El equilibrio olvidado
Por Ruben Dario GV
Al cumplir un año más de vida, me encontré reconociendo la paradoja que envuelve al derecho, una disciplina que debería erigirse como ciencia, sometida sin embargo a vaivenes políticos y a la proliferación de normas que, con frecuencia, rozan lo superfluo. ¿Cuántas disposiciones necesitamos para convivir y a qué costo para nuestra coherencia social?
La génesis de los derechos es tan espontánea como nuestras rutinas cotidianas. Cuando un agricultor labra la tierra, surge el derecho a su fruto; al proteger el descanso, nace la regulación de la jornada laboral. La psicología evolutiva demuestra que la cooperación sin equidad desintegra el grupo. Somos seres sociales que, para confiar unos en otros, necesitamos prever comportamientos y acordar marcos de acción.
Pero ningún derecho existe aisladamente, siempre se acompaña de una obligación. Desde Hobbes hasta Rousseau, la teoría del contrato social nos enseñó que ceder parte de nuestra libertad implica exigir seguridad y orden. La neurociencia contemporánea, en boca de Antonio Damasio, añade un matiz biológico, las neuronas espejo sustentan la empatía, permitiéndonos reconocer la dignidad ajena y alimentar así la justicia; al deshumanizar, apagamos el circuito que sustenta la reciprocidad.
El problema de hoy no radica en la escasez de leyes, sino en su exceso. Hemos normalizado normativas secundarias, creadas más para satisfacer agendas políticas que para atender necesidades colectivas. Mientras debatimos si “está prohibido cortar margaritas en parques”, relegamos derechos esenciales como salud, educación y seguridad. El entramado legislativo, concebido para cohesionarnos, se convierte en laberinto costoso y agotador.
Recuperar el sentido original de la norma exige un ejercicio de madurez ciudadana. En primer lugar, evaluar cada propuesta legislativa bajo criterios de utilidad real y proporcionalidad. En segundo, generar espacios de deliberación donde la pluralidad de voces determine la urgencia de cada reforma. En tercero, fortalecer la educación cívica, pues comprender que derecho y obligación son dos caras de una misma moneda es la piedra angular del tejido social.
“Derechos y obligaciones brotan del mismo anhelo de convivencia. No nacen para engrosar un inventario político, sino para tejer la trama imprescindible que sostiene nuestra vida en común.”
La simplicidad normativa no es sinónimo de laxitud, sino de transparencia de propósitos. En un mundo que tiende hacia la complejidad desmedida, reivindicar la racionalidad legislativa se convierte en un acto de rebeldía civil. Si aspiramos a una sociedad estable y sostenible, debemos exigir que nuestros derechos miren al mañana, sin perder de vista la responsabilidad que nos corresponde a cada uno.
Disfruten de la semana, y si la vida nos lo permite, nos leemos la próxima. |