Uros Uscebrka no cree en el talento ni en la inspiración

Por: AVC/Noticias �
Fotografía: Oscar Martínez / AVC Noticias


2023-09-12
La obra escultórica de Uros Uscebrka es un constante cuestionamiento sobre si lo que hacemos como sociedad sigue siendo parte de la naturaleza o producto de una reconstrucción. * Una entrevista de Juan Carlos Plata



Por: Juan Carlos Plata

I)
Nació en Belgrado en 1971, cuando la ciudad fundada en la confluencia del los ríos Danubio y Sava era capital de la República Federativa Socialista de Yugoslavia –hoy es la capital de Serbia–; hijo de un miembro del servicio diplomático yugoslavo –y luego serbio–, vivió 5 años de su infancia en Roma, Italia; su adolescencia en Lisboa, Portugal; además de pequeñas temporadas en Bruselas, Bélgica y Madrid, España; pasó varias vacaciones y estancias artísticas en Rumania –algunas de ellas en la mítica región de Transilvania-; obras suyas han sido expuestas en Estados Unidos, Japón, España, Portugal, Rumania y Corea.
Si uno le pide enumerar sus influencias, cita a una larga lista de escultores y arquitectos de la ex Yugoslavia (lo mismo serbios que croatas, que montenegrinos, que eslovenos, que bosnios, que macedonios), artistas rusos, al rumano Constantin Brancusi, al japonés Isamu Noguchi, al español Eduardo Chillida, al indio-británico Anish Kapoor y al estadounidense Richard Serra.
Vive en México desde 1999.
Con este recorrido, el escultor Uros Uscebrka se sorprende por cada cosa nueva que ve y experimenta, y su obra se alimenta de influencias y experiencias disímbolas sin restricción geográfica alguna.
Son, hombre y obra, híbridos.


 




La obra escultórica de Uros Uscebrka es un constante cuestionamiento sobre si lo que hacemos como sociedad sigue siendo parte de la naturaleza o producto de una reconstrucción. “Siempre está ahí mi preocupación por conjuntar lo natural y la intervención humana. Además, vivimos una época de mucha confusión, y nos cuesta cada vez más trabajo diferenciar lo que es una ilusión de lo absolutamente real, ciertas piezas que hago son producto de esa confusión”.
Desde sus tiempos de estudiante, Uscebrka ha trabajado la idea de que los humanos, en lo cultural, somos una especie de híbridos, porque recibimos información de diferentes fuentes, la procesamos, nos apropiamos de ella, nos identificamos con ella y luego, con un poco de suerte, proponemos algo nuevo.
“Estar en tantos lugares diferentes hizo que todo lo viera con ojos más curiosos”, asegura Uscebrka, “incluso las manifestaciones culturales del país en el que nací. Luego de muchos años, llegué a la conclusión de que ya no soy serbio o mexicano, más bien soy un personaje que absorbe información de muchos lugares, en cierto sentido yo soy un híbrido”.
Pero el concepto de hibridación de Uscebrka no se agota en lo cultural, sino que llega hasta lo fisiológico. “Tengo cicatrices en el cuerpo, me operaron los tendones de una mano, en sentido estricto ya no soy el ser humano creado por la naturaleza”.

II)
El taller de escultura de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana comparte espacios con una bodega de material de desecho y un taller de elaboración de mobiliario.
Para llegar, por la avenida Arco Sur es necesario bajar unos 50 escalones hacia la colonia Santa Rosa, e incluso cruzar un drenaje a cielo abierto.
Si un estudiante elige cursar la materia de Escultura, ahí tiene que presentarse. Cuando llegue, encontrará a Uros Uscebrka, titular de la materia.
No habrá charla de inducción, ni la habitual sesión de presentación en la que cada estudiante dice su nombre y por qué eligió cursar la materia.
Uscebrka no les dirá qué hacer, ni qué material o herramienta usar, el proceso de selección será cuasinatural. Los que –sin que nadie los apremie o presione– se ponen a trabajar, se quedan; los que no, se van.

