Escenas en un cuarto de baño
Por: Efraín Quiñonez León
18/06/24
Tiro Libre
Con la demoledora no hay más muestras de amor que los regaños. Cuando se trata de mi siempre le digo con sorna: eres tan linda!! Somos el duo perfecto porque solemos compartir lo peor de cada quien. Ella siempre adusta y en guardia. Yo desafiante y provocador. Ella de pocas palabras; a mi me dice el periquito huasteco. A pesar de todo, ambos compartimos el humor sin ningún otro propósito que atenuar la ingratitud de las “tragedias”, la comprensión y la sensatez como para superar los obstáculos que a diario afrontamos cada uno. La “negociación” es la divisa de una transacción no monetaria de nuestra condición humana, pero que implica el compromiso de aprovechar lo mejor del otro. Así nos hemos relacionado casi de manera natural.
Cultivando una relación suficientemente higiénica como para estar equilibradamente distantes, pero sin menoscabo de una cercanía temporalmente intensa, transcurren los días entre las rutinas del trabajo y los apegos familiares. El otro día le dije: Oye, ya hace un buen que no nos veíamos ¿verdad? Sí, me dijo. Y así está bien, agregó. No deja ninguna oportunidad de hacer evidente su condición libertaria. Yo también lo creo así, aunque los demonios con frecuencia me traicionan.
La demoledora posee un espíritu indomable y una hiperactividad que ni los males físicos, ni del alma son capaces de apaciguar. Nunca se lo he dicho, pero su energía me contamina. Sin embargo, lo que más nos lastima y pone algo tristes son los achaques propios de la edad que se traducen en malestares del cuerpo, pero nos la pasamos sonriendo de nuestros infortunios y tribulaciones laborales.
Cuando empieza con pujidos como los de María Victoria, son las señales inequívocas de que los malestares y las incomodidades de la carrocería se resienten más de lo habitual, cual si fueran metales exentos de lubricación o carcomidos por la corrosión, el cuerpo nos va cobrando pequeñas o grandes facturas.
Justo después de varios días de no vernos, intentamos concertar una cita que se frustró por compromisos irrenunciables e inexcusables para ambas partes. Ya empezaba a oscurecer y ninguno de los dos tomaba la iniciativa porque la demandas de atención que recibíamos nos negaban la oportunidad de comunicarnos. En una escenario así de incierto, decidí proponerle vernos al día siguiente para desayunar. Los alimentos son un momento agradable porque literalmente terminamos por compartir el pan y la sal.
Casi de la nada me informa que le duele el cuerpo. Ay, canastos!!! pensé. Pero recordé aquellos momentos en que se había sentido igual. Las articulaciones, le dije. Bueno sí, pero también aquí en el pie, justamente a un lado de la planta de mi pie izquierdo, me dijo. Y esa no es propiamente una articulación, agregó.
No se lo externo, pero de repente me sorprende esa conexión según la cual experimentamos una suerte de deja vu, como si lo que el otro va a decirnos ya lo hubiésemos vivido o platicado anticipándonos a los hechos. Creo que a ella le ocurre con más frecuencia porque algo de misticismo la acompaña, posee una suerte de aura mágica que energiza su entorno y, por supuesto, a las personas con las que se relaciona. Pero no siempre es positivo porque los mortales tenemos cargas energéticas que producen chispas, siendo lo más sano mantener una distancia precautoria. Por esas razones tomamos distancia de nosotros mismos.
Me voy a convertir en una araña. Bueno, ya lo soy, dijo. Y la hilaridad fue presa de nosotros. Lo bueno es que, ante la adversidad, sigues conservando el humor, le dije entre risas. Yo no sé quién querrá estar conmigo cuando esté toda chueca y sin poder moverme. No sé si esas fueron exactamente sus palabras, pero no tengo dudas que ese es su sentir. Me atrevo a pensar que hay algo de compunción en su semblante y la forma en que lo expresa convierte la fiesta en melancolía.
Un momento, le dije. Aquí el de las tragedias soy yo y no puedo permitirte que el desanimo avasalle este momento.
Nos dirigíamos a desayunar porque, pese a las frustraciones, por fin habíamos podido acordar una cita entre las dificultades que nuestras propias agendas entrañan. Conoceríamos un lugar (esta es otra de nuestras aficiones, conocer lugares para comer o visitar. Me gusta “pueblear”, le dije un día y solamente recibí un ah!!! como respuesta. Con el tiempo, me ha dejado ver que es otro de nuestros gustos compartidos) que ella me había sugerido. En alguna ocasión me dijo: mira, en ese hotel hay un restaurante. Luego venimos, le dije.
