del progreso ni del deseo personal, pero tampoco olvidemos que vivir mejor no es lo mismo que tener más. Que la verdadera superioridad esté, entonces, en saber convivir con humildad y respeto.
Que tengan una semana de pensamiento. Nos leemos la próxima, si la reflexión sigue viva. |