La práctica, que puede parecer autoritaria o poco didáctica, explica Uscebrka, tiene como finalidad que los estudiantes vean al taller como un lugar para producir. “No es para chismear o echar rollos, es un espacio en el que pueden desechar las ideas equivocadas que existen sobre la producción artística, como que todo depende de la inspiración y del estado de ánimo del artista, y que hay días que eso ‘no fluye’.
“Yo no creo en el talento ni en la inspiración, me parecen palabras absurdas para justificar ocurrencias o iluminaciones divinas. Yo creo que el talento es sólo un elemento que se desarrolla con trabajo y que es importante evitar las excusas para no producir”.
Según Uscebrka, y contrario a lo que muchos artistas declaran, en el proceso artístico no siempre se tienen ideas claras, ni una convicción absoluta antes de empezar. Por lo que su recomendación para los estudiantes es empezar a caminar; después, hacerse el hábito de caminar todos los días y una vez que estén en un camino, encontrarán ideas y detalles, los integrarán y terminarán con un producto, una obra.
“No sé si yo sea un maestro”, dice. “Más bien quiero ser un ejemplo para los estudiantes, un profesionista al que le pueden hacer preguntas. Mi idea es estar siempre a su disposición, relacionarme con ellos en lo profesional y producir constantemente para darles el ejemplo, en lugar de dar pláticas interminables sobre cuán importante y bueno soy”.
En el proceso de enseñanza y aprendizaje, Uscebrka sostiene que la honestidad es un elemento muy importante. “Hay que ser directo y honesto con los estudiantes, en lo bueno y en lo malo. Lo que sé lo comparto sin secretos, mentiras, ni grandes discursos; pero cuando me preguntan algo que no sé, también lo digo, porque si me invento algo sólo para no evidenciar que no sé, los estudiantes terminarán confundidos”.

III)
Piero Dorazio empezó a pintar paisajes al tiempo que estudiaba Arquitectura en la Universidad de Roma, durante el régimen de Benito Mussolini. Al término de la Segunda Guerra Mundial, se dedicó al periodismo, a la escritura y edición de libros y a la curaduría de exposiciones; participó en los debates artísticos, estéticos, intelectuales y políticos de la época, y formó parte de los célebres grupos Arte sociale y Forma 1.
A finales de los 50 viajó a Francia y Estados Unidos, donde conoció a la élite mundial del arte, consolidó su estilo de pintura abstracto, fuertemente influenciado por sus estudios arquitectónicos.
Para los años 80 era uno de los más importantes artistas de la corriente futurista y óptica en el mundo. Fue en algún punto de esa década cuando le regaló una acuarela al entonces niño Uros Uscebrka, quien vivía en Italia, donde su padre trabajaba como agregado cultural de la Embajada de Yugoslavia.
Dorazio no podía saber entonces que ese hecho, años después, sería determinante en la decisión del joven Uscebrka de abandonar la carrera de
Matemáticas y Estadística –que de acuerdo con la formación familiar tenía toda la lógica del mundo– e inscribirse en la Universidad de Artes de Belgrado para estudiar Escultura.

Aunque nunca fue presionado para dedicarse a algo en particular, Uscebrka recuerda que en su familia todos, incluso él, daban por sentado que estudiaría una carrera de ciencias duras.
La familia de Uscebrka regresó a vivir a Belgrado en 1988, justo a tiempo para que él terminara de estudiar el bachillerato –con especialidad en matemáticas–, se inscribiera a la universidad y para hacer el servicio militar.
Una vez inscrito en la universidad, se presentó a hacer el servicio militar y fue enviado a la base del Ejército Popular de Yugoslavia en Aleksinac –pueblo minero ubicado a 200 kilómetros al sur de Belgrado y 32 kilómetros al norte de Nis, la segunda ciudad más importante de Serbia–.
Un año completo lejos de cualquier influencia familiar y de la ciudad que conocía, con experiencias sobrecogedoras –como el que Uscebrka y sus compañeros conscriptos ayudaron a sacar más de 30 cuerpos de una mina en la que hubo un accidente -, viviendo y trabajando con un grupo de desconocidos, ayudó al joven Uros a decidir su futuro.
“Ahí rompí con mi propia idea de las ciencias y decidí estudiar algo relacionado con las artes. Fue algo que ni yo mismo entendí muy bien en ese momento, pero años después mi padre me preguntó el por qué de mi decisión y la respuesta fue muy obvia a la distancia: la influencia que tuvo en mí su trabajo como agregado cultural de Yugoslavia en Italia y Portugal fue determinante. Era inevitable que yo me dedicara a esto”, asegura Uscebrka.
El niño Uros creció en tertulias artísticas, visitando talleres y casas de los más reconocidos artistas italianos de finales de los años 70 y principios de los 80, y de los portugueses de mediados de los 80, y además experimentando de primera mano el gran patrimonio artístico-arquitectónico de ambos países.
Todo ese acervo inconsciente guió la reflexión de Uscebrka durante su año en el servicio militar, al grado que usó los únicos 10 días que tenía de permiso en el ejército para regresar a Belgrado y presentar examen para ingresar a la Universidad de Artes.

