Fernando Vázquez Rigada
Los votos no sólo se cuentan: se leen.
El resultado de la elección presidencial no fue una sorpresa, lo fue su magnitud. Sí lo fue el desastre en los estados, en el Congreso, en los congresos locales.
Claudia Sheinbaum obtiene más votos que Andrés Manuel López Obrador y casi 20 millones más que Xóchitl Gálvez. Bajo las cifras, la autopsia.
Las oposiciones perdemos en todos los estratos socioeconómicos y en todos los segmentos de edad. Perdemos entre lo que piensan que el principal problema es la inseguridad, la economía, la corrupción y la pobreza. Entre quienes quieren un cambio, empatamos. En el 1% más rico, Morena queda en segundo lugar, por abajo del PAN, pero encima del PRI y MC.
Morena gobierna 92 millones de personas en 24 estados, domina ambas Cámaras y 27 congresos estatales; 15 capitales y 59 de las 100 ciudades más pobladas del país.
¿Qué pasó?
Este terremoto no lo explican los programas sociales, la compra de voto, la coacción o las mañaneras.
Simplemente, son muchos votos.
La cancha dispareja y el abuso es parte de la historia, pero no la historia completa.
Primero. Las oposiciones institucionales nunca intentaron reconstituirse y cambiar tras el desastre del 18. Convirtieron a los partidos en clubes, secuestrados por grupúsculos de poder que se ocuparon del negocio, de las plurinominales.
El peso de sus negativos es brutal. El golpe de su caída, desolador. El PRD desaparecerá, el PAN disminuyó de 11 gubernaturas a 4; el PRI, de 12 a 2. Movimiento Ciudadano hoy gobierna más población en estados que la coalición.
Lo más novedoso que imaginaron fue unirse y el domingo ni unidos llegaron a su voto duro.
Segundo. Se dejó de trabajar en el despliegue territorial. Sin estructuras no hay voto. No hubo, además, un ecosistema electoral. La campaña no tuvo homologación local.
Tercero. No entusiasmamos. Votó el 61% de la lista: 2 puntos menos que el promedio histórico. La gente que no salió fue porque no tuvo incentivos, por temor, o porque está conforme.
Cuarto: No tuvimos oferta. Caíamos en la trampa de convertir la elección en un plebiscito sobre López Obrador. Nunca ofrecimos una imagen de un país diferente y mejor. Caímos en la competencia de billetazos, y perdimos. Aseguramos la presencia de programas sociales, pero habíamos votado en diputados en contra. La gente sabe. La gente recuerda.
Quinto: No supimos dar cauce institucional a los movimientos independientes. La Marea Rosa fue el fenómeno de la elección. Su fuerza fue evidente. Empujó la competencia en la Ciudad de México, pero no logró contagiar a más personas ni organizarse en células de voto.
Sexto: No tenemos conexiones emocionales con la gente. Hay un México al que no vemos o no comprendemos. Hay mucha necesidad. Precariedad. Carencia. Muchos repiten que los beneficiarios de programas sociales son unos zánganos. Que son insostenibles. Que el salario mínimo no debe crecer. Que el outsourcing para negarles derechos sociales a los trabajadores está bien.
El tema es más profundo. Nunca le ofrecimos un camino de salida a esa gente de la pobreza y la injusticia. Jamás levantamos para ellos la bandera de la esperanza.
A nuestra oferta le falta solidaridad, emoción social, empatía. Nuestro diccionario no tiene palabras como respeto, igualdad, fraternidad. No logramos ofrecer un elevador social: la escalera ya tiene dueño.
El país está partido y hay una mayoría que nos guarda resentimiento y temor. Se niegan a volver a ser los perdedores repetidos de una historia sin final.
Recuerden: la gente que quiere cambio no ve en nosotros el cambio que anhelan.
Por eso, una reforma de la oposición es inviable. Urge una refundación.
No será suficiente. Requerimos resetear nuestra mente y sensibilidad.
Es eso, o acostumbrarnos a la derrota.
@fvazquezrig |