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Jueves 28 de marzo de 2024
�Es el pragmatismo la forma suprema del pensar filos�fico y pol�tico?

Actualizado: 2018-02-22
�Es el pragmatismo la forma suprema del pensar filos�fico y pol�tico?

Aquiles C�rdova Mor�n

En los �ltimas semanas y al calor de la contienda electoral que estamos viviendo, he o�do, visto y le�do una ingente cantidad de aplausos y elogios para alguno de los candidatos a la presidencia de la rep�blica por su abandono decidido (as� lo aseguran) del viejo �doctrinarismo sectario� (?�) que lo caracterizaba, para pasarse a un inteligente pragmatismo que, ahora s�, lo acerca peligrosamente a la meta de conquistar el poder de la naci�n. Los elogios no solo impresionan por su cantidad, sino tambi�n por su car�cter escogido, alambicado, como debe ser trat�ndose de un asunto de la trascendencia del que hablamos.
Siempre seg�n quienes aprueban entusiastamente la transformaci�n del candidato en cuesti�n, la antigua conducta de �ste, caracterizada por su discurso directo y �spero al formular cr�ticas precisas y severas al sistema pol�tico y econ�mico del pa�s; a la conducta personal y al desempe�o profesional de los pol�ticos al uso; al caracterizar la situaci�n dolorosa de importantes sectores sociales como los campesinos, los obreros, los maestros, las clases medias bajas y muy bajas, los j�venes, los discapacitados, los hombres y mujeres de la tercera edad, las minor�as sexuales, religiosas y �tnicas, etc.; y finalmente su compromiso abierto con dichos sectores e incluso la reiteraci�n franca de su auto definici�n pol�tica, filos�fica y moral, eran, m�s que un error, un pesado e innecesario lastre que lo tiraba hacia abajo, hacia el fracaso y la derrota de sus leg�timas ambiciones pol�ticas.
En cambio ahora, nos dicen, tenemos en frente a un hombre nuevo, a un pol�tico sensato y maduro que ha ca�do en la cuenta de que, de mantenerse en sus posiciones de anta�o, est� condenado irremediablemente a una nueva derrota; una derrota labrada por �l mismo en vista de su falta de �flexibilidad� en el discurso y en el compromiso pol�tico, en vista del aislamiento que le generan su �sectarismo� y �doctrinarismo� a ultranza, que lo han llevado a rehuir el di�logo con personajes influyentes susceptibles de ser ganados para su causa. Ahora tenemos a un candidato �pragm�tico�, dispuesto a negociar y a llegar a acuerdos con todos, con las �fuerzas pol�ticas decisivas� del pa�s, y a sellar alianzas con quien sea, siempre y cuando gane un partidario m�s, conquiste a un enemigo y sume fuerza electoral a su candidatura. Por fin, pues, ha aprendido la lecci�n: para triunfar hay que ser �pragm�tico� y aliarse incluso con el diablo si fuere necesario, si se quiere llegar a la meta. Ya habr� tiempo, despu�s del triunfo, de recomponer la imagen y de explicar lo aparentemente inexplicable
Todo esto parece querer decir que dar un salto desde una posici�n filos�fica y pol�tica coherente y definida (sea la que sea) hacia una b�squeda abierta y sin disfraces del poder, es pasar de la irresponsabilidad propia de la infancia y la adolescencia a la madurez pol�tica y personal; que es dar un gigantesco salto hacia adelante (o hacia arriba) y es colocarse en la cima insuperada e insuperable del pensamiento filos�fico y pol�tico de la humanidad: el pragmatismo. Muy bien. Pero, �qu� es el pragmatismo? Dicho en t�rminos breves y entendibles, se trata de una corriente filos�fica (hace tiempo desechada, por cierto) que, enfrentada a uno de los problemas torales de la filosof�a de todos los tiempos, el problema de la verdad, de su esencia y del criterio seguro para demostrar que un juicio, un razonamiento, una hip�tesis o un concepto cualquiera es verdadero, contesta: la prueba �ltima de la verdad es el resultado inmediato que se obtiene de su aplicaci�n pr�ctica (de ah� el nombre de pragmatismo). Si, partiendo de lo que pienso sobre tal o cual problema particular, act�o en consecuencia y obtengo el resultado esperado, eso basta para asegurar que lo que yo pensaba era verdadero. Y esto, independientemente del contenido social, econ�mico, pol�tico o moral del objetivo buscado; independientemente de su trascendencia o de los efectos de cualquier naturaleza que pueda causar; e independientemente, en fin, de los da�os o beneficios que sobre su entorno, inmediato o remoto, humano o natural, pueda ocasionar la coronaci�n exitosa del razonamiento pragm�tico.