“Mi familia y mis amigos incluso se molestaron cuando supieron que había ido a Belgrado y no los había visto porque estaba haciendo examen. Ni siquiera llevaba ropa, hice todo el trámite de ingreso a estudiar artes vestido de soldado”, recuerda.
“Mi primera opción era estudiar diseño industrial, influenciado por mi experiencia en Italia, que en los años 80 fue la más importante escuela de diseño industrial del mundo. Un tío que había estudiado esa carrera me aconsejó hacer examen para Escultura, ingresar y luego cambiarme de carrera si así lo quería”, cuenta. Pero ese cambio nunca se realizó.
“El ambiente de la escuela me ayudó a entender que la carrera de Artes no te hace artista, ni un profesional. Tienes que aprovechar el ambiente y aprender todo lo que puedas. Desde el inicio trabajé escultura, pero siempre me movía por los talleres de diseño y colaboraba mucho con estudiantes de esa carrera”.
La Universidad de Artes de Belgrado, que formaba parte de la Universidad Nacional de Yugoslavia, tenía cuatro facultades: Artes plásticas, Artes aplicadas y diseño, Música y Drama.
“Estudié la carrera de Artes aplicadas y diseño, que no sólo involucra una propuesta estética sino que procura encontrar una función en la sociedad, lo que no había en Artes plásticas, que se dedicaba más a un arte libre. Eso para mí representó una ventaja, porque me hizo un profesional más pragmático, más racional y más disciplinado”.
El ingreso a la Universidad de Artes de Belgrado era sumamente difícil, cada año recibía al 10 por ciento de los aspirantes, pero justo cuando Uscebrka presentó examen, las solicitudes fueron mucho menores porque había señales cada vez más fuertes de un conflicto social y bélico en el país.
“Durante mi año en el ejército iniciaron los conflictos, primero políticos y después bélicos y religiosos. Nosotros veíamos y leíamos las noticias de los primeros conflictos en diferentes lugares de Yugoslavia y se anunciaba la intervención del ejército, lo que nos preocupaba mucho. Terminé el servicio en septiembre de 1990 y la guerra como tal inició en los primeros meses de 1991, la generación que siguió a la mía fue enviada directamente a pelear en lo que hoy se conoce como la Segunda Guerra de los Balcanes. Yo la libré apenas por unos meses”.

IV)
Luego de cursar los cuatro años de universidad en medio de una guerra civil, entre 1995 y 1998, Uscebrka y su compañera Milena Milosevic, trabajaron en Belgrado lo mismo decorando clubes nocturnos que elaborando escenografías de teatro o como becarios en el Museo Nacional de Arte, viajaron un par de veces a Rumania a simposios de escultura y realizaron una estancia en el taller de un artista en Italia.
Con perspectivas limitadas en lo laboral, la pareja decidió buscar oportunidades para estudiar un posgrado en el extranjero. La búsqueda los llevó a la Embajada de México en Serbia, que anualmente ofrecía una beca para ingresar a la maestría en Restauración arquitectónica en la Universidad Veracruzana.
En septiembre de 1998, mientras vacacionaban en Montenegro, les notificaron que habían obtenido la beca y que los cursos empezaban en agosto del año siguiente, pero unos días después les avisaron que debían viajar en febrero.
Consiguieron dinero prestado, compraron los boletos de avión y luego de una travesía en camión a Budapest y un vuelo con escala en Frankfurt, llegaron a México el 24 de febrero de 1999.
Exactamente un mes después, el 24 de marzo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) bombardeó por primera vez la ciudad de Belgrado, y lo haría durante los siguientes 78 días.

