El villano que nos absuelve
Por Rubén Darío GV
A pocos días de que Veracruz acuda a las urnas para elegir a sus nuevas autoridades municipales, vale la pena reflexionar no solo sobre a quiénes elegimos, sino sobre los relatos colectivos que justifican, una y otra vez, el estado de las cosas. Esta columna nace a finales de semana, como suele ocurrir en la vorágine de responsabilidades que acompañan mi encomienda, pero con la misma pasión de siempre por abrir un espacio de pensamiento compartido.
La humanidad parece tener una debilidad ancestral por la figura del villano. Desde las tragedias griegas hasta las campañas electorales contemporáneas, no faltan los rostros a quienes adjudicar todos nuestros males. El discurso se repite: hay alguien ahí afuera que arruinó todo. Pero, ¿y si esta narrativa fuese, más que una descripción de la realidad, un mecanismo de defensa colectivo?
Culpar a un solo enemigo nos absuelve de la autocrítica. El político corrupto, el empresario voraz o ese grupo de "otros" que amenaza nuestro estilo de vida se convierten en recipientes de nuestra frustración, en cortinas de humo que nos impiden mirar de frente al espejo social. Si el problema tiene un rostro concreto, también la solución: eliminar al villano. Pero ¡qué fácil es esa salida!
En realidad, el deterioro de nuestras instituciones, la desigualdad estructural o la desconfianza cívica no provienen solo de una figura siniestra moviendo hilos en la sombra. Son el resultado de un tejido social construido con hilos de indiferencia, de normalización del abuso, de silencio frente a lo injusto. Son fenómenos colectivos, no individuos aislados.
Desde la sociología, esta tendencia a externalizar la culpa se conoce como el "mecanismo del chivo expiatorio", concentrar la responsabilidad en un solo actor permite al resto del grupo evadir el sentimiento de corresponsabilidad. A nivel psicológico, también cumple una función, nos protege del dolor de reconocer que la decadencia no vino de fuera, sino que brotó dentro de nosotros mismos.
Lo más peligroso de esta narrativa es que paraliza. Si el mal está encarnado en otro, entonces basta con esperar su caída para que todo mejore. Pero los problemas profundos requieren algo más, requieren cambiar nuestros propios patrones de acción, nuestras pequeñas corrupciones cotidianas, nuestras omisiones disfrazadas de cansancio.
Propongo, entonces, un cambio de paradigma: dejar de buscar villanos y empezar a rastrear responsabilidades compartidas. Asumir que la pobreza no es culpa exclusiva del gobierno, ni la violencia solo de los criminales, ni la ignorancia de los medios. Esas realidades tienen raíces complejas, muchas veces alimentadas por nuestra pasividad, por el conformismo con que aceptamos lo establecido.
La sociedad que decide dejar atrás la necesidad del enemigo perfecto, surge la posibilidad de una acción real. Ya no se trata de que otro "lo solucione", sino de reconocernos como agentes activos de cambio. Esa es, quizá, la forma más honesta de ejercer la ciudadanía.
Por eso, si eres de Veracruz, te invito no sólo a votar, sino a hacerlo con conciencia. No porque un candidato prometa eliminar al villano de turno, sino porque esté dispuesto a dialogar con la complejidad del presente y a trabajar desde la corresponsabilidad. Porque solo si abandonamos la cómoda ficción del culpable único, podemos empezar a construir un futuro distinto.
Si se me permite, nos leemos la próxima semana. |