Bien entendido, pues, el pragmatismo es la ausencia total de principios firmes, b�sicos, relativamente inamovibles del pensar humano; es tambi�n, por tanto, la ausencia radical de una concepci�n integral, coherente, org�nica y l�gicamente estructurada del mundo, de la naturaleza, de la sociedad humana y de cualquier problema delimitado de mayor o menor complejidad conceptual. El pragmatismo no est� anclado a nada fijo y perdurable (como no sea al �xito inmediato); no se compromete con ning�n principio o meta de car�cter permanente; con ninguna visi�n racionalmente pensada del futuro ni con ning�n camino seguro para alcanzar dicha visi�n. Carece de base, de rumbo y de estrella polar que lo ubiquen y lo orienten en una situaci�n compleja, que le adviertan de cualquier error, desviaci�n o equivocaci�n esencial que pueda cometerse en el actuar trascendental del hombre. De hecho, no existe para �l tal actuar trascendental; todo se reduce al �xito pr�ctico, inmediato y ef�mero.
Esto, ciertamente, da al pragm�tico una gran �flexibilidad�, una libertad absoluta para cambiar de ideas, de rumbo, de metas, de m�todos y de aliados; nada lo ata, nada lo obliga, nada lo limita o �cincha�: puede ensayarlo todo y acomodarse a todo seg�n lo exija su inmediatismo cortoplacista. Aciertan, por eso, quienes califican a los pragm�ticos de oportunistas. En este calificativo creo entender que no hay visceralismo ni intenci�n de herir u ofender, sino solo la necesidad intelectual de aplicar la palabra exacta a la conducta que se trata de caracterizar.
El pragmatismo filos�fico es el padre hist�rico del viejo y controvertido filosofema que a muchos confunde (o sirve de taparrabo ideol�gico) todav�a hoy: �El fin justifica los medios�. Y seg�n los pragm�ticos modernos, no solo los justifica, los purifica, los santifica y libra de toda culpa a quienes los emplean, as� se trate de horrores como los campos de exterminio nazi. Y quien lo dude, que pregunte su opini�n a los neofascistas contempor�neos que, por desgracia, no escasean. Pero la verdad es que si bien es cierto que fines y medios no son lo mismo, y que esto implica que puede haber (y de hecho hay) cierta independencia y cierta diferenciaci�n entre ellos, estas nunca llegan a ser absolutas, como lo entiende cualquiera. Dependiendo de la centralidad o del car�cter determinante del medio de que se trate, este influye (m�s o menos, pero siempre influye) en la naturaleza del resultado, e incluso puede llegar a cambiarla de modo decisivo. De aqu� se sigue que elegir los medios adecuados a un fin no es un acto totalmente volitivo; quien elige, debe tener siempre presente la naturaleza de objetivo, pues en caso contrario, puede elegir medios capaces de distorsionar, e incluso de transformar radicalmente, el resultado buscado. Elegir los medios sin restricci�n, aliarse �hasta con el diablo� para alcanzar el para�so, puede sonar ingenioso y hasta convincente, pero es un absurdo y es un imposible. Equivale, como dijo Lenin, a quemar la casa para calentarla.
En la contienda actual por la presidencia de la rep�blica, abandonar o poner en segundo o tercer lugar principios, metas y compromisos con las causas mayoritarias para hacer viable la alianza �con el diablo� y ganar la justa electoral, implica, qui�rase o no, haber cambiado ya la manera de entender el objetivo inmediato que se persigue. Antes, cuando se pon�an por delante los principios, programa y metas, quedaba muy claro que se peleaba el poder porque se le ve�a como una herramienta insustituible, como un medio poderoso (pero medio al fin) para poner en pr�ctica ese programa y esas metas; hoy, al hacerlas a un lado, es la b�squeda del poder la que ocupa su lugar, es decir, hemos dejado de verlo como medio y lo hemos transformado en el fin mismo de la lucha electoral. Ya no es una simple palanca para cambiar lo caduco y podrido de este pa�s por algo mejor; sino la finalidad �ltima de la contienda. Tal vez se piensa, como afirman algunos, que con el poder en la mano se podr� retomar el proyecto abandonado. Pero �y los �medios� utilizados? �Los aliados recolectados en el camino, incluido el diablo mismo, lo van a permitir sin m�s? �Se conformar�n d�cilmente con haber sido utilizados y luego desechados como trebejos inservibles?
Perm�taseme, por eso, expresar mi duda leg�tima y bienintencionada (aunque no se me crea) respecto a que sea un acierto haber abandonado el �doctrinarismo� por un �pragmatismo maduro�. Para m� es, por el contrario, un error; y un error mortal, porque implica enterrar el viejo proyecto de cambio, con todas las fallas y limitaciones que hubiera podido tener. Si el c�lculo pol�tico demostr� que la situaci�n objetiva de la naci�n no est� madura para alzarse con el triunfo llevando esa bandera en alto, habr�a que haber esperado a que madurara, aunque fuera otro quien culminara el proceso. No saber o no querer esperar la coyuntura favorable, puede significar af�n desmedido de poder y puede empujar a la apostas�a y al enga�o, aunque sean involuntarios.


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