A Nadia Vera la conocí en 2004, en la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana, en la ciudad de Xalapa. Entre pasillos, clases y fiestas compartimos ideas, risas, proyectos y sueños. Aunque no fue muy constante nuestra amistad, siempre fue significativa. Ella se estaba reincorporando a la facultad después de un año y yo venía saliendo de la preparatoria.
Meses antes de ser asesinada, en un bar del centro de nuestra ciudad, me dijo: "Siempre me voy a acordar de ti por invitarme una torta y no un cigarro”; para quien no sepa, el café y un cigarro es el desayuno de muchos estudiantes. Cada que podía, al salir de la primera clase le invitaba una torta de chorizo con queso con Doña Amable, una señora con sonrisa empalagosa, que vendía tortas y licuados cerca de la facultad.
En aquellos años nos tocó ser parte de un movimiento que, gracias a mítines, marchas, boteos, pintas y periódicos murales, orillaron a las autoridades universitarias a colocar una ruta de transporte universitario interfacultades y, a las autoridades estatales, a implementar el descuento estudiantil en el transporte público, el cual, hasta el día de hoy continúa. Nadia y yo también compartimos viajes de estudio, recuerdo muy bien todas y cada una de las anécdotas de aquel viaje a Ciudad de Guatemala. Aquella vez conseguimos de manera inédita el apoyo de la universidad para un autobús que nos llevó desde la Unidad de Humanidades en Xalapa, hasta la Universidad de San Carlos en Guatemala. Qué viajecito, es todo lo que puedo decir. Todavía conservo amistades chapinas de aquella travesía.
En una ocasión nos desayunamos la noticia de un convenio entre Banco Santander y la Universidad Veracruzana, en el cual el entonces rector, Raúl Arias Lobillo, entregaba información personal de todos los estudiantes a esta institución bancaria a cambio de un chip que, supuestamente, llevaría a la universidad al primer mundo, con servicios bibliotecarios inteligentes, procesos de inscripción ágiles y trámites administrativos de primer nivel. Eso sí, en la casa de estudios, los mejores baños eran para los profesores y el personal administrativo, mientras que la perrada, es decir, estudiantes y personal sindicalizado teníamos baños de segunda, y en las aulas no había proyectores ni mobiliario adecuado. La privatización de la educación fue nuestra denuncia, de nuevo hubo marchas, boteos, periódicos murales y proyecciones al aire libre para denunciar los hechos. Con inocencia en mano logramos que al año siguiente se detuviera la entrega de credenciales estudiantiles ligadas a una cuenta bancaria.
Imposible omitir el Petrofest. Festival que, de último momento, mudó su sede del Parque Juárez, ubicado en el centro de la ciudad, a un templete que estaba en desuso frente al Palacio de Gobierno. Con este festival teníamos la firme intención de contener la Reforma Energética, en ese entonces promovida por el PAN. Con poesía, danza y son, dimos lo que teníamos para contrarrestar la campaña del tesoro en las profundidades. Un sin número de recuerdos se despliegan en mi mente cada vez que pienso en Nadia. El tiempo no perdonó y cada quien fue abriendo su propio camino. Ella continuó desarrollando su talento en la veta cultural y yo por mi parte me fui de lleno a la defensa del territorio entre sierras, bosques, ríos y llanuras. Me encantó reencontrarla en medio del activismo.
Por allá del 2011 quedaban pendientes dos grandes reformas para acabar de consolidar el neoliberalismo en nuestro país: la Energética y la Educativa. Estas no habían logrado avanzar por la posición del magisterio y la memoria histórica del pueblo alrededor de la soberanía nacional. En Veracruz, el fidelato se instaló con lujo de violencia. Secuestros, desapariciones, desfalco a las pensiones del Estado y a todo recurso público; obras inconclusas, lucro de la catástrofe, asesinato de periodistas y un sinnúmero de dispositivos de muerte se activaron para enriquecer los bolsillos de un puñado de personas. Cuando pensábamos que no podría irnos peor, llegó Javier Duarte a perfeccionar la necropolítica del Gobierno Estatal con mayor cinismo y violencia. El descontento social era la constante, al igual que la represión, el hostigamiento y la intimidación, siempre respaldada por el Gobierno Federal.
Así, en 2012 Peña Nieto compró las elecciones y a los legisladores, con el Pacto por México cerró la pinza del neoliberalismo y selló las dos reformas pendientes. En Veracruz las movilizaciones crecían con fuerza. Destacó el entusiasmo y valentía de una generación de estudiantes que se sumó a las demandas sociales en ese momento existentes, defensa de la educación, familiares en búsqueda de desaparecidos, por la libertad de expresión y la defensa del territorio, contra proyectos extractivos de minería e hidroeléctricas en lo particular. Fueron estudiantes quienes nos reunieron de nueva cuenta, compañeras y compañeros que con valentía construyeron procesos de solidaridad social. Cuando #YoSoy132 explotó, Veracruz ya contaba con un movimiento estudiantil importante.