“Llegamos a la conclusión de que la gente de la Embajada de México en Serbia sabía que el bombardeo era inminente y por alguna razón decidieron adelantar nuestra salida para ayudarnos”, recuerda Uscebrka.
En la Ciudad de México los recibió una amiga del cuñado de Uscebrka, que los alojó por casi un mes y los ayudó en los trámites que tuvieron que hacer.
Al día siguiente de su llegada fueron a la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde les dijeron que tenían que regresar a Serbia porque la beca entraba en vigor hasta 6 meses después. Con apenas 100 dólares en la bolsa y sin oportunidad de regresar, algún funcionario de la SRE consiguió que les adelantaran la beca y los enviaran a la Escuela de Estudiantes Extranjeros de la UV para que aprendieran a hablar español.
“Veinte días después de llegar a México, nos dieron el primer cheque de la beca, nos dijeron que había que pedir una extensión para el último semestre de la maestría y nos mandaron a Xalapa. Llegamos aquí por primera vez el 15 de marzo de 1999”.
Uros y Milena se hospedaron en un hotel del centro de Xalapa y empezaron con sus cursos de español, pero también tomaron todas las clases de inmersión cultural que ofrecía la Escuela para Estudiantes Extranjeros
de la UV.
“Estábamos ansiosos, otra vez todo era nuevo para nosotros, nuestra urgencia por aprender español hizo que los maestros nos saltaran dos niveles porque nos esforzábamos mucho.
“La maestría fueron dos años muy duros porque entendíamos con mucha dificultad –por los tecnicismos de las materias y por descubrir cada día palabras nuevas–, lo que los compañeros redactaban en una hora, a nosotros nos costaba toda una semana.
“Nuestro plan era terminar la maestría y regresar a Serbia, pero todo cambió porque tuvimos que quedarnos un año más para hacer la tesis, no teníamos dinero y no podíamos trabajar porque nuestra situación migratoria no lo permitía”, cuenta.

Talismán
En la oficina de Migración les informaron que para cambiar su estatus migratorio –de estudiantes a turistas y luego a residentes– y así poder trabajar, tenían que salir del país y reingresar.
La opción de viajar a Serbia era imposible así que Milosevic y Uscebrka decidieron ir a Guatemala, pasar un par de días y volver a México. Impartieron cursos en el Jardín de las Esculturas y con lo que les pagaron, se encaminaron a la frontera sur.
En el puerto fronterizo de Talismán, el agente guatemalteco selló sus pasaportes instintivamente, pero luego se dio cuenta que eran documentos yugoslavos. Para entonces Yugoslavia ya no existía como país y el agente decidió hacer un par de llamadas telefónicas para pedir instrucciones. Colgó y le dijo a la pareja que no podían entrar a Guatemala, tenían que buscar un consulado –que seguramente tampoco existía más– y pedir un permiso especial.
“Sin poder hacer el trámite, nos quedamos 5 días en Chiapas para hacer algunos recuerdos bonitos, antes de regresar a Serbia de alguna manera, incluso pensamos en pedir que nos deportaran porque no teníamos dinero para el avión de regreso.
“Cuando volvimos a Migración en Veracruz, nos dijeron que con el sello que habían puesto en el pasaporte era suficiente para empezar el trámite para poder trabajar y quedarnos en México”.
A finales de 2002, la madre de Milena les prestó dinero para viajar a Serbia, pero estando allá, Uscebrka recibió varias propuestas de trabajo: colaborar en la restauración de la iglesia del municipio de Jalacingo, hacer algunas esculturas para un rancho y un conocido ofrecía comprarle varias esculturas.
La pareja regresó a México para hacer esos trabajos, de nuevo, con el plan de volver a Serbia definitivamente.
“En marzo de 2003, supimos que Milena estaba embarazada y decidimos quedarnos en México. Ese mismo año empecé a dar clases en la Facultad de Artes Plásticas –casi un año lo hice sin cobrar porque me decían que mi condición migratoria no era la adecuada–.
“Ya titulado de la maestría, pregunté en la facultad si podría tener más clases, pero el director me dijo que no podía hacer nada. El 15 de septiembre de 2004 fui a ver al entonces secretario académico de la UV, le entregué una carpeta con mi trabajo de escultor y mi currículum, le pedí que lo revisara y que me dijera si la universidad necesitaba algo de mí”.
Apenas cinco días después, Uscebrka recibió una llamada telefónica a las 10 de la noche. Era el secretario de la Facultad de Artes Plásticas de la UV. Había llegado un documento para él. Tenía que ir inmediatamente.
“Llegué a la facultad y sólo estaban el director y el secretario académico. El documento que había llegado para mí era la notificación de que me habían asignado una plaza de tiempo completo en la facultad.
“Empecé a trabajar en el taller de escultura dando cursos remediales de escultura en piedra y metal, además di clases de cerámica, dibujo y técnicas de investigación, y en 2006 me dieron las materias de escultura”.

