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Jueves 25 de abril de 2024
Don Sergio, el buen pastor

Actualizado: 2018-05-25
Desde el Caf�

Don Sergio, el buen pastor

Bernardo Guti�rrez Parra

Muchas son las historias que se cuentan sobre la vida pastoral de don Sergio Obeso Rivera. Todas hablan del bondadoso coraz�n de este hombre que, literal, es un hombre de Dios que el pr�ximo 29 de junio ser� ungido Cardenal por el Papa Francisco.
Yo conozco una de esas historias.
Hace m�s de veinte a�os lo vi por primera vez. En ese entonces radicaba en M�xico y vine a Xalapa a cubrir las campa�as para gobernador.
Cuando ten�a tiempo, me sentaba en el jard�n que se encuentra en la esquina de Ju�rez y Clavijero desde donde admiraba parte de la ciudad. Y de vez en vez escuchaba las imprecaciones de un indigente alcoh�lico, sexagenario y mugroso que era parte del paisaje.
Un domingo en la tarde el sujeto se levant� de la banca donde estaba recostado, tom� su costal de tiliches y camin� trastabillando hasta pararse junto a mi cuando me dispon�a a cruzar la calle. En contraesquina, se detuvo un auto del que descendi� un hombre de baja estatura, sotana negra y que se cubr�a del sol con un sombrero. Era don Sergio Obeso.
Algo, que no alcanc� a escuchar bien, dijo el indigente sobre la inexistencia de Dios mientras cruzaba la calle Clavijero, al momento en que don Sergio cruzaba la calle Ju�rez para entrar al arzobispado.
Don Sergio lleg� al otro lado de la acera y qued� a unos metros del hombre que se par� en seco. �Buenas tardes, �c�mo est� usted?� le dijo el arzobispo al tiempo que le tend�a la mano y le sonre�a con beatitud. El tipo no supo qu� hacer; entre sorprendido y aturdido extendi� t�midamente su diestra mugrosa hacia la del prelado. �Me da mucho gusto saludarlo, que Dios lo bendiga�, le dijo don Sergio.
Y eso fue todo.
Por alguna raz�n, me qued� viendo c�mo se alejaba el indigente hasta que una monja sali� del arzobispado y corri� tras �l. Le entreg� comida, fruta y unas monedas. El indigente se neg� a aceptar �stas �ltimas, pero la insistencia de la monja fue mayor.
Dos meses despu�s y a punto de regresar a M�xico, fui a ese jard�n xalape�o. Tambi�n era domingo, tambi�n fui por la tarde y tambi�n estaba el indigente. Pero a diferencia de la ocasi�n anterior, esta vez no estaba ebrio ni mugroso. Por el contrario, vest�a ropa limpia, estaba afeitado y se hab�a cortado el cabello. Nada que ver con aquella melena larga, grasienta y pestilente.
Sobre la calle Ju�rez se detuvo un auto del que descendi� un hombre de baja estatura, sotana negra y que se cubr�a del sol con un sombrero.
El sujeto no esper� a que el arzobispo cruzara la calle. Fue hacia �l y lo salud� con una discreta reverencia. Don Sergio le sonri� con beatitud y le tendi� la mano. �Buenas tardes, �c�mo est� usted? Me da mucho gusto verlo bien�.
El tipo tambi�n sonri�, tom� entre las suyas la diestra del prelado y la bes� con un respeto que no hubiera imaginado dos meses atr�s.
Casi en susurro le dijo algo al arzobispo que le dio su bendici�n. El hombre se inclin�, bes� otra vez su mano y se alej�.
Siete a�os despu�s regres� a Xalapa, volv� al jard�n en domingo y ah� estaba aquel hombre alejado del alcohol y la indigencia. Hab�a hecho migas con otros asiduos a la plaza con quienes jugaba ajedrez.
En alguna ocasi�n lo vi leyendo a P�rez-Reverte y un d�a ya no lo vi m�s.
�Muri� de viejo� me dijo uno de sus contertulios. �Tomaba mucho, �verdad?� pregunt� de metiche. �Uh s�, vaya que tomaba. Beb�a desde hace mucho tiempo y se convirti� en un alcoh�lico al que se le meti� el diablo. Pero algo pas� porque hace m�s de seis a�os que dej� el vicio y nunca volvi� a beber. Dios hizo un milagro con �l�.
No dudo que don Sergio fue parte sustantiva del milagro.
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