Mientras el desayuno transitaba por los caminos insondables de las trivialidades, le informo que había escuchado a un jazzista muy bueno. De inmediato le dije: creo que esta rola te encantará. Se quedó absorta mientras su mirada se perdía entre el bosque. Nos quedamos callados por un largo rato. Extraviados entre la música y la apabullante belleza de la naturaleza que nos abrazaba.
Retomamos el viaje de nuestras conversaciones y me imaginé que la música había pasado a segundo término. Acto seguido, tomé el teléfono para apagarlo y, en su tono habitualmente serio, pero cálido, me dijo: ¿Qué ya acabó la música? La estoy escuchando, reiteró con énfasis. Por lo tanto, no tuve más remedio que dejar las cosas en su lugar.
Ya íbamos en retirada cuando de repente me dice: ven, mira, vamos a ver los baños. ¿Qué? Alcancé a musitar. Siempre que vengo a estos lugares me gusta ver los baños, me informa. Que placeres más exóticos, pienso de bote pronto, pero de inmediato me asaltan los recuerdos que semejante lugar tiene para mi.
A propósito de los calores, la sequía y la falta de agua, la demoledora me envió un whats muy temprano para confiarme sus adversidades mañaneras. Con la parquedad que le caracteriza, me dijo: no tengo agua.
¿Cómo te bañas: parada o sentada? Pregunté y obtuve un quéééé como respuesta. Volvió a la carga diciéndome ¿Y eso qué tiene que ver? No se lo dije, pero justamente en ese momento accionaba la regadera de teléfono de la cual brotó un vigoroso chisguete de agua y le envié la foto. Pues, aquí todo está en orden, agregué. Y lo que sobrevino fue la debacle. Eres un desconsiderado, gritó como un alarido de guerra. Suavizo un poco el lenguaje porque su tono fue un poco más rústico.
Espera, no te envié la foto para molestarte o pitorrearme de tu tragedia, pero qué puedo hacer a 10 kilómetros de distancia. En todo caso, aquí están las cosas a tu entera disposición. Tardó como una semana en volver a dirigirme la palabra. Con la demoledora no hay medias tintas, es categórica en sus juicios y en ocasiones, tarda un poquito en asimilar o al menos dudar que ciertas personas podemos ser genuinamente torpes para decir lo que pensamos, es decir, procuramos con nuestra retórica no lastimar a las personas y terminamos por arruinar las cosas.
La verdad es que he desarrollado una suerte de placer cuando me baño porque lo hago sentado. Hacerlo así se ha convertido en una suerte de ritual literalmente regar el cuerpo en la comodidad que me ofrece el estar sentado. Según mis investigaciones en cuanto a las condiciones ergonómicas que deberían privilegiarse en el diseño de nuestro entorno inmediato, como en los baños, por ejemplo, la arquitectura siempre ha privilegiado tanto la estética, como la funcionalidad, pero escasamente se preocupa por las personas que habitamos esos lugares. Por eso en mi casa he dispuesto algunos cambios que me permitan la movilidad minimizando los riesgos. Se sabe que el 88.7% de los accidentes en casa ocurren en las escaleras y los baños. Siempre me ha preocupado esta reveladora estadística. Mi pobre madre rodaba por los suelos en ocasiones mientras tomaba una ducha. Por fortuna sus caídas nunca tuvieron un desenlace fatal, pero los pisos tan lisos que se disponen en los baños son el arma asesina que, discreta, nunca nos previene de los zapotasos. Por ello creo que esa cifra resulta conservadora.
La demoledora es contundente, pero no insensible. Se conmovió con la historia y con tan pocas palabras como suele expresarse me dijo: lo siento. Pero tan pronto como sus expresivos ojos se inundan pasa del sentimiento a la iracundia. Pues, yo cuando voy al baño no hago otra cosa sino para lo que están hechos; solamente a ti se te ocurre prolongar conversaciones, me dijo.
Es verdad que disfruto conversar y, quizás, deba omitir esa práctica mientras permanezca en aquellos territorios que pueden ser no necesariamente los más adecuados para tener platicas interesantes. Es verdad que los baños pueden atesorar muchas historias y una que otra escatología perniciosa, pero nada hay más placentero que sentir el agua correr por el cuerpo sin peligro y sin demora. |