V) Spomenik
El 18 de julio de 2013, el periodista inglés Joshua Surtees escribió en el periódico The Guardian:
“Erigidos en campos tranquilos en medio de la nada, los Spomenik –que significa monumento en serbio– parecen aterrizajes alienígenas, misteriosos y perfectos círculos trazados en campos de cultivo o portadas de discos de Pink Floyd… Construidos por comisión de Josip Broz Tito para conmemorar los sitios de batalla o campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, los gigantescos monumentos derriban las ideas tradicionales de lo que debe ser un memorial. Tito pidió a los principales arquitectos del movimiento cultural yugoslavo, como Dusan Dzamonja, que los diseñaran…”.
De acuerdo con investigaciones de artistas y periodistas serbios, hoy se sabe que muchos de los más de mil monumentos esparcidos en lo que fue territorio yugoslavo (y que hoy es Serbia, Croacia, Montenegro, Eslovenia, Macedonia y Bosnia Herzegovina) fueron construidos a iniciativa de gobiernos y organizaciones locales, con apoyo del gobierno federal yugoslavo.
Si bien cada monumento y su ubicación refieren a eventos bélicos particulares, el conjunto comparte una idea general: recordar a las víctimas del nazismo en Yugoslavia y conmemorar la lucha antifascista del pueblo yugoslavo y sus diferentes culturas durante la Segunda Guerra Mundial.
Diseñados y construidos por escultores como Dusan Dzamonja, Vojin Bakic, Miodrag Zivkovic, Jordan e Iskra Grabul y arquitectos como Bogdan Bogdanovic y Gradimir Medakovic, entre muchos otros, los Spomenik son gigantescas referencias no sólo políticas, bélicas y humanas, sino artísticas y culturales.
Habiendo vivido en el extranjero hasta la adolescencia, Uscebrka descubrió estas expresiones artísticas de su país hasta que entró a la universidad.

“Crecí siendo un orgulloso yugoslavo, pero conocía poco de la cultura de mi país. La tradición escultórica monumental de Yugoslavia y los Spomenik en particular fueron una gran sorpresa para mí, me impresionaron mucho. Fue una experiencia que imagino similar a la de los habitantes de América cuando vieron los primeros barcos españoles.
“Varios de mis maestros diseñaron algunos de esos grandes monumentos, por lo que pude apreciarlos de una manera muy cercana durante mi proceso de descubrir mi propio país.
“Esa experiencia de descubrimiento e impresión me volvió a pasar cuando llegué a México, que fue como llegar a un planeta nuevo, totalmente desconocido, y aprendí a absorber y valorar mucho cada cosa que veía”, cuenta Uscebrka.
El objetivo de la escultura monumental en Yugoslavia era recordar el pasado y un intento –que resultó fallido– de generar identidad y orgullo nacional, aseguró Uscebrka, quien además encuentra similitudes entre los Spomenik y el movimiento muralista mexicano postrevolucionario.
“El movimiento muralista mexicano tuvo una motivación similar a la de los Spomenik. México es un país con una historia muy compleja y conflictiva, esos murales son expresiones surgidas de la realidad social, lo mismo que los grandes monumentos yugoslavos. Se trata de ejercicios similares”.