En esa coyuntura vi a Nadia llena de vida, concentrada en apoyar y manifestar su repudio de manera audaz. Entre ruedas de prensa, marchas, la toma del Ayuntamiento de Xalapa, pintas y performances, yo vi a una Nadia grande, enorme. Ella era pequeña de estatura, siempre con botas y fumando, nos compartía sus puntos de vista para el rumbo del movimiento, no dudaba ni un segundo en llamar la atención con fuerza a los compañeros que descuidaban su seguridad y la del colectivo, “no te pongas de pechito”, nos decía.
Con macana en mano, Peña Nieto impuso la reforma educativa. Ya para ese entonces Nadia, como muchos otros compañeros estaban en la mira de Javier Duarte y su secretario de seguridad pública, el llamado Capitán Tormenta. En una ocasión unos desconocidos entraron a su domicilio. Quienes conocían a Nadia, sabían que el orden doméstico no era lo suyo, así que limpiaron su departamento para intimidarla.
Después de aquello, Nadia se mudó a la Ciudad de México. Dejé de verla de nueva cuenta. Supe que mantenía amistad con Rubén Espinosa, fotógrafo también perseguido por el gobierno duartista, y que vivía en la colonia Narvarte. Vi a Rubén en las múltiples entrevistas que dio a medios de la ciudad para denunciar no solo el acoso y hostigamiento del cual era objeto por su ejercicio de fotoperiodismo comprometido, sino también para denunciar el infierno que vivía la sociedad y la libertad de expresión en la entidad veracruzana.
Alrededor de las 12 de la noche del 1º de agosto de 2015, mientras estaba en la fiesta de cumpleaños de mi hijo, llegó la noticia: "Rubén fue asesinado", decía el mensaje de texto que me puso al tanto. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recuerdo claramente que en medio de la fiesta saqué mi computadora y comencé a escribir a compañeros solicitando apoyo para denunciar los hechos y, a la vez, enterarme de lo sucedido. Rubén fue un compañero entrañable. Al día siguiente salimos a dar la cara frente a Palacio de Gobierno, en Plaza Regina, para exigir la detención inmediata de los autores intelectuales.
En medio de la manifestación, con la garganta cerrada de tanto grito, nos cayó como un balde de agua fría otra noticia, Nadia, nuestra pequeña Nadia, la Niña de Azúcar, también había sido asesinada; eso ya era inconcebible. Recuerdo cómo la noticia comenzó a esparcirse en los rostros de las personas, de lágrima en lágrima, de llanto en llanto, entre abrazos y gritos, estábamos destruidos. No lo podíamos creer, no lo queríamos creer, no lo creemos aún. En definitiva, nueve años después todavía vemos a Nadia detrás de los escenarios promoviendo festivales culturales y denunciando cualquier injusticia. Y a Rubén, nuestro Rubén, lo vemos con cámara en mano, registrando, marchando, denunciando, influyendo en las nuevas generaciones que pugnan por un periodismo libre y consecuente.
Siendo franco, el efecto del crimen fue contundente, y es que ya éramos demasiado incómodos para el gobernador y su secretario. La zozobra, incertidumbre y el miedo inundó nuestros corazones, todavía no nos levantamos del todo. Gracias a la solidaridad del sindicato de trabajadores de La Jornada, logramos publicar un desplegado de página completa. Ese documento albergó el sentimiento, coraje e indignación que nos colmaba en ese momento. Más por necedad que por otra cosa, lo titulamos "Un grito de paz y amor por la vida". No es fácil sentirse derrotado, tocar fondo y sacar fuerzas para aferrarse al amor, eso es de valientes, canta Jorge Drexler.
Recuerdo claramente las palabras de mi madre, quién acababa de darle la última revisión al documento antes de mandarlo a consenso con los compas: “nos están matando”, me lo dijo con la voz quebrada. En ese instante nos abrazamos fuerte y lloramos, esa fue la primera vez que Nadia se pudo transformar en mi ser, de un nudo en la garganta a lágrimas. Yo no sé de cierto muchas cosas, pero de lo que sí estoy seguro es que Javier Duarte y Bermúdez Zurita son los autores intelectuales de los hechos ocurridos en la colonia Narvarte el 31 de julio de 2015.
El tiempo lo cura todo, decía mi abuela. Aunque la herida sigue abierta, hoy las cosas son diferentes, y no me refiero precisamente a la coyuntura política, aunque también. Hoy sabemos claramente que no existe mejor conmemoración para Nadia y Rubén que continuar en la lucha armados de palabras e ideas, que este relato merece ser contado de otra manera, y que el desenlace sigue en nuestras manos.
¡Justicia para Alejandra Negrete Áviles, Mile Virginia Martin, Yesenia Quiroz Alfaro, Nadia Vera Pérez y Rubén Espinosa Becerril! |