VI)
Sobre la relación que debe forjar un artista con el mercado, Uscebrka asegura que los creadores de arte no pueden ser inflexibles, “hay una idea común sobre los artistas que muchas veces es cierta: que queremos estar en nuestro mundo y que no queremos integrarnos a la sociedad. Esto es un error, tenemos que desarrollar proyectos o ideas que sean interactivos con el público y con la sociedad, e incluso que tengan un valor comercial; aunque también se hagan cosas muy íntimas, sin importar lo que la gente piense de ellas.
“El artista tiene mucha culpa de que el mercado sea difícil, porque no sabemos utilizar al mercado y sus manipulaciones. Debemos entender que el mundo funciona así. Muchas veces creo que soy estúpido por no participar de eso y recibir ganancias, pero procuro ofrecer la obra como algo accesible a más gente y no sólo a un grupo elitista”, dijo.
De acuerdo con el escultor, varios expertos sostienen que la cultura no es una sola, sino que existen tres tipos diferentes: la cultura popular, las ideas que las sociedades entienden como valiosas; la cultura institucional, los planes que los gobiernos desarrollan para crear arte y cultura; y la cultura de élites, creada y manejada por grupos económicos dominantes.
“Los artistas pueden establecerse en cualquiera de esos ámbitos, pero muchas veces de manera voluntaria se han borrado ellos mismos de esos esquemas. Actualmente en el mercado del arte son más importantes los curadores y los galeristas, porque ellos son los que ponen el valor a las cosas; el artista se ha convertido en algo así como un ayudante de los otros dos”.
Aunque para Uscebrka el mercado debe ser explotado, es cierto que existen riesgos en ello: “Los superestrellas del arte actual tienen muy poco qué decir, les va tan bien que no les interesa quién compre su obra o qué se opine de ella, sólo quieren que se venda muy cara y terminan respondiendo sólo al estímulo económico.
“He llegado a la conclusión de que el arte es sólo un fenómeno más de la sociedad, no es más valioso que ninguna otra actividad humana y social. Si uno sale de casa y va a una zapatería a comprar zapatos, lleva la intención y busca algo que se ajuste a su presupuesto, que le guste y que sea de buena calidad; en las galerías debería venderse arte con esos mismos parámetros.
“Lo ideal sería que la gente tuviera información suficiente para evaluar una obra de arte y decidir si la quiere o no la quiere basado en su calidad y en la emoción que le provoca. Aun en estos tiempos en los que las personas tienen la mayor cantidad de información a su alcance, mucha gente se va con la finta de que una pieza vale más si es cara, pero no puede diferenciar basado en la calidad de la obra”, aseguró Uscebrka.
Y para que la situación sea diferente, a juicio del escultor es necesario que el artista se abra a la crítica y, al mismo tiempo, se generen espacios de crítica objetiva y libre.
“Hay que buscar la crítica en lugares neutros, la retroalimentación es muy importante para el desarrollo del artista. Lo común aquí es que a las exposiciones lleguen tu familia, tus amigos y algún conocido interesado, y todos terminan hablando maravillas de la obra porque creen que así se apoya al arte.
“Es muy necesario crear espacios de crítica libre basada en hechos, aun en el arte hay cosas muy tangibles que se pueden analizar: la técnica, el acabado, la presentación, las influencias. Los entornos artísticos suelen ser muy sensibles y no reciben la crítica como consecuencia lógica de su trabajo, y eso es preocupante porque entonces no existe el diálogo a menos de que sea favorable a la obra”.

VII)
¿Se puede ser feliz siendo artista?
“Sí, tal vez mucho más que en cualquier otra profesión. Siempre le digo a los estudiantes que vale la pena toda la resistencia, el esfuerzo, la oposición que hay que enfrentar, los sacrificios, los choques que puedas tener, se recompensa con la satisfacción personal y el reconocimiento que tiene el artista en la sociedad, que es mucho mayor al que reciben muchas otras profesiones”.

¿Es válido hacer obras pensando en la posteridad, en lo que puedan significar en el futuro?
“Una de las primeras cosas que me metí en la cabeza cuando entré a estudiar escultura, fue: ‘por lo menos voy a dejar unas piedritas que mis nietos puedan presumir’. Quizá es una de las razones por las que me he inclinado siempre a usar materiales muy duraderos y resistentes.
“Pensar en que mis obras estén ahí por años y años y años, es una motivación. Que la gente se dé cuenta de tu presencia en el mundo a través de tu obra es algo muy satisfactorio, quizá es algo egocéntrico, pero es genial. No sé si los olmecas pensaban algo parecido, pero ahí están las cabezas monumentales. Mucho de lo que sabemos de las civilizaciones antiguas, son expresiones artísticas. México y sus culturas originarias son un ejemplo genial de eso”.

Uros Uscebrka es académico de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana desde 2004; en 2018 ingresó al Sistena Nacional de Creadores de Arte de la Secretaría de Cultura federal, uno de los máximos estímulos a la creación artística en el país; en 2021 ganó el concurso de escultura insignia del nuevo Centro de Cultura Científica del Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de Coahuila, con la pieza monumental “Galería cuántica”.